Los incendios forestales fueron hasta 1986 una plaga para Cataluña. El abandono del bosque, la penetración masiva de los ciudadanos durante el fin de semana, la proliferación de segundas residencias, entre otras razones, más el clima mediterráneo, hicieron que Cataluña estuviera cada verano al albor del clima y que de esta manera se multiplicaran los grandes incendios. El último importante fue en 1986, por lo tanto hace 34 años. A partir de entonces, sólo se han producido tres grandes episodios de incendios: en 1994, el mayor de todos con diferencia, en el que se quemaron casi 76.000 hectáreas, y ya a una escala mucho menor en 1998 con 18.000 hectáreas quemadas y en 2012 con 15.000 hectáreas, que son cifras moderadas. El resto de los años ha habido multitud de focos que han quemado varios miles de hectáreas, por ejemplo, el año pasado fueron poco más de 2.000 las hectáreas quemadas, y este año no llegan ni a las 200. Todo ello en un país en que su mayor parte de superficie es forestal, de hecho es uno de los territorios con más bosque de Europa (otra cosa es su calidad).
En todos estos años la gestión del bosque no ha mejorado y más bien la última década ha tendido a empeorar. El número de focos que se produce cada verano es muy alto. Cientos y cientos de incendios comienzan, lo que sucede es que no prosperan porque Cataluña dispone desde 1987 de una metodología y de una estrategia basada en la detección rápida del foco, la intervención inmediata sobre él para evitar que crezca y un buen control del territorio, tanto en el orden de la prevención como de la actuación. Desde el inicio del Programa Foc Verd de 1987, se han desarrollado y perfeccionado los parámetros de control e intervención, las estrategias y los recursos, y el resultado es singularmente bueno. Es uno de los logros que puede exhibir el país y que paradójicamente es poco celebrado.
Pero ¿qué tiene que ver un incendio forestal con una pandemia? Pues los puntos de contacto son numerosos y la lógica común es equivalente, lo que es naturalmente diferente son los medios que se utilizan y los parámetros que se utilizan, específicos en cada caso. Todo se concentra en el mismo punto: la detección inmediata del foco. En el caso de la pandemia, la prioridad sería aún más precisa: la detección inmediata de las personas afectadas y detrás de este punto se despliega toda la dimensión necesaria de tests y de pruebas. La segunda gran cuestión es la intervención rápida, impedir que el foco se propague, y aquí entran en juego los rastreadores y la eficacia de su trabajo y el control de los confinamientos. Cuanto más alta sea su efectividad, mejor es el resultado. Se trata de trasplantar a la salud pública la misma operación que se hace para perimetrar el incendio, pasar a la fase de control de este y ulteriormente extinguirlo. La lógica es exactamente la misma: perimetrar los contagios de una persona, evitar que este perímetro se extienda y vigilar que ella sola se consuma a través de la cuarentena.
La pregunta es: ¿por qué si hemos sabido concebir estrategias efectivas y aplicar las medidas necesarias a los incendios forestales, el gobierno actual se demuestra incapaz de llevar a cabo la tarea equivalente para afrontar un problema mucho más trágico y mucho más perjudicial económicamente como es el Covid -19?
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