Se habla mucho de industria, de la necesidad de reindustrializar y de la transformación en industria 4.0.
Desde la crisis del coronavirus se insiste todavía mas, como así demuestran las prioridades del fondo de recuperación europeo.
Si se miran las cifras sobre el papel, se podría decir que la aportación de la industria en Cataluña y España en general es más bien pequeña. En 2019, la contribución directa del sector industrial a la economía del Principado fue del 19,3% del PIB. A nivel español, su peso relativo cae al 15,9%, situándose aún más lejos de las economías de Europa central. En Alemania, la industria supone una cuarta parte del PIB.
Pero la importancia fundamental de la industria se explica porque este sector aporta beneficios extraordinarios para el resto de la economía.
Según el McKinsey Global Institute, en los Estados Unidos la fabricación industrial como tal aporta tan solo el 11% del PIB y el 8% de los empleos directos. Sin embargo, al mismo tiempo atrae al 20% de las inversiones de capital, al 30% del incremento de productividad total del país, al 60% de las exportaciones y al 70% de los fondos privados de Investigación y Desarrollo (I&D o R&D en inglés).
En Estados Unidos, la industria atrae al 20% de las inversiones de capital, al 30% del incremento de productividad total del país, al 60% de las exportaciones y al 70% de los fondos privados de Investigación y Desarrollo
Así pues, en pleno siglo XXI, se puede seguir diciendo que la industria es el corazón económico de un país. Observando su estado se puede hacer una diagnosis bastante completa de la salud de una economía.
Desde luego, dentro de la industria, no todos sus subsectores contribuyen de igual forma al progreso económico y la innovación. Entre los que mas concentran las mejores calidades de la industria están la electrónica, los aparatos médicos, la farmacia, los equipos de comunicaciones, los semiconductores, los automóviles y las herramientas de precisión.
Algunos de estos subsectores en particular protagonizan la actual guerra fría económica entre China y los Estados Unidos.
En este marco se inscriben los esfuerzos de reubicación de parte de las cadenas de subministro industriales en suelo norteamericano. Una política iniciada por Donald Trump y que Joe Biden sigue promoviendo incluso mas abiertamente. No hay que olvidar la orden ejecutiva de éste ultimo, «Buy American» (Compra Americano), digna de una gorra roja de campaña electoral de su predecesor.
Otra razón de fomentar los sectores industriales mas avanzados es que éstos se han convertido en un punto de acuerdo entre las diferentes facciones políticas.
Por ejemplo, en la industria norteamericana de los semiconductores se da la circunstancia que los intereses de la derecha dura y de los progresistas radicales coinciden: ambos quieren reforzar la industria de su país. Los primeros para ganar el pulso a China y asegurar la supremacía militar, los segundos para llevar a cabo la transición energética y no depender de importaciones de regímenes que vulneran sistemáticamente los derechos humanos.
Mientras tanto, Europa sigue dudando entre las dos superpotencias. Su fomento de la industria nacional es mucho mas tímido y faltado de visión: mas allá de evocar el vehículo eléctrico (hecho que se ha convertido en un verdadero tópico), nuestros gobernantes no parecen tener las ideas muy claras.