Significado geopolítico de la crisis ucraniana

El significado profundo de la actual crisis ucraniana pone de relieve dos necesidades: la de reconsiderar el orden mundial posterior a la desaparición de la URSS en 1991 (no se hizo en aquella época, Putin clama que se debería haber hecho) y la de establecer una asociación estratégica entre la UE y Rusia.

Dos prestigiosos analistas acaban de opinar sobre esta cuestión.

El primero es el inglés Timothy Garton Ash, catedrático de Estudios Europeos de la Universidad de Oxford. Nos recuerda en un artículo reciente que Eurasia -entendida como el inmenso territorio formado por Europa y la antigua URSS- tiene dos modelos de orden posibles: Helsinki y Yalta. Occidente no se ha decantado por ninguno, sino que ha aplicado ambos un poco y mal, lo que explica la crisis ucraniana.

El primer modelo se desarrolló a partir del Acta Final de Helsinki de 1975 y se articuló plenamente en 1990 con la adopción de la llamada Carta de París para una nueva Europa. Posteriormente, dio origen a la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). Ésta está conformada actualmente por 57 estados: todos los países de Europa más los de Asia Central, Mongolia, Estados Unidos y Canadá. Es el mayor organismo regional de seguridad del mundo y tiene su sede en  Viena. El modelo Helsinki defiende una Europa formada por estados democráticos iguales, soberanos e independientes, que respeten el estado de derecho y se comprometan a resolver todas las disputas por medios pacíficos. Su lema es: «Una Europa unida, libre y en paz».

Occidente apuesta por el modelo Helsinki y la Rusia de Putin por el modelo Yalta

El modelo alternativo es Yalta. La cumbre mantenida en febrero de 1945 entre Stalin, Roosevelt y Churchill en Yalta (Crimea), se ha convertido en un sinónimo del reparto de Europa entre las grandes potencias, que dividieron al continente en áreas de influencia del Este y del Oeste. Occidente apuesta por el modelo Helsinki y la Rusia de Putin por el modelo Yalta.

Después de una grave disputa entre los países occidentales en la cumbre de la OTAN celebrada en Bucarest en abril de 2008, se llegó a un acuerdo perturbador: se hizo una declaración pública afirmando que Ucrania y Georgia se incorporarían a la OTAN, pero en privado se hablaba de que la OTAN no movería un dedo para hacerlo realidad. Y desde entonces Occidente ha quedado empantanado en esta situación de confusión estratégica. Occidente se ha abierto en Ucrania sólo a medias, ha defendido a medias su independencia, integridad territorial y capacidad de transición para convertirse en un estado europeo viable, soberano y democrático. Ucrania no es miembro de la OTAN, ni lo será a corto plazo, pero la OTAN sí es que está en Ucrania. Algunos estados miembros de la OTAN, como Estados Unidos y Reino Unido, le han suministrado armas y le han enviado personal de entrenamiento militar. Ucrania no es miembro de la UE, ni lo será a corto plazo, pero la UE sí está en Ucrania.

Occidente necesita elegir de una vez. Garton Ash piensa que deberíamos decantarnos por el modelo Helsinki. Los países que actualmente forman parte de la UE y de la OTAN deben consagrarse, con paciencia y constancia, a hacer realidad el objetivo de una Europa “unida, libre y en paz”,  no sólo de palabra sino con hechos.

Un componente esencial de esta estrategia a largo plazo es que esté abierta a la participación de una Rusia democrática. Lo puede llegar a ser con el paso del tiempo, ha cambiado mucho desde la caída de la tiranía totalitaria comunista, pero no es suficiente. Putin es un epígono de esa tiranía, un exteniente coronel del KGB que no cree en la democracia liberal.

Ante una superpotencia china beligerante, hay muchos motivos para pensar que una Rusia democrática sería un miembro muy recomendable de una alianza de seguridad defensiva que uniera Norteamérica, Europa y Eurasia

Cuando unos estadistas veteranos y pesos pesados del establishment alemán propusieron recientemente que se invitara a Rusia a incorporarse a la OTAN, hubo quien lo desestimó como un caso de rusófila exacerbada. Pero es justamente lo que hace falta hacer. Ante una superpotencia china beligerante, hay muchos motivos para pensar que una Rusia democrática sería un miembro muy recomendable de una alianza de seguridad defensiva que uniera Norteamérica, Europa y Eurasia. La relación con la UE será más complicada, pero la arquitectura europea ya da cabida a importantes países que no son miembros de la UE (la Europa de Schengen, la Europa del euro, etc.).

A la UE le conviene, pues, una asociación estratégica con Rusia, y eso por cuatro motivos principales.

El primero es la tradición cultural común (religión, música, arte, literatura, etc.)  fruto  de la existencia de un alma europea de Rusia, junto a la asiática.

El segundo es la complementariedad existente entre las economías rusa y europea. Rusia, con sus diecisiete millones de kilómetros cuadrados (treinta y cuatro España), es el mayor país del mundo. Sus recursos naturales son inmensos, pero sigue siendo un país económicamente atrasado. Se habla habitualmente de Rusia como “un califato energético”, por el sistema político autoritario impuesto por Putin y la abundancia de gas y petróleo. La inmensidad de recursos naturales contrasta con un PIB que no llega al de Italia. Su población es escasa, envejecida y decreciente.

En tercer lugar, una buena relación entre Rusia y la UE evita que la primera se deslice hacia el gran vecino chino y ambos acaben conformando un gigante autocrático mundial.

En cuarto lugar, para ayudar a Rusia a dar el paso adelante hacia una verdadera democracia, algo que Putin teme tanto (al igual que teme una Ucrania democrática).

La UE debe tener una relación especial y profunda con Rusia, un país con el que comparte historia, cultura, tradición religiosa, intereses económicos y geopolíticos. Nos necesitamos mutuamente.

Timothy Garton Ash propone que se adopte una estrategia anti-Putin, pero al mismo tiempo pro rusa, pensando que Putin no se puede eternizar en el poder. El régimen autoritario de Putin teme mucho que Rusia “siga el camino europeo“. Putin sabe lo que quiere. Occidente y la UE también deberían saberlo. El objetivo a largo plazo de Putin en el este de Europa es más que evidente. Quiere recuperar hasta donde pueda el imperio soviético, la condición de gran potencia y la esfera de influencia que Rusia perdió de un modo tan repentino hace treinta años, a raíz de la desintegración de la URSS en diciembre de 1991, que él considera como «el peor desastre estratégico del siglo veinte».

El segundo analista es la profesora española de derecho europeo, Araceli Mangas. Acaba de escribir en un artículo también reciente que la UE ha cometido un grave error con Rusia. Desde hace décadas no ha sido capaz de acercarse a Moscú como un aliado importante y ha realizado un seguidismo de Estados Unidos sin estrategia propia. No ha sabido buscar en Moscú para fortalecerse con un Estado amigo en la vecindad, con la que Europa comparte historia, cultura y religión.

Entre 1991 y 2008, incluidos los dos primeros gobiernos de Putin (1999-2008), Rusia era un Estado en transición y fiable que participaba con beneplácito de la gobernanza de intereses comunes. El Kremlin digirió la integración de doce antiguos Estados comunistas -algunos con fronteras compartidas- en la UE y en la OTAN. Pero ambas organizaciones, en lugar de ayudarla a mejorar su incipiente democracia en pago de su tolerancia, «la fueron aislando y castigando por su pasado comunista».

«Entre 1998 y 2014 se perdió una posible Rusia europea y cooperativa».

Rusia constató en febrero de 2008 que la UE y Estados Unidos podían invadir Estados violando el derecho internacional (la actual Serbia en 1999) y, una vez democratizada Serbia (desde 2001) romper años después su integridad territorial creando un Estado fantasma (Kosovo, febrero de 2008) por la fuerza. Allí empezó todo, según Araceli Mangas. Putin se sintió engañado. Calcó el “imperio del bien“ (con sus actuaciones en la antigua Yugoslavia, en el Sáhara y en Palestina) invadiendo parte de Georgia en el verano de 2008 y tomó conciencia del engaño de la UE y la OTAN al atraer al seno comunitario y atlántico a sus vecinos ucranianos cuando la UE envió a Kiev su torpe Alta Representante por asuntos exteriores y seguridad, la británica Catherine Ashton, a negociar un acuerdo de asociación con Ucrania y se llevó a Bruselas una guerra civil. Putin respondió más tarde con el regreso de Crimea al mapa ruso, donde siempre ha estado. Putin se percató de la doble vara de medir de los occidentales. «Entre 1998 y 2014 se perdió una posible Rusia europea y cooperativa».

Los prejuicios occidentales por la etapa comunista han impedido atraer a Rusia hacia una democracia imperfecta y un partenariado previsible, y le han facilitado tutelar “estados canalla” como Venezuela, Nicaragua, Cuba, Siria o Irán. Araceli Mangas piensa que “hemos lanzado  Rusia en brazos de su vecino chino; la UE pagará un precio alto por despreciar y empujar a Moscú por un camino que sólo nos debilita y fortalece a China“.

Se ha complicado restablecer puentes con Rusia, pero debería ser un reto prioritario y evolutivo hasta acercarla al mundo occidental europeo al que ha estado unida durante siglos

Se ha complicado restablecer puentes con Rusia, pero debería ser un reto prioritario y evolutivo hasta acercarla al mundo occidental europeo al que ha estado unida durante siglos. La dependencia energética y el importante comercio con Rusia debe ser un punto básico y un puente para volver a las relaciones de finales del siglo XX y principios del XXI.

La vocación de la UE como tercera gran potencia de un nuevo mundo multipolar queda tocada al abandonar sus intereses a favor de Estados Unidos y dejar a Rusia a su suerte, a pesar de ser una sociedad de tradiciones culturales y religiosas afines. Araceli Mangas sostiene que la UE debe asumir su potencia impidiendo que potencias menores, como Rusia y Turquía, sin valores y más agresivas, ocupen su espacio. “Hay que evitar que Estados Unidos ejerza su tutela sobre el club comunitario según sus propios intereses”.

A la vista de los análisis anteriores, se vislumbran dos conclusiones:

La primera sobre la UE. Si quiere ser de verdad un actor global, no puede ceder la gestión de sus intereses a Estados Unidos, sino que debe asumir sus responsabilidades, para lo cual necesita llegar urgentemente a una unión política que le permita dotarse de verdaderas políticas comunes en asuntos exteriores y defensa. Europa debe aprender a valerse por sí misma. Vivimos en un nuevo orden mundial en el que al poder debe contestarse con poder. Estados Unidos no reducirá su presencia en Europa hasta que Bruselas haya sido capaz de crear un verdadero contrapeso de Rusia.

La segunda conclusión es sobre la crisis ucraniana. Una posible solución consistiría en aproximar a Ucrania en los ámbitos económicos y políticos a la UE y a Occidente, siendo esto lo que quiere hacer y desea su ciudadanía, pero simultáneamente llegando con Rusia a un acuerdo de neutralización militar (“finlandización”) para eliminar la excusa rusa de la amenaza militar occidental. Esta solución ha traído paz y prosperidad a los finlandeses, y también a los austríacos.

Rusia constató en febrero de 2008 que la UE y Estados Unidos podían invadir Estados violando el derecho internacional Clic para tuitear

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1 comentario. Dejar nuevo

  • Carlos Wefers Verástegui (Spanien)
    2 abril, 2022 12:19

    Vaya, una de esas raras ocasiones en las que la profesora Mangas es capaz de un análisis político competente. Lamentablemente, en su caso es la excepción, no la regla.

    Responder

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