El reparto de Europa ha empezado

Hace un siglo y medio, eran frecuentes las caricaturas representando las potencias europeas en el colmo de su esplendor imperial, repartiéndose África o China.

En el año que cierra el primer cuarto del siglo XXI, las caricaturas de moda van en el sentido opuesto: las grandes potencias de nuestra época, Estados Unidos, China y a veces Rusia e India, riéndose o disputándose el control de Europa.

La Unión Europea ha fracasado en su ambición de convertirse en un líder internacional. Por no ser, no es ni siquiera relevante. Ucrania, Oriente Próximo, Venezuela, Taiwán: los conflictos de nuestro tiempo se afrontan sin que nadie espere Europa.

Peor aún, la única esfera en la que la UE tenía probabilidades de alzarse como un interlocutor de tú a tú con los grandes del mundo, porque disponía de las competencias necesarias, el comercio, ha acabado con un descalabro estrepitoso ante Donald Trump.

Efectivamente, la UE liderada (para decirlo de alguna forma) por Ursula von der Leyen acabó el pasado verano por aceptar un arancel base del 15% sobre todas sus exportaciones hacia Estados Unidos.

Hay analistas que afirman que Europa dio su acuerdo por temor a que la Casa Blanca redujera aún más las garantías de seguridad en un contexto en el que Rusia está desarrollando nuevas capacidades militares en su guerra contra Ucrania.

Sin embargo, parece que el argumento de mayor peso haya sido que las instituciones de la UE no disponen de los dos elementos clave en cualquier negociación.

En primer lugar, de los medios de poder para amenazar a Estados Unidos con represalias (es evidente que Europa era la gran beneficiada del comercio transatlántico: basta con observar la balanza comercial para darse cuenta).

Y, en segundo lugar, de la voluntad política para hacer frente a un rival unido: la mayoría política sobre la que Von der Leyen actúa es débil, y peor aún, no está acostumbrada a encontrar oposición competente y firme dentro de sus fronteras europeas.

La misma receta de fracaso se aplica a las vacilaciones europeas hacia China, o a la política de demonización de la Rusia de Vladímir Putin, combinada con la extraña lentitud y carencia de rigor a la hora de aplicar las sanciones contra el gas y el petróleo.

Sin embargo, a pesar de las derrotas en serie, Von der Leyen y los líderes nacionales europeos siguen concediéndose el lujo de dar lecciones a derecha e izquierda.

Recientemente hemos visto cómo el canciller alemán Friedrich Merz acusaba a Estados Unidos de injerencia por haber escrito en su nueva Estrategia de Seguridad Nacional que la política estadounidense hacia la UE debería ayudar a corregir el rumbo de sus políticas actuales (políticas autodestructivas, como explicábamos recientemente). Afirmación absurda y que es de hecho un pleonasmo: resulta obvio que cualquier política internacional de un estado busca influir en el comportamiento de los demás.

Mientras los discursos grandilocuentes prosiguen, la UE está cada vez más dividida.

En el este de Europa, las fuerzas que se oponen a la política de Bruselas contra Rusia son cada vez más influyentes entre los votantes.

En el sur, los estados más fuertemente endeudados, como Francia y España, intentan eludir sus responsabilidades fiscales y cargar la deuda a los demás con la excusa de seguir profundizando en la integración europea.

En el norte no quieren ni oír hablar de ello y, por su parte, se desentienden de lo que ocurre en las fronteras del sur, las más expuestas a la inmigración clandestina.

Países con fuerte inmigración de países concretos, como Turquía en el caso de Alemania, Argelia en Francia y Marruecos en España, se ven cada vez más condicionados por las políticas que se dictan desde Ankara, Argel y Rabat respectivamente.

La división europea es tal que las verdaderas potencias del siglo XXI empiezan a mirar a Europa, o mejor dicho, a los países europeos, como presas fáciles. El reparto de Europa ha comenzado.

La Unión Europea ha fracasado en su ambición de convertirse en un líder internacional #UE Compartir en X

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