Histórica y al mismo tiempo inesperada por su contenido, la intervención del vicepresidente Vance en la Conferencia de Seguridad celebrada en Múnich ha despertado una reacción airada en varias cancillerías europeas y medios de comunicación hasta el extremo de acercarse, si no superar, la frontera de la histeria. Veamos, si no, los contenidos de diarios como El País y La Vanguardia después de esa intervención.

De lo que escriben se deducen dos cosas: son partidarios de que Ucrania continúe en guerra hasta que Putin la pierda, y que la sigan pagando como hasta ahora (66.000 millones de dólares) Estados Unidos. ¿Quién compra ese futuro? ¿Queremos un estado de guerra permanente con nuestro vecino? ¿Queremos volver a lo peor de los siglos pasados?

Europa se calló y se ha mantenido en silencio cuando la URSS atacó a Finlandia, lo que acabó con la cesión de una parte de la Carelia finlandesa. Fue la Guerra de Invierno, que se desarrolló entre el 30 de noviembre de 1939 y el 13 de marzo de 1940. El conflicto concluyó con la firma del Tratado de Paz de Moscú, mediante el cual Finlandia cedió aproximadamente el 11% de su territorio, incluyendo el istmo de  Carelia y la ciudad de Viipuri (actual Víborg), a la Unió Soviètica.

Posteriormente, durante la Guerra de Continuación (del 25 de junio de 1941 al 19 de septiembre de 1944), Finlandia intentó recuperar los territorios perdidos y ocupó áreas adicionales. Sin embargo, al finalizar este conflicto, el Armisticio de Moscú de 1944 y el Tratado de Paz de París de 1947 confirmaron las fronteras establecidas en 1940, consolidando la cesión de Carelia a la Unión Soviética. Finlandia se convirtió por obligación en un país neutral (como Austria, que todavía lo es).

De ese hecho se deducen dos lecciones. La primera es que Europa pretendió en el pasado tener siempre paz con la URSS cuando ésta era una potencia de primer orden y lo aceptó todo a cambio de esto. En Finlandia, la paz a cambio de territorios y la neutralidad le ha ido muy bien, convirtiéndola en un país con un alto desarrollo económico y social.

Ahora que no existe la URSS y Rusia tiene un PIB similar al italiano, las élites socialdemócratas y liberales europeas piensan que lo mejor es guerrear con Rusia en lugar de buscar la paz y la cooperación.

La incapacidad de esta Europa, que ha perdido todos sus fundamentos originales, es tal que ha convertido a Rusia —repito, con una medida económica ligeramente inferior a Italia— en una superpotencia a la altura de China y Estados Unidos, mientras que la UE, un teórico gigante mundial, es un invitado de piedra que implora un lugar.

¿En manos de quién estamos? ¿De Macron, que gobierna por decreto, de Scholz, al que le quedan cuatro días, casi literalmente, para pasar al tercer plan de la política alemana, de Sánchez y su minoría, que gobierna abusando del parlamento y con un gobierno inestable y polémico?

¡Qué paradojas! ¡Ahora mismo, Sánchez, el de los muros y la “fachosfera”, comparte mesa y acuerdos (bueno, más que acuerdos, conversaciones) en la reunión de París con el gobierno de los Países Bajos liderado por la extrema derecha!

Pero volvamos al discurso de Vance en Múnich. Las reacciones posteriores han confirmado lo que critica: la censura masiva, el dirigismo ideológico, la discriminación de la disidencia. Su texto no ha sido reproducido por ningún medio progresista y, en España, ni por éstos ni por la derecha. Páginas y páginas criticando algo cuyo contenido se censura. ¿Se quiere mejor verificación de la democracia dirigida bajo la que vivimos?

La realidad cruda y dura es que el texto de Vance ha sido literalmente censurado.

En un ejercicio elemental de libertad informativa, Converses a Catalunya ha publicado el texto literal en su versión oficial. Su contenido señala claramente un antes y un después. Muestra la ruptura de la gran alianza occidental entre el liberalismo cosmopolita de la globalización, responsable de las deslocalizaciones y la pérdida de puestos de trabajo en Estados Unidos, pero también en Europa, lo que ha afectado duramente a los trabajadores, y la “generosidad” en la admisión de una inmigración masiva que, por su velocidad de crecimiento y magnitud, ha terminado en el tercio.

La otra parte de la alianza es el progresismo de género, integrado por aquellas fuerzas políticas que, autodenominándose de izquierdas, han situado en un segundo plano las causas fundamentales de la desigualdad —que son las económicas— sustituyéndolas por aquellas que se derivan de la ideología de género y la ideología queer.

Así, la gran cuestión de todo el siglo XX, la de cómo nos relacionamos y los beneficios y costes que recibimos en el modo de producción, se ha trasladado al conflicto sobre el modo de vida, impuesto por el feminismo y el homosexualismo político.

Esto condena a la institución fundamental de nuestra sociedad —la familia abierta a la descendencia, con capacidad educadora y fundamentada en el matrimonio— a la sospecha de ser un instrumento de explotación por parte del patriarcado o, en el mejor de los casos, a ser considerada un mecanismo más de las relaciones de pareja, perfectamente superfluo, sin valorar las funciones valiosas e insustituibles.

Esta alianza ha sido hegemónica política, cultural y mediáticamente. Esta alianza objetiva entre liberales cosmopolitas y progresistas degenerados ha quedado rota por parte de Estados Unidos. Ésta es la nueva realidad, y de ahí la histeria.

Esta alianza objetiva ha perseguido la disidencia, ha cancelado toda referencia a Dios, ha proscrito la oración en determinados lugares públicos, y en aras de la libertad penaliza los tratamientos voluntarios de reversión de la homosexualidad, a la vez que facilita la destrucción quirúrgica y hormonal en adolescentes.

Tipifica delitos de odio mientras acentúa el odio contra el cristianismo, transformado en libertad de expresión. Le ha negado a la disidencia el derecho a tener una voz en igualdad de condiciones en el espacio público; en otras palabras, se han cargado Habermas sin decirlo y, además, citándole elogiosamente.

Han convertido el estado de derecho en un estado de leyes. Para entendernos, el franquismo no era un estado de derecho, pero sí de leyes; es decir, existían normas que regulaban los derechos, pero que se aplicaban de forma asimétrica en función de quienes eran los sujetos.

Esto, hoy en día, resulta evidente cuando la acusación de homofobia por decirle a alguien “maricón” puede salir muy cara y, al mismo tiempo, se sanciona la presencia de un par de personas rezando en silencio –repito, en silencio– en las proximidades de una clínica abortista, por considerar que están violentando a las mujeres que acuden. Esto es el estado de leyes que progresivamente ha ido aplicando Europa y del que España es una buena muestra.

Un estado de leyes es que el Tribunal Supremo anule unas elecciones por sospechas de que Rusia se ha gastado cien mil dólares en publicidad para el candidato vencedor o, como en España, que se anule la sentencia de los presidentes de Andalucía condenados por el gran escándalo de los ERE, la mayor corrupción que se haya producido en España. Antes, ese mismo tribunal ya se había pasado por el forro su propia jurisprudencia, junto a otros protagonistas, claro, en su sentencia sobre el aborto, cargándose el principio del derecho a la vida que figura en la Constitución española, la existencia de un tercero, el “nasciturus”, portador de derechos además de los de la mujer.

Esto, los muros internos y los cordones sanitarios al estilo Sánchez, excluyendo de la democracia a millones de ciudadanos en nombre de sus ideas, mientras a la vez acepta la validez y consideración del extremo opuesto, incluyendo comunistas de todo tipo. ¿En nombre de qué lógica democrática puede existir este tipo de planteamientos?

El discurso de Vance ha tenido la gran virtud de ponerlo en evidencia y además con ejemplos muy concretos. Ha dicho en la cara que el rey, como ya sabíamos, está desnudo. Y ha montado un gran escándalo.

Y ahora, ¿qué? ¿Vigilaremos a los chinos que nos invaden económicamente, haremos la guerra con los rusos y nos pelearemos con los americanos mientras la mayoría del mundo nos rechaza, como ha pasado con el Sahel y buena parte de África, o, como hemos descubierto con horror, con las sanciones a Rusia, que Europa está más sola que la una?

Quien nos gobierna nos ha metido en este lío y los ciudadanos debemos exigir salir de ellos. ¿Quién quiere ir a la guerra por el feminismo de género, que nos criminaliza, y las identidades LGBTIQ y sus banderas que desplazan nuestras banderas reales?

Creus que després de les diferències d'Europa amb la nova Administració dels EUA s'ha produït un canvi d'època?

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