Pese a la vicepresidenta Calviño, no se ve luz al final del túnel

La vicepresidenta Nadia Calviño en sus últimas declaraciones sobre la situación y perspectivas económicas afirma dos cosas que son ciertas, pero que sin mayores aclaraciones llevan al engaño.

Una es la del importante crecimiento registrado este año. AIReF parece confirmarlo con unos resultados francamente buenos del orden del 5,3%. Aquí hay que añadir dos consideraciones de peso. Se trata de un aumento de rebote, dada la importante caída que provocó la crisis de la Covid-19. Tanto es así que a pesar de todo, hemos cerrado el 2022 con un PIB que todavía sigue siendo inferior al del 2019.

La otra consideración en este mismo sentido del crecimiento observado, es que el 61% de éste se debe al turismo, que ha ingresado, gracias a los visitantes y la inflación, 160.000 millones de euros, por lo que representa el 12,2 % del PIB. En otros términos, nuestro crecimiento pasado y futuro tiene como pieza fundamental el turismo, lo que significa continuar con un modelo de baja productividad.

Calviño sostiene también que, a diferencia de buena parte de la UE, España no tendrá una reducción del PIB, sino que crecerá. El INE avanza una previsión del 1,6%, pequeña, pero mejor que la cifra negativa que parece que van a experimentar países como Alemania. No es seguro. El importante banco de inversiones Nomura establece el crecimiento en un pírrico 0,3%, lo que significa de hecho el estancamiento puro y duro. Pero atención, porque tanto en una como en otra hipótesis el factor turismo, si los empresarios del sector aciertan, pesará aún más porque consideran que en el 2023 continuará el incremento. La consecuencia es que si se mantienen estas referencias significa que el resto de sectores, y en particular la industria y la exportación, sí registrarán tasas negativas.

A esta radiografía del túnel hay que añadirle el agujero presupuestario que se sitúa en torno a los 50.000 millones de euros, aunque Hacienda ha registrado un incremento no previsto de 30.000 millones. Por tanto, la desviación habrá sido de 50.000 millones (desviación, es decir, la suma entre el exceso de ingresos y el déficit presupuestario). El problema radica en conocer qué parte de esa desviación es gasto recurrente; es decir, que se prolongará en el próximo año y quizás otros, porque éste es el riesgo de la actual dinámica de gestión económica del gobierno. El alud de recursos circunstanciales fruto del esplendor fiscal provocado por la inflación y el dinero de los fondos Next Generation pueden tener como consecuencia un gasto que continúe cuando estos flujos de dinero hayan terminado. Sobre esta importante cuestión no sabemos nada.

Otra variable de la cuestión es que existe consenso en considerar que la inflación subyacente tardará en reducirse, lo hará poco a poco y seguirá por encima del 2%, al menos hasta finales de 2024, y por tanto aquí habrá una continuada degradación de las rentas sobre todo las procedentes del trabajo.

Por último, el endeudamiento público, pese a la certeza de que su coste se endurecerá debido a las decisiones del Banco Central Europeo, ha registrado un nuevo empuje debido al elevado gasto que ha hecho el gobierno, por el cual el pasado mes de noviembre volvió a superar los 1,5 billones.

En definitiva, el riesgo casi cierto de un aumento del gasto recurrente en los años futuros, el mantenimiento de la inflación a lo largo de los dos próximos ejercicios, la cimentación de nuestro crecimiento en un sector de baja productividad como es el turismo, más el déficit y el endeudamiento serían las pinceladas que caracterizarían el cuadro actual, que desgraciadamente sigue presentando las mismas luces y sobre todo sombras del de toda la vida. No hemos salido del túnel.

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