Si Sánchez quiere cumplir con el programa de gobierno pactado con UP y sus otros socios, el presupuesto será imposible. Estas son las principales razones:
- 2020 es el año en que entra en vigor la reforma del artículo 135 de la Constitución acordada en 2011 y que establece como límite de gasto el no incurrir en déficit estructural. Es una limitación importante que no ha aflorado hasta ahora con suficiente fuerza en el análisis de la situación.
- El compromiso con Bruselas para este año es reducir el déficit al 1,1%, una cifra lógica si se considera que en teoría en 2018 se tenía que conseguir el 1,3% si bien los presupuestos que Sánchez envió a Bruselas elevaron la cifra hasta el 2%, con la idea de tirar la pelota adelante. El problema añadido es que, con toda certeza, el gobierno también se habrá saltado esta limitación. Para dar una idea: entre septiembre de 2018 y de 2019, el déficit público ha sido del 3,1% del PIB. Con la certeza de que mejorará a 31 de diciembre, pero también con la misma seguridad superará el 2%. Por lo tanto, tendrá que reducir 1 punto de PIB en relación con lo que podrá gastarse en 2020, y aunque Bruselas pueda ser generosa y dejarle más margen, el recorte será importante.
- Los compromisos con los funcionarios de aumentarles el 2% el salario y de las pensiones se comen por sí solos la mayor parte de la previsión de los ingresos.
- La previsión económica para 2020, sin ser mala, no es para tirar cohetes, porque no superará en mucho el 1,5% el incremento del PIB, lo que significa una ralentización del empleo. Si a este hecho se le añaden las medidas de modificación del actual marco laboral, el aumento del salario mínimo y el incremento de la presión fiscal sobre las empresas, es muy posible que el empleo aún decaiga más.
- ¿Podría soportar el nuevo gobierno de Sánchez unos datos sobre empleo en otoño que rompieran en negativo la tendencia mantenida hasta ahora? Los costos políticos serían muy importantes. Y es que con todo ello el gobierno del PSOE no ha apuntado, ni ninguno de los otros partidos lo hace, el centro neurálgico de nuestra debilidad. Ciertamente lo es la abundancia de trabajo precario y mal pagado, pero hay un correlato decisivo donde se juegan todas las posibilidades económicas. Es el de la productividad, que en el caso español es muy baja, tanto que los incrementos de PIB por ocupado han sido del orden del 0,1% en los últimos años, mientras que en Francia y Alemania crecían a ritmos del 0,7%. Está claro que una parte demasiado grande de la empresa española intenta resolver esta cuestión a base de deprimir los sueldos. Es la vía fácil y equivocada, porque la respuesta se sitúa en mejorar las capacidades técnicas y de gestión, las más ligadas a la productividad total de los factores.