La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, que estuvo por primera vez en Barcelona con motivo de las jornadas del Círculo de Economía, es la principal responsable política de la dinámica que está conduciendo a Europa a una economía de guerra.
Todo empezó con la lógica ayuda humanitaria a Ucrania, prosiguió con la moralmente obligada asistencia al gran flujo de refugiados, dio un paso más alimentando el armamento, sobre todo defensivo y ligero, al ejército ucraniano y ha dado un salto de gigante entregando cada vez con mayor abundancia material pesado y ofensivo.
El resultado de todo es una dinámica que no tiene fin visible y que va engrosando la bola de nieve, y el problema es que podemos quedar sepultados por ella. Ya no se trata de una hipotética reacción militar rusa, sino de que se produzca un corte de suministro energético que alimenta a Europa, lo que conllevaría un destrozo económico de primer nivel.
Cabe decir que no es necesario llegar a este extremo para que los daños económicos sean visibles, porque la presión para reducir la dependencia, sobre todo en petróleo, pero también de gas, de Moscú, tiene consecuencias acumulativas sobre la economía, sobre todo en centro Europa y en primer término sobre Alemania. Cabe señalar que este país depende, en cuanto a sus necesidades gasísticas, de un 54% del gas ruso y al mismo tiempo hay que considerar que el gas en su conjunto representa el 27% de las necesidades energéticas alemanas, es decir, una cuarta parte de ellas están en manos de la energía rusa.
Austria depende del gas ruso en un 80%, Hungría en un 78%, pero es que además una tercera parte de la energía total tiene ese origen. El gas de Moscú significa el 86% de los recursos gasísticos de Eslovaquia y el 53,5% de la república Checa. Estos hechos explican el porqué Hungría, Chequia y Eslovaquia han impedido el acuerdo de la Comisión para restringir la importación de energía de Rusia en forma de petróleo y gas. Italia por su parte también depende de una forma importante, un 33%. Polonia y Bulgaria han visto cortar ya su suministro procedente de Rusia al negarse a efectuar los pagos en rublos como exigía Putin. A pesar de su alta dependencia del gas ruso, pueden superar con relativa facilidad el problema por ser países poco gasificados, por lo que este recurso sólo representa entre el 12 y el 13% del total de su falta de energía.
Europa ya prepara una serie de medidas para reducir el consumo energético, que son las que caracterizarían la economía de guerra, pensando sólo en la supresión del petróleo, es decir, sin entrar en juego el problema que se redujera o se cerrara el aprovisionamiento de gas.
Las medidas que contempla la Comisión son el teletrabajo hasta 3 días a la semana, reducir los límites de velocidad en las autopistas, establecer el domingo sin coches en las ciudades, promover la conducción eficiente de los camiones, que nadie sabe bien lo que significa en las circunstancias actuales, reducir los vuelos de negocios, incentivar el transporte público, la bicicleta y andar, fomentar el vehículo eléctrico, etc.
Muchas de estas medidas son utópicas porque carecen de repercusión a corto plazo. Es más, son de difícil implementación en una sociedad carente de consumir y viajar, como se constata esta primavera. A pesar de la guerra de Ucrania, el turismo ha estallado con fuerza, por lo que al mismo tiempo que se pide moderación en el consumo energético, las aerolíneas reavivan con una demanda explosiva que deja desbordados a los aeropuertos europeos y que tiene como consecuencia un aumento exponencial del consumo de energía.
No está claro que Ursula von der Leyen, la Comisión y los burócratas estén articulando bien ese complejo formado para la ayuda armamentística en Ucrania, la prolongación indefinida de la guerra, el abandono de la energía procedente de la Unión Soviética, la necesaria transición energética que se había empezado, las expectativas de una sociedad que quiere dejar atrás las restricciones de la covid y la necesidad de superar la inflación y el riesgo de una parálisis económica. Todo es muy complicado y es evidente que sin un paro y una profunda reflexión podemos acabar con un escenario muy desafortunado para la UE. En cualquier caso, parece evidente que la prolongación de la guerra en Ucrania es como dispararse a ambos pies de la UE.