Todos los hombres somos miembros de una única familia humana, aunque a muchos les pase desapercibido o no lo quieran reconocer, y de ahí emana el deber de cuidar unos de otros.
Por ello es necesario que la persona esté en el centro mismo de la política. Demasiado a menudo las visiones materialistas o utilitarias conducen a prácticas y estructuras motivadas por el interés propio. Se suele considerar a los demás un medio para conseguir un fin y esto conlleva una falta de solidaridad y de caridad, que a su vez da lugar a una verdadera injusticia.
El desarrollo humano, verdaderamente integral, sólo puede prosperar cuando todos los miembros de la familia están incluidos en la búsqueda del bien común y contribuyen a él.
Necesitamos una mirada menos egocéntrica, que sea más integral e integradora, y que sepa reconocer que en la búsqueda del auténtico progreso, pisar la dignidad de otra persona es, de hecho, disminuir el propio valor.