La transición demográfica mundial ya está en marcha

El mundo en su conjunto está inmerso en un proceso lento, imperceptible en los telediarios atrapados en la trampa de la inmediatez que confunde la urgencia con la importancia de la información.

Sin embargo, en la historia los ciclos largos, y los factores económicos, sociales y culturales que los sustentan, tienden a pesar igual o más que los acontecimientos como tales, caracterizados caricaturescamente por fechas de batallas, coronamientos y revoluciones.

El caso del proceso largo que nos ocupa es el de la transición demográfica, un término que el economista y periodista británico Martin Wolf afirma que tiene ya casi un siglo de antigüedad.

Resumido al mínimo, se trata de los cambios sucesivos en la estructura demográfica de una sociedad en la que la población crece durante un larguísimo período inicial a un ritmo muy lento debido a tasas de fertilidad y de mortalidad muy elevadas, para entonces iniciar un crecimiento muy pronunciado correspondiente con una mortalidad decayente, y finalmente ver cómo la tasa de nacimientos acaba por desplomarse también.

Ésta es la síntesis de la historia demográfica de Occidente de los últimos 200 años, y desde hace menos, del mundo entero. Y es que a escala mundial, la tasa de fertilidad ha pasado de 4,7 hijos por mujer en 1960 a 2,3 en 2021. Estamos ya a las puertas del umbral de equilibrio de 2,1 hijos por mujer y que sirve de referencia teórica para prever la estabilidad de un país desarrollado.

A estas alturas, se podría hablar de una transición demográfica mundial a dos velocidades: África versus el resto. Mientras Iberoamérica y Asia se han sumado a Europa y Norteamérica en su camino hacia el envejecimiento, África se encuentra todavía firmemente anclada en la fase de “fertilidad elevada-mortalidad decayente”, lo que explica la proyección de la población africana en 2060 será tan grande como la de todos los países desarrollados más China.

Teniendo en cuenta que la inmigración (por defecto, africana) a la que debería recurrirse para mantener estable la población de los países con tasas de fertilidad bajas sería tan masiva que sería insostenible (como el propio Wolf reconoce), sólo quedan dos políticas posibles para evitar un colapso demográfico, siendo ambas complementarias.

La primera consiste en incentivar todo lo posible los nacimientos, y por extensión, la familia, liberándose de prejuicios ideológicos de una vez por todas. Y es que para conseguir corregir la cada vez peor tasa de fertilidad en países tan distintos como España y Japón el esfuerzo a realizar es no sólo económico, sino sobre todo cultural .

La segunda pasa por asumir que el envejecimiento de la población seguirá incrementándose durante al menos unas décadas más . Como Wolf sintetiza, una sociedad económicamente basada en 20-25 años de la vida centrados en la educación, 35 de trabajo y otros 30-35 de jubilación es sencillamente inalcanzable. Y sin embargo, parece ser el rumbo hacia el que las sociedades desarrolladas se dirigen.

Por supuesto, habrá que trabajar más años. Por supuesto, los esquemas de pensiones (y no hablamos sólo del caso absolutamente catastrófico de España, sino de países donde la situación es mucho mejor) tendrán que replantearse de arriba abajo, responsabilizando mucho más a cada trabajador individualmente de su futuro.

Pero también habrá que tomar medidas que ahora nos parecen surrealistas, como intercalar en la vida profesional períodos de formación y bajas (por ejemplo, de maternidad en el caso de las mujeres) mucho más largas que las actuales.

 

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