El Reino Unido no levanta cabeza, y la culpa no parece tenerla solo el Brexit .
Hace unos meses Converses exponía la profunda crisis política que atraviesa el país a pesar de haber mantenido trece años consecutivos al partido conservador en el poder, y que tiene como origen una carencia terrible de rumbo y de visión de lo que debe ser Gran Bretaña del siglo XXI.
Los problemas del Reino Unido no son sólo políticos sino que tienen otros dos aspectos igualmente inquietantes y que están íntimamente ligados, como son la economía y el reparto de la riqueza.
En términos de Producto Interior Bruto (PIB), el país ha aguantado el tipo después del Brexit, manteniendo un crecimiento desde 2018 bastante parecido al de Francia, el país que más se le parece en términos de población y tamaño de su economía.
Sin embargo, Gran Bretaña sufre problemas que Francia no siente con la misma intensidad. Lo primero y más importante es la desigualdad desbocada: según datos de un informe reciente de un centro de la London School of Economics , el hogar medio británico es un 9% más pobre que su equivalente francés, diferencia que se ensancha hasta al 27% cuando se trata de hogares de rentas bajas.
Francia no es precisamente un ejemplo en cuestión de productividad, pero otro gran problema de la economía británica es que este indicador lleva estancado desde la crisis financiera de 2008. Un muy mal dato que tiene un efecto negativo sobre la desigualdad, ya que implica que los sueldos de los trabajadores no pueden aumentar porque producen comparativamente menos.
Un modelo de crecimiento agotado
El modelo de crecimiento británico actual data de la década de reformas que Margaret Thatcher efectuó en los años ’80 del siglo pasado. Los resultados económicos fueron espectaculares: entre 1992 y 2007, la producción por hora trabajada creció un 33% y el PIB per cápita cerca de un 46%. En cambio, entre los siguientes quince años (2007 y 2022 aproximadamente) estas cifras han descendido hasta el 7% y el 6% respectivamente. Los sueldos por hora siguieron el mismo camino, descendiendo del 28 al 8%. En una frase, el dinamismo económico del país se ha esfumado.
A la luz de los datos recientes, el modelo económico de Thatcher, consistente en recortar el gasto público y liberalizar hasta el extremo la economía , ha terminado por girarse contra las necesidades del Reino Unido.
Las desigualdades exacerbadas no sólo son salariales, sino también geográficas. El boom de la economía financiera que Thatcher promovió se concentró de forma desproporcionada en Londres, donde la productividad se ha convertido en un 41% más elevada que en el segundo centro económico del país, Manchester. En cambio, y pese al tradicional centralismo francés, Lyon se sitúa únicamente a 26 puntos porcentuales de París.
A diferencia de Estados Unidos, donde se puede defender el argumento de que la existencia de desigualdades ha permitido seguir ganando en productividad e innovación, en el Reino Unido se observa el fenómeno contrario.
Una de las razones de esta crucial diferencia es la baja inversión británica. De hecho, en los últimos 40 años la tasa de inversión fija del Reino Unido ha sido la más baja de los países del G7. No es de extrañar, puesto que el modelo económico de la City , basado en los servicios financieros, exige poca inversión. Una buena (des)regulación es suficiente.
De estas constataciones se puede llegar fácilmente a la conclusión de que el Thatcherismo (o quizás sería más justo señalar a los sucesores de la Dama de Hierro) no han logrado corregir las desviaciones y efectos secundarios que sus reformas causaron.
El crecimiento económico británico de las últimas décadas, basado en la reducción indiscriminada del gasto público y la desregulación, no es pues una solución a largo plazo. Pero igualmente importante es no caer en la trampa de pensar que la solución a la economía y las desigualdades es gastar a diestro y siniestro. La situación actual de los países europeos así lo está demostrando, aunque los efectos de la crisis no se sienten todavía con toda su intensidad.