El origen de la guerra de Ucrania es una evidencia. Una agresión rusa pésimamente calculada y peor realizada, contraria al derecho internacional y a las más elementales normas de convivencia. Todo esto ya lo sabemos.
También sabemos que Rusia tiene otra perspectiva del tema que, estemos o no de acuerdo, no puede arrinconarse. La revista Time, nada sospechosa de rusófila, publicaba un reportaje en el que se preguntaba por qué occidente no había escuchado antes a Rusia. Y recordaba que en 1992 el ministro de relaciones exteriores ruso Andréi Kozyrev, ya advirtió de que si occidente seguía atacando los intereses vitales rusos e ignorando sus protestas, acabaría produciéndose algún día una reacción peligrosa.
Cabe recordar que Kozyrev fue el ministro de relaciones exteriores más prooccidental y liberal que Rusia ha tenido desde la destrucción de la URSS. Yeltsin, un presidente que asumió con agrado la buena relación con occidente, ya anunció que estaba en contra de la expansión de la OTAN en la década de los 90, pese a los compromisos adquiridos por parte occidental que no se actuaría en ese sentido. Sin embargo, Rusia aceptó sin hacer un problema especial que los antiguos satélites soviéticos en Europa central formaran parte de la Alianza Atlántica, si bien los comentaristas rusos de la época, incluidos los liberales, señalaron que una oferta de integración a la OTAN de Georgia y Ucrania generaría un conflicto con occidente y un grave peligro de guerra.
Por tanto, no hay nada extremo o extraordinario en la actitud rusa actual. Es la consecuencia de todo un proceso de ignorar durante 3 décadas las reiteradas protestas y reparos rusos.
Para Rusia, Crimea es incuestionablemente parte de su país y es la única base militar que tiene la flota rusa en Sebastopol para acceder al Mediterráneo. También Rusia ha visto con recelo cómo el nacionalismo ucraniano ha actuado para liquidar la cultura y el idioma ruso que son propios de una parte de Ucrania. Pero esto no se tiene suficientemente en cuenta tampoco. Ucrania, desde el punto de vista nacional, está configurada por dos comunidades, una de lengua ucraniana que mira sobre todo a Europa y otra de lengua rusa que ha mantenido sus vínculos culturales y económicos con Moscú.
En este escenario la única respuesta que parece que es capaz de dar a la UE es mantener una guerra de desgaste contra Rusia a cambio de la sangre y destrucción ucraniana. Éste es el camino que siguen el presidente Biden y la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen. Pero, ¿a dónde nos lleva este recorrido? A empujar más y más a Rusia hacia China, algo absolutamente indeseable para Europa, a crear un antagonismo histórico entre este país y aquella cultura y Europa, a la destrucción humana y material de Ucrania y al conflicto interno y creciente en la UE porque los ciudadanos se van fatigando con la información dirigida que tiene como único objetivo que paguemos los costes de esta guerra con el dinero recaudado y más aún con las dificultades económicas que está provocando sobre Europa.
Hay voces autorizadas que piden otro camino y otra solución. Una de ellas es la del sociólogo e intelectual francés Edgar Morin que sugiere como solución para hacer la paz, que Crimea sea rusa, Odessa y Mariúpol puertos francos y que el Donbás esté bajo un condominio industrial en el que participen tanto Rusia como la UE.
Europa debería buscar con su propia experiencia la perspectiva necesaria para resolver este conflicto y en ese sentido debería recordar dos cosas muy importantes. Primera, fue la reconciliación y la reconstrucción común, especialmente entre Francia y Alemania, la que permitió el florecimiento de la actual Unión, pese a las guerras que se habían producido y la sangre derramada. Y esto lo hizo poco después de que hubiera finalizado la más destructiva de todas, la II Guerra Mundial.
El otro hecho que debería recordar occidente es que la sangre que derramaron los británicos, franceses y portugueses para defender su imperio cuando se derrumbaba, en pleno siglo 20, es un precedente que no está tan lejos de lo que ocurre hoy entre Rusia y Ucrania. Basta con recordar la guerra de Argelia y ponerse en lugar del pueblo argelino para constatar que agresiones injustificables se han producido en todas partes y que en este sentido occidente no es un ejemplo. En todo caso lo es por la forma en que posteriormente ha construido la concordia y la paz, y esta visión es la que debería aplicar al actual conflicto, y desgraciadamente no lo hace.