La presidenta alemana de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, terminó el año 2020 con el viento a favor: acuerdo sobre los fondos de recuperación contra la pandemia (EU Next Generation) y su ratificación en marcha, acuerdo sobre la relación futura con el Reino Unido (Brexit) y la Comisión Europea centralizando la compra de vacunas para toda la UE. Cada nuevo contrato con las farmacéuticas – había seis de firmados – lo presentaba como una victoria que garantizaba que Europa sería de las primeras en disponer de las vacunas. A finales del mes de diciembre del año pasado, anunciaba feliz y orgullosa el comienzo del programa de vacunación en la UE contra el coronavirus. Presumía de que los europeos, desde el Mediterráneo al Báltico, serían vacunados de manera rápida y masiva con vacunas que habían sido compradas en nombre de toda la UE por la Comisión Europea y que también serían distribuidas por ella. La presidenta estaba encantada de vivir aquellos momentos, a los que calificaba de «conmovedores» y lo consideraba «un gran éxito europeo».
Pero su estado de ánimo cambió al cabo de un mes, cuando se hacía patente que la UE quedaba rezagada en el proceso de vacunación de la pandemia con sólo un 2% de la población vacunada.
Era muy poco en relación con países como Estados Unidos (7%), Reino Unido (11%) o Israel (cerca del 50%). La causa principal del retraso se atribuía a la lentitud burocrática en el proceso de aprobación de las vacunas en la UE, unido a una negociación mejorable con las empresas suministradoras. La contratación con las farmacéuticas parecía tener un efecto secundario muy desafortunado: la posible desviación de vacunas que debían llegar a la UE, a países que habían negociado antes y con mejores condiciones para las compañías suministradoras.
Los problemas de suministro comenzaron cuando la firma anglosueca Astrazeneca avisó que proporcionaría menos de la mitad de los 80 millones de dosis que había prometido a la UE para el primer trimestre del año. El contrato con AstraZeneca se había firmado el mes de agosto. Fue un primer contrato al que, a continuación, se le añadieron cinco, con dos adicionales en preparación. Todo ello para tener disponible lo que el Ejecutivo comunitario presentaba como una magnífica cartera de 2.300 millones de dosis suministradas por seis compañías. El conflicto con AstraZeneca había estallado entre acusaciones mutuas. La gigante farmacéutica estadounidense Pfizer anunció, poco después, que tampoco podría suministrar las dosis previstas.
Los momentos «conmovedores» de diciembre se estaban transformando en momentos «tortuosos».
A finales de enero, los incumplimientos de AstraZeneca y Pfizer en la entrega de vacunas dispararon todas las alarmas en la Comisión Europea, que veía como se multiplicaban los obstáculos que podían amenazar el objetivo de alcanzar el 70% de población vacunada a finales de verano. La gota que había colmado el vaso había sido el anuncio sorpresa de AstraZeneca que no suministraría las dosis que había prometido, con la sospecha añadida de que las vacunas que no llegarían a Europa habían ido a parar a terceros países.
La Comisión Europea reaccionó entonces con un tono inusualmente duro, abriendo una batalla contra las farmacéuticas.
Exigió que se respetaran los plazos de reparto y pidió detalles sobre dónde estaban las dosis que las compañías no facilitaban. La UE implementó un mecanismo de control de exportaciones de vacunas para asegurar que las empresas suministradoras cumplían sus contratos. Este mecanismo levantó inmediatamente críticas en el Reino Unido, que temía salir perjudicado por aquellas limitaciones. El ministro británico encargado del desarrollo de la vacunación declaró que «el nacionalismo de vacunas es un mal camino». La UE también activó, y retiró posteriormente, «la opción nuclear» de endurecer los controles en la frontera de Irlanda del Norte para evitar fugas no deseadas.
Todas estas exigencias venían avaladas por el hecho de que la UE había avanzado mucho dinero para asegurar que las compañías tuvieran la capacidad de investigación y fabricación que fuera necesaria: en total, 2.700 millones de euros. «Europa ha invertido miles de millones para ayudar a desarrollar las primeras vacunas del mundo contra la Covid-19, para crear un auténtico bien común global, y ahora las empresas deben cumplir, deben honrar sus obligaciones» clamaba Úrsula von der Leyen.
En los despachos de la Comisión Europea de Bruselas se podía pensar que la Pérfida Albión había vuelto a salirse con la suya mostrando más flexibilidad y un cierto espíritu pirata, ante la pesada maquinaria burocrática europea. Un mal principio para la convivencia post-Brexit. Se podía interpretar como la tensión entre el mercado, representado por el Reino Unido, y las reglas, representadas por la UE. También como una clara advertencia para Europa: el fantasma del Singapore on Thames reaparecía.
Sin embargo, existía el convencimiento de que la UE había obrado correctamente centralizando la compra de vacunas y evitando así una competencia entre los países europeos que habría encarecido la compra.
Sin la UE, la competición por la vacuna habría sido feroz. La centralización aseguraba que la distribución de las vacunas en la UE no respondiera a la capacidad económica de cada Estado miembro sino a las necesidades generales de la población. El problema parecía que era que la Comisión Europea no tenía la suficiente experiencia en compras de este tipo. Por otra parte, se daba la relativa lentitud de la Agencia Europea del Medicamento (EMA) a conceder las autorizaciones. La EMA verificaba a fondo la seguridad y la eficacia de las vacunas. El proceso de autorización comercial condicional duraba tres o cuatro semanas. Con todo el proceso recorrido, primero había un examen completo por parte de los expertos y científicos de la EMA, los datos eran analizadas y con ello había una clara distribución de la responsabilidad que correspondía a la empresa. Todo ello se consideraba prudente, pues con la vacuna se inyectaba una sustancia activa biológica en una persona sana, pero era lento. La EMA priorizaba la seguridad, y en eso todo el mundo estaba de acuerdo.
Pero el sistema elegido, consistente en una autorización comercial condicional, comportaba un retraso respecto a los reguladores británico y estadounidense, que utilizaban autorizaciones temporales.
Hasta el 21 de diciembre no llegó la luz verde europea para Pfizer, el 6 de enero para Moderna, y el 29 de enero para AstraZeneca. Los incumplimientos en las entregas eran patentes, el más grave de AstraZeneca y seguidamente el de Pfizer. La directora de la EMA, la irlandesa Emer Cooke, declaraba que trabajaban con las empresas para tratar de acelerar los procesos.
Los últimos días de enero y los primeros de febrero han sido muy difíciles para Von der Leyen.
Ha acumulado el flagrante incumplimiento de uno de los contratos de suministro de vacunas que ella negoció, el de AstraZeneca, con el establecimiento de un mecanismo de control de la exportación de vacunas, y el error de activar la cláusula de salvaguarda del protocolo de Irlanda. Equivocación rectificada en pocas horas, pero que provocó nervios en Londres y Dublín, y de la que no se hizo responsable al principio, para acabar rectificando y declarando que ella «asumía toda la responsabilidad».
En una entrevista reciente dijo que «lo peor de la guerra de las vacunas ya ha pasado» y que «ahora ya nos encontramos nuevamente en el buen camino que ha de llevar a cumplir el objetivo de tener un 70% de la gente en Europa vacunada en verano «. La presidenta ha defendido la estrategia de vacunación, aunque reconoció que subestimó la complejidad del proceso y las necesidades inherentes a una producción rápida en masa. «Son lecciones que he aprendido de esta crisis».
Según la presidenta, ahora ya se tienen en la UE tres vacunas autorizadas – Pfizer, Moderna y AstraZeneca -. Esta última el pasado verano era la candidata que parecía que iba a ganar la carrera. «Ahora llegarán Johnson & Johnson, CureVac y más tarde Sanofi. Es una cartera que habla por sí sola. El atasco se ha producido en las entregas al principio de la estrategia de vacunación, cuando subestimamos las complicaciones que afrontábamos. Mirando hacia atrás, si pudiera repetir algo, sería explicar a la gente que sí, que avanzamos, pero que esto será lento, que encontraremos problemas, retrasos, porque es un procedimiento completamente nuevo».
Sobre las comparaciones con la rapidez de vacunaciones en los Estados Unidos, Reino Unido e Israel, la presidenta ha declarado que «un país puede ser una lancha rápida, pero la UE es como un gran petrolero, esta es precisamente la fuerza de la UE y estoy convencida de que el enfoque europeo que hemos adoptado es el correcto». «Sé que el Reino Unido ha elegido la autorización de emergencia en 24 horas, pero entonces la responsabilidad que pueda haber también recaerá en su gobierno. Nosotros hemos escogido otra vía, la comunitaria, creo que es una buena decisión».
Después de aquella entrevista, Von der Leyen ha comparecido ante el Parlamento Europeo el 10 de febrero, también para justificarse. Ante los eurodiputados ha reconocido errores en la estrategia de compra de vacunas que ella ha dirigido, advirtiendo una vez más que la UE, sin aquella compra centralizada, hubiera acabado «destrozada» por las divisiones entre los grandes países que habrían conseguido acceso a las vacunas y los pequeños países, que habrían quedado al margen. La compra conjunta de vacunas ha evitado repetir el error de la primavera pasada cuando algunos Estados miembros se disputaban o se bloqueaban el acceso a mascarillas y equipo médico. La presidenta ha aceptado errores, pero ha subrayado que se han conseguido dos objetivos: la compra conjunta de los 27, que ha evitado el sálvese quien pueda, y realizarlo sin atajos en materia de seguridad y eficacia.
En cualquier caso, para poder conseguir el objetivo de vacunar un 70% de los europeos adultos a finales del verano, se necesitan más vacunas. Con las tres autorizadas hasta ahora y el ritmo de producción actual no se llegará.
Es por eso que las miradas se fijan en las tres vacunas que hay actualmente en el túnel de examen de la EMA, las de CureVac (225 millones de dosis), Johnson & Johnson (200) y Novavax (100). Además, hay un contrato con Sanofi GSKA. Actualmente la UE depende de las dosis de Pfizer (600 millones de dosis para el 2021), Moderna (160) y AstraZeneca (400). A la vista de todo ello, el día 12 de febrero la Comisión Europea ha concedido un plazo más amplio para cumplir con el objetivo del 70% de población vacunada el próximo verano.
Úrsula von der Leyen ha declarado que el verano se acaba el 21 de septiembre y que, por tanto, esta es la fecha para llegar al 70% de los vacunados.
El ambiente que se respira actualmente en Bruselas es que, en medio de la pandemia, no es el momento de abrir grandes crisis. Se piensa que esta «crisis de las vacunas» se superará sin grandes dificultades si la presidenta consigue que el calendario de vacunación vuelva a su ritmo en un breve plazo. Si lo consigue rápidamente, quedará como una crisis pasada. Pero si en tres o cuatro semanas la sensación es que el suministro se estanca, se multiplicará la presión contra la presidenta.
Por otra parte, no se puede olvidar que, en la crisis de las vacunas, se añaden otras críticas a Von der Leyen por querer centralizarlo todo y no saber delegar. Según algunas fuentes europeas: «no es una persona de equipo y prefiere trabajar con sólo un pequeño gabinete a su alrededor, y esto en una organización como la Comisión Europea, tiene sus dificultades». Otras fuentes también critican «su pasado político poco brillante en Alemania», cuando había ocupado diferentes carteras ministeriales con Angela Merkel de cancillera. Por su parte, tanto el presidente francés, Emmanuel Macron, como la cancillera alemana, Angela Merkel, se han apresurado a apoyar la posición de la presidenta de la Comisión Europea. Macron la propuso como candidata a la presidencia de la Comisión y Merkel aceptó complacida. Ambos la han excusado de errores y retrasos, que han atribuido a «circunstancias fuera de control».
Mientras tanto, la geopolítica de las vacunas apunta en el horizonte. La Agencia Europea del Medicamento (EMA) acaba de hacer público un comunicado en el que desmiente que haya recibido ninguna petición para autorizar la vacuna rusa, Sputnik V. Es una vacuna que recibió un reconocimiento de la revista científica The Lancet , pero que, de momento, «ni tiene la autorización para distribuirse en la UE, ni forma parte de la estrategia de vacunación de la Comisión Europea». Sin embargo, Hungría se ha desmarcado de la línea general y, sin esperar la luz verde de la EMA, ha dado su autorización de emergencia a la vacuna rusa y ha comprado 600.000 dosis.
Además de Rusia, China también está utilizando sus vacunas como instrumento de influencia geopolítica en Europa y en todo el mundo.
En cualquier caso, hay que reconocer que el desarrollo en tiempo récord de las vacunas ha sido una gran victoria de la ciencia y es un buen motivo para el optimismo. Destacados expertos también señalaron que una centralización a través de las Naciones Unidas (ONU) habría sido probablemente el camino más adecuado para enfrentarse a la pandemia y evitar la conversión de las vacunas en armas arrojadizas de carácter geopolítico.
La causa principal del retraso se atribuía a la lentitud burocrática en el proceso de aprobación de las vacunas en la UE Share on X