Pedro Sánchez tiene un talento indiscutible: convertir lo que en Europa sería una crisis institucional de primer orden en una tranquila tarde en la Moncloa. La ruptura con Junts —formal ahora, real hace tiempo— ha dejado al presidente sin mayoría para gobernar, pero con una serenidad propia de quienes confunden la política con una herencia de los padres.
El hombre que gobierna sin presupuestos, sin aliados y, cada vez más, sin país, asegura con una sonrisa que «no pasa nada». Y, efectivamente, en España nunca pasa nada hasta que todo se derrumba.
Por tercer año consecutivo, Sánchez no tendrá presupuestos. En 2026 viviremos con la prórroga de las cuentas de 2022, una especie de arqueología financiera que ya provoca vértigo a los economistas. En cualquier país europeo, la simple incapacidad de aprobar las cuentas habría llevado a unas elecciones inmediatas.
Lo ha hecho incluso la presidenta de Extremadura, que ha entendido que la democracia sin presupuesto es como un restaurante sin cocina. Pero Sánchez no: él sigue sirviendo platos imaginarios, con la misma carta desde hace tres años.
Incluso La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) reconoce que ahora no hay forma de saber qué se gasta ni cómo.
El presupuesto es la esencia del control democrático: saber en qué se gasta el dinero y por qué. Sin eso, la política se convierte en magia negra presupuestaria. Incluso La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) reconoce que ahora no hay forma de saber qué se gasta ni cómo. Pero en la Moncloa, entre sonrisas, dicen que todo es conforme… a sus intereses está claro.
Esta situación no es solo anómala; es una enmienda a la totalidad del sistema parlamentario. La democracia se basa en dos pilares: un gobierno con mayoría y unos presupuestos aprobados por el Parlamento. Si ninguna de las dos cosas existe, lo que queda es un presidente que ocupa la silla, pero no ejerce el poder. Es la versión ibérica del «yo me quedo, porque sí».
Ahora bien, ¿cómo es posible que este esperpento institucional sea viable? Pues por una singularidad que solo podía salir de un país como el nuestro: la anomalía constitucional española. Los artículos 113 y 99 de la Constitución fueron escritos con una obsesión: que el gobierno fuera estable. El resultado es una arquitectura institucional hecha a prueba de dinamita.
Es como si para desalojar a un inquilino ilegal hubiera que presentar antes el nuevo inquilino.
La moción de censura, por ejemplo, solo es válida si se acompaña de un candidato alternativo y obtiene mayoría absoluta. En realidad, es más una elección que una destitución. En la práctica, un presidente puede perder toda legitimidad, pero no irse, porque no hay diputados suficientes para poner a otro. Es como si para desalojar a un inquilino ilegal hubiera que presentar antes el nuevo inquilino.
La moción de confianza, por su parte, solo la puede presentar el propio presidente. Esto limita cualquier control efectivo. El resultado es un sistema diseñado para que quien llega al poder pueda vivir allí tranquilo hasta el final del mandato, aunque gobierne con fantasmas.
Esta arquitectura absurda quizás tenía sentido en 1978, cuando los partidos eran débiles y había que proteger la democracia de sí misma. Pero hoy, más de cuarenta años después, el mecanismo sirve para blindar a presidentes en decadencia. Lo que tenía que dar estabilidad ha terminado creando inmovilismo; lo que debía proteger a la democracia la ha convertido en caricatura.
Si esto ocurriera en Hungría o Polonia, Bruselas ya habría levantado la voz.
Si esto ocurriera en Hungría o Polonia, Bruselas ya habría levantado la voz. Pero España juega con ventaja: tiene un gobierno amigo en la Comisión Europea. Ursula von der Leyen no tiene prisa por recordar a Sánchez que gobernar sin presupuestos y sin mayoría no es exactamente un modelo de calidad democrática, y no refleja los principios de la Unión. Los dobles estándares, ya se sabe, son también europeos.
Mientras, el país sigue funcionando por inercia, con la misma energía con la que gira un molino después de quedarse sin viento. Los ministros dan ruedas de prensa para anunciar planes que no se cumplen como los de vivienda, e inversiones vitales que no se hacen como las necesarias y previstas para evitar riadas como la del Barranco del Poyo.
De hecho, ya lo dijo, que gobernaría con el Parlamento o sin él. Democracia en estado puro
Pero el presidente sigue ahí, como si nada. Quizás porque, en el fondo, es el retrato perfecto de un sistema que ha aprendido a vivir sin rendir cuentas. De hecho, ya lo dijo, que gobernaría con el Parlamento o sin él. Democracia en estado puro.
Al fin y al cabo, es la vieja historia española: cuando la realidad molesta, se aparca. Y así, con la poltrona bien sujeta y el presupuesto fosilizado, Pedro Sánchez puede seguir asegurando que gobierna. Y nosotros, pacientemente, simulando que lo creemos.
Tres años con los mismos presupuestos. Sólo en España puede ocurrir y todavía dice “todo va bien”. #GobiernoSinPresupuesto Compartir en X





