La memoria es frágil y ya no se recuerda el coste brutal que tuvo para los niños afectados por la LOGSE y el pésimo sistema educativo al que dio lugar, o cómo la moda de enseñar matemáticas a través de los conjuntos hizo un destrozo en el aprendizaje de esta disciplina. Los legisladores con el paso del tiempo pasaron página, pero los adolescentes que la sufrieron han arrastrado durante años sus costes y buena parte nunca ha logrado superarlos.
Ahora nos encontramos con unas perspectivas aún más catastróficas a consecuencia de la aplicación de la ley Celaá y del uso que de ésta hace la Generalitat de Catalunya, acentuando sus inconvenientes.
Ahora las notas de los exámenes pasarán a un segundo plano, de forma que se eliminan las calificaciones en el primer, tercer y quinto año de primaria y se mantienen en los restantes. Por qué no habrá notas escolares durante una parte del ciclo y en la otra parte sí, es un componente más de los misterios de la nueva pedagogía.
También se modifica el «no logro«, el eufemismo del suspenso, por uno superior, «en proceso de logro», no sea que el estudiante quede traumatizado.
Por tanto, se reducen a la mitad de los años las calificaciones y cuando éstas se aplican no hay nadie que pueda decir lo que es tan antiguo como que ha suspendido una asignatura. Todo esto se disfraza con el discurso de que, de este modo, se podrá dar una información cualitativa más completa, como si la nota no fuera la expresión síntesis de estas consideraciones cualitativas.
La administración de la Generalitat entiende que los distintos ritmos de aprendizaje de los alumnos no permiten precisar unos objetivos para los currículos anuales. Por tanto, hablando en plata no se podrá decir si un chico va bien o mal porque cada uno va a su aire.
Estos hechos ligados a los demás que componen la ley Celaá y la aplicación que se hace en Cataluña, de poder pasar de curso con asignaturas suspendidas, se combina con la sustitución del aprendizaje de conocimientos “de la educación tradicional” por el aprendizaje de competencias, lo que garantiza que se produzca una maraña de conocimientos que genere unas cuantas promociones de semianalfabetos. Las universidades van advirtiendo desde hace años que cada vez llegan alumnos menos preparados. Ahora ese fenómeno se acentuará. Eso sí, los datos estadísticos sobre suspensos y personas que no logran pasar curso, quedarán absolutamente transformados. Estadísticamente, el éxito educativo con la ley Celaá y por la acción de la Generalitat, queda garantizado. La lástima es que la realidad será la de derrumbar aún más el bajo rendimiento escolar que caracteriza al sistema educativo público en nuestro país.