Puigdemont: la huida eterna. La sentencia del tribunal europeo y el presente y futuro del independentismo

La sentencia del Tribunal Europeo de Justicia (TJUE) en relación con la euroorden contra Puigdemont acula aún más al expresidente, si bien deja una hipotética brecha a la esperanza.

Veámoslo:

Lo que ahora ha dictaminado el TJUE es que el estado que ejecuta la euroorden, es decir Bélgica, no puede negarse a la entrega fundamentándose en la falta de competencia del órgano jurisdiccional que debe juzgar al reclamado.

Como se recordará, Bélgica cuestiona la competencia del Supremo para juzgar al exconseller Lluís Puig que es lo que se estaba dilucidando y que por extensión tiene repercusión sobre Puigdemont. Esta es la afirmación básica y rotunda, por tanto, Bélgica tendrá que llegar a extraditar al exconseller Puig.

Sin embargo, el texto judicial contiene unas expresiones que hipotéticamente pueden ser un resquicio a la esperanza porque si bien, por un lado, afirma que el rechazo a una entrega debe ser por algo excepcional, por otro lado, define el que puede ser esa excepción, en la medida en que la entrega del reclamado pueda significar la vulneración de un derecho fundamental.

El TJUE aún lo precisa más y señala que la excepción puede producirse si el riesgo por el denunciado de ver violentados sus derechos fundamentales se debe a «deficiencias sistémicas o generalizadas en el funcionamiento del sistema judicial del estado emisor», es a decir el español. Y también si existen razones «serias y fundamentadas para creer que la persona correrá el riesgo de ver vulnerados sus derechos».

Estas expresiones justifican la alegría, quizá impostada, de Puigdemont al recibir el resultado porque parten de lo a priori de que estas condiciones son evidentes en el caso de España. Lo que ocurre es que esta visión está muy lejos de la realidad.

Parece difícil que España pudiera mantener su estatus de estado de derecho en el seno de la UE si se justificara por parte de Bélgica la no extradición a base de considerar que existe una quiebra sistemática en el sistema judicial del estado español que pone en peligro los derechos fundamentales.

Sería una condena en toda regla en España y un problema de primera magnitud en el seno de la UE porque la Comisión no podría dar la espalda a un asunto de esa dimensión. Por tanto, lo más probable es que estas observaciones no tengan consecuencias y, como resultado, Bélgica se vea obligada a dar rienda suelta a la extradición.

Como la primera fue rechazada, el Tribunal de Luxemburgo da pie a que se produzca otra sin que este hecho vulnere ningún derecho por parte de los reclamados.

El juez Llarena no dará este paso de forma inmediata, sino que en el caso del exconseller Puig lo hará cuando el tribunal del proceso delimite cuáles son los delitos tras la reforma penal que ha llevado a cabo Sánchez. El resultado de esta decisión tendrá además fuertes implicaciones políticas.

Por otra parte, en los casos de Puigdemont, Comín y Ponsatí, esperará además que se resuelva de forma definitiva por parte del Tribunal de la UE sobre su inmunidad, una cuestión que se resolverá previsiblemente en marzo.

Por tanto, la partida no está terminada, pero el primer resultado es más bien favorable a los intereses judiciales españoles y sólo una sorprendente demostración de los vicios sistemáticos del sistema judicial español pueden transformar el escenario.

En este contexto, la fuga de Puigdemont se transforma en eterna, porque si le funciona mal la cosa en Bélgica, podría ir a Suiza donde las euroórdenes no funcionan porque está fuera de la UE.

En cualquier caso lo que sí es evidente es que cada vez más la situación judicial de Puigdemont moviéndose en estas coordenadas tiene un escaso poder movilizador sobre el independentismo que está situado en sus horas más bajas. También el papel de Puigdemont desde el exterior está agotado políticamente. Es muy humano que se quiera a salvo de la cárcel, pero debe asumir con realismo que su incidencia política desde esta situación tiende a desaparecer.

Sólo un retorno voluntario antes de las elecciones de mayo, que le llevara a situarse en la clandestinidad real en el interior de Cataluña, podría dar la vuelta a todas las coordenadas políticas para el independentismo tanto en el ámbito interior como también en el exterior. Entonces sí que su dirección política tomaría otra magnitud, e incluso su detención y encarcelamiento, que probablemente se produciría más tarde o más temprano, favorecieran esta eclosión del proyecto que él defiende.

Es un caso claro en el que la dinámica de un movimiento depende sobre todo de las decisiones de una sola persona y si ésta piensa sobre todo en gozar en su vida, o bien está dispuesto a sacrificios importantes a favor de la causa que promueve.

Lo evidente es que el independentismo está acabado sin una inyección de épica, aunque sea la épica del fracaso, como ya demostró Macià y con los hechos de Prats de Molló.

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