Sánchez nos quiere subir los impuestos. Ocho razones para afirmar que se equivoca

El presidente Sánchez ha anunciado que es necesaria una subida de impuestos, también del IRPF y a las empresas. Esta medida ha sido criticada no sólo por el mundo empresarial sino por un amplio abanico de economistas de diversas escuelas, que sostienen que en plena caída del PIB no se puede pensar en tal cosa. Es la misma posición que la del Banco de España, que considera que la subida que será necesaria sólo es posible cuando se haya recuperado el crecimiento económico. Y esto difícilmente nos sitúa antes de 2023.

Existen claras razones para rechazar ahora la subida de impuestos:

  1. La fiscalidad actual española es una especie de Frankenstein hecho de continuadas modificaciones parciales que dan lugar a un sistema incoherente para beneficiar la buena marcha de la economía. Más que subir impuestos, lo que España y Cataluña necesitan es un replanteamiento integral del sistema fiscal. Una nueva ley.
  2. Antes de hacer pagar más a la gente, hay que revisar cómo se gasta el dinero. La Agencia Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) ya ha advertido del mal uso que se hace de las subvenciones que están fuera de control. En su último informe concretó que 14.000 millones eran subvenciones sobre las que se desconocía su utilidad y la forma de aplicarlas. No son las únicas, en momentos de necesidad incluso hay subvenciones perfectamente definidas que no responden a ninguna prioridad social ni económica cuando todo debería concentrarse en la recuperación y en la lucha contra la pobreza y la marginalidad. El resto es superfluo.
  3. Cuando se dice que las empresas pagan menos que Europa, esto puede ser cierto en algunos casos. Pero no lo es en su conjunto. Para constatar lo que realmente pagan las empresas hay que añadir los impuestos la cuota a la Seguridad Social, que es un impuesto sobre el trabajo. El agregado de estas dos cantidades sitúa a España claramente por encima de la media de la Comunidad.
  4. La economía sumergida. Para ver la presión fiscal real hay que excluir del PIB la dimensión que tiene la economía sumergida, que es muy grande. Si se hace esta operación, se constata claramente que en España y en Cataluña se paga por encima de la media. Si se aumenta la presión fiscal sin reducir la bolsa de los que no pagan, lo que se hace en la práctica es penalizar la economía productiva que responde a las exigencias fiscales.
  5. Una de las causas principales de que el conjunto de la recaudación en relación con el PIB sea menor que el europeo es consecuencia de la menor recaudación por el IVA, que es muy baja comparada con Europa. Y esto en buena parte se debe a que existen productos y servicios que tienen el IVA muy reducido. Pero al mismo tiempo y curiosamente hay casos concretos de productos de primera necesidad en los que este hecho no se da. Es el caso de las mascarillas y otros elementos de protección que a pesar de ser una necesidad vital pagan el 21%. Es una de las tantas anomalías de un sistema desaliñado.
  6. La cuña fiscal. No se puede abordar el tema de la fiscalidad sin resolver la cuestión de la cuña fiscal, que en el caso de España es particularmente desfavorable. Con este concepto se entiende la desviación del punto de equilibrio causado por los impuestos. Cuando se aplican, los consumidores pagan más de lo que pagarían si no hubiera el impuesto y los proveedores reciben menos de lo que recibirían si no hubiera el impuesto. La cuña fiscal mide esta diferencia. Cuanto mayor es, más distorsionante resulta la fiscalidad, porque perjudica a los que pagan el impuesto y beneficia menos a los proveedores. Un buen sistema es aquel en que esta diferencia es la más reducida posible. Esta cuestión que afecta la oferta y la demanda tiene un relieve especial en las circunstancias actuales en la crisis generada por el Covid-19.
  7. La cuña fiscal sobre el trabajo. En este caso se evalúa la presión fiscal sobre el trabajo y es un porcentaje de la suma de impuestos sobre las rentas salariales y las cargas de la Seguridad Social. En este caso también España es uno de los países más destacados y claramente por encima del promedio de la OCDE. Con un agravante: la diferencia sobre la media es mayor con los contribuyentes con hijos que con los que no tienen. Para un país que vive hundido en una crisis de natalidad, es una manifestación más de la incoherencia fiscal.
  8. Trabajamos demasiados días para el estado. Un español trabajaba casi 180 días al año para sostener el gasto público. Un catalán algunos más. Es decir, la mitad casi de todo lo que gana va a parar al erario público y sólo el resto del año trabaja para él y su familia. Si se mira fríamente, esta carga es brutal y muy superior a la que se ha registrado en cualquier otra época histórica por parte de la gente que trabaja. Naturalmente, hay una diferencia importante, que son las contrapartidas. La sanidad gratuita, la escuela más o menos gratuita, etc. Pero el problema es que esta contrapartida, este tipo de salario social, no está bien equilibrado por la ineficiencia del estado, de las CCAA y de los ayuntamientos. En la prestación de los servicios también, porque apuntábamos en el punto 2 que una parte del dinero se va por el agujero de las subvenciones descontroladas y los convenios innecesarios.

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