Todo empezó el pasado mes de junio, cuando el gobierno de los Países Bajos del primer ministro liberal Mark Rutte anunció un plan de reducción del ganado holandés en un 30%.
¿El objetivo? Reducir las emisiones contaminantes de los animales de granja, principalmente las vinculadas al nitrógeno y a su derivado amoníaco, en un 50% antes de 2030 y así proteger los espacios protegidos de la red Natura 2000 impulsada por la Unión Europea.
El anuncio, hecho de forma repentina, desató una protesta insólita del sector agrícola y ganadero del país. Más de 40.000 granjeros holandeses se pusieron en pie de guerra y han mantenido desde entonces un pulso con el gobierno de Ámsterdam. Las manifestaciones han incluido cortes de carreteras, rodear edificios públicos y viviendas de cargos gubernamentales y enfrentamientos con la policía.
Lejos de solucionar la crisis, Rutte tuvo que volver antes de lo previsto de sus vacaciones de verano a principios de agosto para iniciar una primera vuelta de negociaciones con los representantes del mundo rural.
Se ha comparado la revuelta de los granjeros holandeses con los chalecos amarillos de Francia.
Por un lado, los manifestantes holandeses, a diferencia de los franceses, suelen tener una buena situación financiera, y cuentan incluso con millonarios cuando se tiene en cuenta el precio de los terrenos y otros bienes que poseen.
Los granjeros han sido capaces de desarrollar una agricultura y ganadería intensivas que han hecho de los Países Bajos el segundo exportador neto de alimentos del mundo
Esto se debe a que los granjeros han sido capaces de desarrollar una agricultura y ganadería intensivas que han hecho de los Países Bajos el segundo exportador neto de alimentos del mundo, tan sólo por detrás de Estados Unidos. Todo un hito teniendo en cuenta que la superficie del país es tan sólo un 25% superior a la de Catalunya.
Por otro lado, encontramos en el origen del conflicto el mismo choque de fondo que encendió la revuelta de los chalecos amarillos en Francia: un ecologismo dirigido desde las grandes ciudades por una minoría acomodada y altamente ideologizada contra un mundo rural percibido por los primeros como retrógrado y «deplorable».
De hecho, uno de los miedos de los granjeros holandeses es que la verdadera intención del gobierno sea tomarles las tierras para construir viviendas.
Como señala el periodista holandés Kleis Jager, los Países Bajos sufren un grave problema de vivienda, y el actual ministro por el clima, Rob Jetten, sueña con convertir el país entero en un «Berlín sobre el Rhin, una inmensa ciudad llena de obras con grúas de construcción y parques eólicos por doquier».
Por su parte, lo que reclaman partidos que forman parte de la coalición de gobierno como los liberales progresistas del D66 sería un cambio de modelo agrícola de los cultivos y cría de ganado intensivo hacia la producción ecológica y local. Muy interesante sobre el papel, pero difícil de realizar y sobre todo mantener en el tiempo de forma rentable. Sin hablar de que la Tierra necesita incrementar la producción total de alimentos, y no reducirla.
El conflicto de fondo se sitúa pues entre el progresismo de las élites, por un lado, y las periferias por otro.
De hecho, no es demasiado diferente a lo que detonó la breve polémica de las supuestas macro-granjas que habría en España, y que Converses explicó también detalladamente.
Son dos mundos totalmente distintos que tienen muchas dificultades para entenderse. De hecho, su distribución geográfica es muy diferente: los primeros ocupan las zonas costeras del oeste del país donde se encuentran las principales ciudades: Amsterdam, Rotterdam, Utrecht y La Haya. Conforman lo que se llama el Randstad.
Los segundos viven y trabajan en el interior del país. A pesar de la pequeñez de los Países Bajos, Kleis Jager explica que se encuentran zonas muy poco densamente pobladas, que los servicios públicos como buses y escuelas han abandonado poco a poco.
A éstas se suman ciudades pequeñas y medianas, que simpatizan con los granjeros. Y por último, también hay urbanitas conservadores que expresan su rechazo contra lo que consideran «la tiranía climática».
Si bien es cierto que la agricultura y ganadería holandesas contaminan de forma desproporcionada debido a su extraordinaria productividad, también lo es que el sector ha reducido sus emisiones a la mitad en los últimos treinta años.
Por otro lado, hay expertos que cuestionan la gravedad de la contaminación por el amoníaco agrario sobre los espacios Natura 2000 que el gobierno quiere proteger. También se ha esgrimido que existe un exceso de espacios Natura 2000, y algunos serían demasiado pequeños o tendrían una naturaleza demasiado pobre de por sí para que las emisiones de las granjas pudieran tener un impacto realmente negativo.
Por cierto, el Delta del Llobregat en el centro de la polémica por la ampliación del aeropuerto de Barcelona-El Prat es también un espacio Natura 2000…