Sánchez. L’État c’est moi

L’État c’est moi, esta famosa frase apócrifa, por cierto, de Luis XIV de Francia, señala muy bien la mentalidad con la que Sánchez ha reaccionado al ataque tan inapropiado de Milei a su esposa Begoña Gómez y que ha terminado provocando la retirada unilateral del embajador español en Argentina. Una decisión de fuerte impacto diplomático y que es previa a la ruptura total de relaciones.

Argentina no ha respondido por igual y mantiene a su embajador en Madrid. Hay que decir que es un hecho insólito por su envergadura, que a lo sumo hubiera sido suficiente con una nota de protesta y porque de ninguna manera las relaciones afectivas del presidente del gobierno pueden confundirse con los intereses del estado ni con sus instituciones.

Chocan sobremanera además los precedentes que hay en este sentido. Cuando el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, calificó de “ladrones y asesinos” a los reyes de España, incluido el actual jefe del Estado, un ataque, ese sí, de la dimensión institucional española, no ocurrió nada. Cuando el número dos del régimen de Maduro calificó al jefe del Estado de vago, no ocurrió nada.
Cuando Maduro exigió al rey que pidiera perdón por la actuación de España contra los pueblos originarios y le acusó de avalar genocidios, crímenes y violaciones de millones de personas, el mutismo gubernamental fue absoluto.

Todos estos precedentes implicaban acusaciones mucho más graves para España porque afectaban a su historia, su presente, su condición institucional entera. Acusar, aunque sea injustamente a Begoña Gómez de un comportamiento inadecuado, o corrupto incluso, no afecta en lo más mínimo a la naturaleza del estado. Con Begoña o sin ella, éste permanecerá igual. Con Begoña, responsable de fechorías o inocente como un ángel, las instituciones continuarán exactamente de la misma forma y esta diferencia radical es la que se ha saltado Sánchez.

No hay que olvidar que España es el segundo inversor después de EE. UU. en Argentina y que hay 200 empresas españolas, la mayoría grandes, en ese país, por cierto, pendientes de resolver el problema crónico de repatriar beneficios, a lo que Milei parece haberse comprometido a resolver a cambio de favorecer nuevas inversiones. Las aguas argentinas son también estratégicas para la flota de pesca de alta mar española. Todo esto Sánchez se lo pasa por el forro.

Pero todavía hay más. Porque hay que recordar que todo comienza cuando el ministro transmutado en cómic monologuista, Óscar Puente, declaró que el presidente argentino tomaba «sustancias» y todo esto venía precedido de los ataques de Sánchez a Milei en el pleno del Congreso cuando las elecciones y el hecho de no haber acudido a la toma de posesión, ni haberle felicitado por el triunfo electoral, demostrando que por encima de los intereses del Estado español, Sánchez situaba sus fobias ideológicas.

Y es que el actual presidente del gobierno ha convertido la política exterior en su huerto personal. Hace lo que quiere de acuerdo a sus estrictos deseos individuales. Lo hizo cuando cambió de un día para otro la posición tradicional de España en relación con el Sáhara, pasando a apoyar incondicionalmente a Marruecos. Ninguna explicación ni en el parlamento ni ningún acuerdo con la oposición por tratarse de una política de estado. Tres cuartos de lo mismo está haciendo con el reconocimiento unilateral de Palestina como estado, posición vista críticamente por Washington al considerar que este acuerdo debe tener como correlato el reconocimiento palestino de Israel como estado.

En realidad, la política exterior de Sánchez es inexistente más allá de sus intereses, que a menudo se confunden con citas electorales. Todo ello pone de relieve su fracaso en este ámbito tan decisivo como lo muestra el último hecho, el fracaso de las eternas negociaciones sobre Gibraltar que, mientras tanto, sigue constituyendo un problema para el sur de España por el blanqueo de capital y por el tráfico de tabaco.

No podemos tener un jefe de gobierno que genere tantos costes en política exterior porque todo lo supedita a su persona. Un país no puede vivir continuamente sobre el torrente emocional que Sánchez desencadena una semana sí y la otra también si considera que le beneficia electoralmente y sin atenerse a ninguna otra razón.

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