¿Resucitar a Convergencia? Imposible. Refundarla, sí (y II)

El catalanismo convergente , la idea pujoliana de la sociedad civil catalana, la concebía configurada por tres tipos de instituciones interrelacionadas entre ellas, por razón de su capacidad generadora de sociedad.

La primera de ellas no es únicamente socialmente valiosa, sino que además es insustituible: sus funciones no pueden ser desarrolladas por ninguna otra institución. Se trata del matrimonio como vínculo fuerte y la familia. Estas instituciones insustituibles socialmente valiosas de primer nivel y que responden a una lógica antropológica, tienen efectos poderosos, hasta el extremo de incidir en la actividad económica.

Su función social fundamental, pero no única, es la de generar descendencia y poseer la capacidad de educarla. La familia ligada al hogar, el parentesco y la estirpe, tienen un valor primordial en el origen y formación de la especificidad catalana, lo que junto con la lengua le confiere una cultura específica, en el sentido de concepción compartida de la sociedad, el mundo y la persona. También en su articulación en el espacio -el parentesco- y en el tiempo -la estirpe. Basta con recordar la importancia estratégica de los herederos y fadristernos en el desarrollo endógeno catalán, la protección de la unidad de las tierras, que da lugar a un desarrollo desigual en relación con Castilla la Vieja y Galicia, y en los orígenes financieros de nuestra revolución industrial. Un fenómeno que podemos encontrar también en las tierras lejanas de Japón, con una concepción cercana a la catalana, y China donde exite históricamente la distribución de las tierras entre sus hijos.

Cataluña es una sociedad hecha por dos grandes impulsos, el primero y de más largo vuelo, el medieval, el segundo el burgués, al que se le añade una fuerte tradición obrerista y menestral, en gran medida también agraria, de carácter comunitario. ¿De dónde salen si no las cooperativas urbanas o el corso de Clavé? Todos ellos son la causa determinante de aquellas instituciones insustituibles socialmente valiosas. Ellas construyen el sistema catalán. Es la fuerza estamental de Catalunya, hoy tan debilitada por el mercado, el lucro y la subvención y el control político.

En otro nivel, las instituciones y cooperaciones en las que se estructura y representa a la sociedad civil, hoy en formulaciones más bien voluntarias que obligadas.

Otro elemento primordial es el que Vicens llama la aptitud para el trabajo. La forma en que los catalanes responden a cada nueva derrota, un resultado desgraciadamente demasiado frecuente en nuestro pasado, y se rehacen cada vez a causa de su especial valoración por el trabajo; por el “trabajo y la herramienta”, la obra bien hecha, la actividad económica. Como escribe Jaume Vicens, en nuestro imaginario colectivo “Ser trabajador quiere decir, en nuestra tierra, tener todos los caminos abiertos por un futuro porvenir” y añade, “desde 1936 ciertas complicaciones psicológicas nacidas en el calor de la coyuntura económica lo han envuelto con mucho… Ahora hay quien aconseja más viveza que trabajo, más destreza que espíritu laborable”.

Cuando nuestro historiador añade la segunda reflexión, lo hace en unas coordenadas concretas, en los años cincuenta, durante el franquismo más profundo y autárquico, donde la relación de la burguesía con el poder era más importante que el trabajo bien hecho. Después, con los cambios que inició el Plan de Estabilización de 1959, se recupera la revalorización, el sentido del trabajo para lograr “un devenir como es debido”. Tanto es así que esta condición es asumida por mucha gente de las grandes oleadas inmigratorias del siglo XX, murcianos, andaluces, aragoneses, extremeños, que darán pie a la formación de una pequeña burguesía y una clase media emergente, forjada precisamente en el ósmosis de ese sentido catalán del papel del trabajo en la vida, formada por familias inmigrantes. Es en ellos donde CDC, no en primera instancia, pero sí una vez deshechas las desconfianzas, penetró con fuerza. Es una de las formas de integración.

Es precisamente esta tirada a trabajar, que le hace escribir a Gaziel que a nosotros nos interesa la paz y no el conflicto, y le permite recordar la frase sentida, que si bien toda el agua que cae en la península desciende hacia el Atlántico, con la excepción del Ebro, casi toda peseta que rueda, termina en el Mediterráneo, en Cataluña. Todo esto cierto aún en tiempos de la fundación de CDC, hoy está sustancialmente alterado, y tiende cada vez más a rodar hacia Madrid. Mucho más que durante el centralismo franquista, «sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas», que dice la copla.

Y para no alargarlo más, el pactismo, una expresión llena de malentendidos, es otra condición catalana. En tiempos coetáneos ha querido entenderse como la propensión al pacto político. No es éste el sentido primigenio. Pactismo significa la existencia de unas normas catalanas de máximo rango, las Constituciones, que el monarca, el poder estatal, acata por ser legal y legítimo. La lucha histórica del catalanismo ha sido para recuperar esta singularidad, tan alejada del federalismo y que explica por qué el catalanismo en general y Pujol en particular, nunca fueron partidarios de él. También la voluntad de entendimiento político es una derivada de aquélla, pero es la causa.

Una CDC refundada, al igual que su tío predecesor, Unió Democràtica, debe dar respuesta a todo esto en los tiempos actuales, que no quiere decir -¿hay que repetirlo?- el mimetismo exacto, sino la recreación fiel a su espíritu y formas; esto es un renacimiento.

Y dotada de ese contenido, entonces sí, la CDC renacida podría cumplir las tres funciones políticas de la primigenia.

La primera fue alternativa política y cultural al bloque de izquierdas que entonces configuraban PSC y el comunismo del PSUC.

Configurarse como palo de pajar, versión nostrada del “catch-all party”, sin que esta centralidad política signifique equidistancia.

Y si se dan estas dos características, entonces sí, podrá volver a ser el partido de gobierno de Catalunya, como la CSU sigue siendo después de más de medio siglo en Baviera. Está claro que sus dirigentes nunca han vivido ni acomplejados por ser lo que son, ni ensimismados en procesos autodestructivos.

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