¿Quién teme a Giorgia Meloni?

Los pronósticos se han cumplido. Giorgia Meloni, líder del movimiento político Hermanos de Italia, acaba de ganar las elecciones italianas. Ha obtenido el 26% de los votos (7.300.000) y será seguramente nombrada primera ministra. Sería la primera ministra mujer desde la reunificación de Italia, en 1861. El país parece que será gobernado por una coalición de formaciones políticas de derecha: Hermanos de Italia, la Liga de Matteo Salvini, Forza Italia de Silvio Berlusconi  y otros partidos minoritarios. Más de doce millones de personas han votado a esta coalición, con el 44% de los votos.

Se dice que el espectro de un fantasma político de extrema derecha recorre actualmente Europa y buena parte del mundo. Se ha escrito que el auge de la extrema derecha en las elecciones suecas y la victoria de los herederos del neofascismo en Italia esbozan un panorama político en una Europa desestabilizada por la guerra de Ucrania, la crisis energética y la inflación galopante, cuando apenas salía de la pandemia. A esto habría que añadir la desaparición de los partidos tradicionales en Francia, la relevancia de Vox a la derecha española, el liderazgo de la nacionalista Tuss en los conservadores ingleses, la hegemonía de la extrema derecha en Hungría y en Polonia y la fragilidad de las coaliciones de gobierno en la mayoría de países europeos, empezando por Alemania. Estaríamos viviendo momentos muy complicados, parecidos a los años veinte y treinta del siglo pasado.

Se considera generalmente que la extrema derecha no es antisistema económico (campo que se reserva la izquierda), sino antisistema político, por su oposición a los nuevos valores de feminismo, ecologismo y solidaridad y que pone en cuestión la UE, fundada sobre éstos. valores.

Giorgia Meloni ha declarado en plena campaña que “en Europa todo el mundo está preocupado por mi presencia en el gobierno y se pregunta qué pasará; pues bien, yo les diré qué pasará: que se acabará la moma y que Italia también empezará a defender sus intereses nacionales como hacen los demás, para buscar después soluciones comunes“.

La clave interpretativa de estas palabras la ha dado más tarde en una carta publicada en Il Foglio, donde escribe que es partidaria de una “Europa confederal, respetuosa con la subsidiariedad y las soberanías nacionales, que no haga tantas cosas, pero que las haga mejor“. Todo esto no parece poner en cuestión la UE. Que quiera “defender los intereses nacionales” de su país  es moneda común en el resto de los estados miembros de la UE. Buscar “soluciones comunes” es trabajo de todos los días en Bruselas. La idea de una Europa confederal la comparte Enrico Letta, líder recientemente dimitido del Partido Demócrata italiano, profundamente europeísta, derrotado en las elecciones (no ha llegado al 20% de votos). El principio de ¦subsidiariedad forma parte de la esencia jurídica y política de la UE. El respeto a las soberanías nacionales  existe  en la UE, acompañado de cesiones de soberanía de los estados en determinados ámbitos.

Otra cosa sería si Meloni se declarara alineada con Polonia y Hungría “para destruir Europa”, como también se ha escrito. Se ha afirmado que Meloni querría “cambiar la UE consagrando el principio de que las naciones pueden hacer leyes que contradigan incluso flagrantemente lo que se decide en Bruselas”. Esto está  para ver.También se le ha acusado de fascista, pero una cosa es el fascismo, caracterizado por una visión totalitaria del estado,  y otra bien distinta son sus propuestas de gobierno.

¿Debe temer a Europa un gobierno Meloni? ¿Qué hará la nueva coalición derechista cuando llegue al poder?

Para responder a estas cuestiones, la principal referencia formal que se dispone es el acuerdo-marco programático que han firmado las tres formaciones Hermanos de Italia, Liga y Forza Italia, más una cuarta llamada Nosotros Moderados.

En política internacional, el tono es moderado y tranquilizador para las potencias occidentales. Se promete «respetar los compromisos asumidos en la OTAN, también en materia de gasto en defensa, apoyo a Ucrania ante la invasión de la Federación Rusa y apoyo a cualquier iniciativa diplomática dirigida a la solución del conflicto». Sobre la UE, el documento afirma «una plena adhesión al proceso de integración europea, con la perspectiva de una Unión más política y menos burocrática». La declaración de “plena adhesión“ es contundente, y al mismo tiempo sorprendente, a la vista de las muestras de euroescepticismo que Meloni ha dado a lo largo de su carrera política.

El programa específico de Hermanos de Italia se muestra partidario de “relanzar el sistema de integración europea, ir hacia una Europa de las Patrias fundamentada en el interés de los pueblos y capaz de afrontar los retos de nuestro tiempo”.

Sobre los fondos europeos, los cuatro firmantes dicen “buscar un acuerdo con la Comisión Europea, tal y como está previsto por el derecho europeo, para la revisión del Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia pospandemia, en función de las condiciones cambiantes, necesidades y prioridades” . Este ¦to  es   conciliador con la UE  y promete seguir sus directrices legales.

La inmigración es una de las materias con mayor potencial de conflicto entre Roma y Bruselas. El programa marco promete  “luchar contra la inmigración irregular” y “bloquear los desembarcos”. El programa específico de Hermanos de Italia habla de la inmigración irregular como “una amenaza para la seguridad de los ciudadanos” y expresa la voluntad de obstaculizar la actividad de las ONG que favorezcan la inmigración clandestina. Aquí pueden haber fricciones importantes con Bruselas.

En materia de derechos civiles, el programa común no menciona el aborto. Las inquietudes en materia de derechos civiles afecta especialmente al colectivo LGTBI, sobre lo que no se plantea ningún ataque frontal. En el mitin de Vox durante la reciente campaña electoral andaluza, Meloni declaró: “No hay mediaciones posibles. O se llama sí o se dice no. Sí a la familia natural, no a los lobbies LGTB; sí a la identidad sexual, no a la ideología de género; sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte; sí a la universalidad de la cruz, no a la violencia islamista; sí a la soberanía de los pueblos, no a los burócratas de Bruselas“. Meloni se autocalifica de «mujer, madre, italiana y cristiana». Es razonable pensar que sus ideas sean estas. Otra cosa es cómo las pondrá en práctica cuando gobierne.

El analista Tony Barber  (Financial Times), ha escrito que “la victoria de Meloni es una victoria de la derecha y no de la extrema derecha o del fascismo; se trata de una victoria que no debe significar necesariamente una caída en el extremismo”. Añade que “los partidos de izquierda han vuelto a tropezar con la misma piedra: dar miedo a los votantes demonizando al contrario, y hacer campañas en contra de, en lugar de hacerlas en positivo para proponer, construir y cumplir; esto explicaría el desplazamiento masivo de votantes tradicionales de izquierda italianos hacia partidos nacionalpopulistas“.

El historiador británico Ian Kershaw, especialista en asuntos europeos, ha declarado: “Estoy preocupado por el resultado de las elecciones italianas, pero me tranquilizan las diferencias considerables entre el momento actual y los años veinte del siglo pasado. Puede decirse que todos los fascistas son populistas, pero no que todos los populistas sean fascistas. Y es precisamente lo que ahora tenemos, es el caso de Meloni en Italia. Además, todo esto ocurre en el contexto de estructuras democráticas, que ahora mismo están mucho más firmemente aseguradas comparado con los años veinte y treinta del siglo pasado. Creo que Europa será capaz de superar los desafíos que presentan países como Italia, Hungría o Polonia“.

Giorgia Meloni dice no ser fascista, pero su partido comparte valores y símbolos con el fascismo italiano.

Aunque ahora lo niega, ha dicho que Mussolini fue un buen político, siente admiración por Orban, Trump y Putin, defiende la supremacía étnica de los europeos blancos, considera que el euro es un error y que la inmigración es un instrumento en manos de los poderes para debilitar a los trabajadores; ataca el islam, Bruselas y el capital internacional. Es madre soltera, defiende a la familia tradicional y niega al colectivo LGTBI el derecho de adopción.

A medida que ha ido ganando puntos en la carrera por llegar a ganar las elecciones generales, ha ido moderando su discurso. Hoy afirma ser atlantista y europeísta, convencida defensora de Ucrania y de las reformas de Mario Draghi que tanto criticaba y al que admira. Parece que ambos mantienen buenas relaciones. Algunos han escrito que “Meloni es una farsa, al igual que lo son Berlusconi y Salvini; nadie dice la verdad, pero el engaño es precisamente, lo que parecen querer la mayoría de italianos; la política en Italia es una comedia“.

Bruselas ha reaccionado con prudencia ante la victoria electoral de los Hermanos de Italia, declarando que “reaccionaremos a las acciones, a actos concretos, a decisiones que se tomen”. En público, el mantra de la Comisión es siempre el mismo: “trabajaremos con cualquier gobierno que salga de las urnas”. Aseguró que espera tener una “cooperación constructiva” con el futuro gobierno italiano. En cualquier caso,  está preparada para actuar. Lo ha demostrado hace pocos días cuando propuso la suspensión de 7.500 millones de euros de fondo de la UE para Hungría por propiciar la “corrupción sistemática de Budapest” en la gestión de fondos comunitarios. Pero Italia no es Hungría. Italia es la tercera economía de la UE y socia fundadora de la Unión. La recesión se perfila en el horizonte.

La inflación y la subida de los tipos de interés del Banco Central Europeo (BCE) ponen actualmente en primer plano los riesgos derivados de la colosal deuda pública italiana (150% del PIB) y debilidades estructurales, culturales y demográficas italianas. Para empezar, la brutal división entre el norte industrial, que forma parte de la Europa más rica y desarrollada, y el sur, que se acerca a la más pobre y atrasada. No se han producido acercamientos notables norte-sur en las últimas décadas. Desde 2000 el PIB per cápita no ha aumentado. Una cuarta parte de los jóvenes italianos están en paro, sin trabajo, educación o formación, un recuerdo a la UE. Mario Daghi con 17 meses en el poder ha comenzado las reformas necesarias. Habría continuidad y está por ver si Meloni será capaz de hacerlo. Meloni tiene tendencia a hablar de nacionalismo, identidad y proteccionismo por delante de reformas y competitividad. Italia ha tenido 30 primeros ministros y más de 60 gobiernos desde 1946, es un país caracterizado por una fuerte inestabilidad política. La previsible futura coalición significará la reentrada en política de Matteo Salvini y Silvio Berlusconi, dos figuras muy desacreditadas en el espectro político italiano, con una historia intensa de malos entendidos y desavenencias con Bruselas.

Italia ha sido el país más beneficiado por los fondos europeos destinados a relanzar poscovid la economía de los países miembros. Se trata de la colosal cifra de 200.000 millones de euros que deben llegar a Roma a través del programa Next Generation EU. Bruselas ya ha advertido que, para poder disponer de esta gran suma habrá que ceñirse estrictamente a las reglas comunitarias y seguir con las políticas reformistas de Draghi. A pesar de las buenas palabras de Meloni  en la víspera electoral, está por ver si su futuro gobierno será suficientemente virtuoso en materia económica y obediente a Bruselas en materia política para poder disponer finalmente de estos fondos tan sustanciosos. Muchos analistas confían en que “Giorgia Meloni se verá marcada y refrenada por la política, los mercados y el dinero”.

Meloni necesita Bruselas porque sin Bruselas no podrá hacer frente a la crisis y a la gestión de la elevada deuda pública italiana. Bruselas acepta la realidad electoral italiana y  parece decidida a ayudar a Meloni a tener éxito. Seguramente también le ha hecho saber que Italia es “too big to fail”, y que la caída de Italia en un precipicio económico sería un acontecimiento de imprevisibles consecuencias para Italia y para Europa.

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