Sánchez y Pablo Iglesias están lejos de ser Suárez y Santiago Carrillo. Estos dos escenarios resumen bien porque no es posible ahora una actualización de lo que en su momento significaron los pactos de la Moncloa.

Suárez se caracterizó por su capacidad de diálogo y pacto con todas las fuerzas políticas desde el primer momento. Carrillo por su flexibilidad política y su capacidad de adaptar las tesis del Partido Comunista a la realidad española, asumiendo incluso, y no sin dificultad, la monarquía y su bandera como representación de España.

Sánchez es todo lo contrario de Suárez. Hasta ahora mismo ha vivido encastillado en una soberbia escasamente responsable en su relación con los partidos de la oposición. No les ha consultado ninguna gran decisión, ni ha dialogado, simplemente les ha comunicado sus decisiones. Pablo Iglesias y su gente son incapaces de reconocer la razón y la diferencia con los demás. El mejor ejemplo es su propia pareja y ministra de igualdad, Irene Montero, que a pesar de todo el desastre acaecido en Madrid, al no reconoce la grave responsabilidad contraída promoviendo la manifestación feminista del 8 de marzo, acusa a quienes les critican por aquel suceso, que ayudó a acelerar la expansion del Covid 19 en Madrid, de ser unos machistas.

A pesar de las dificultades políticas y económicas, los gobiernos de Suárez estuvieron formados por personas de primerísimo nivel profesional y político. El Gobierno de Sánchez es mediocre, y sobre todo ha fracasado en su lucha contra la pandemia. Aún tiene pendiente explicare porque después de conocer la experiencia China, la de los países asiáticos y la de Italia, que se anticipó ha nuestra situación en dos semanas, al final nos hemos convertido en el primer país del mundo en muertos por el coronavirus por millón de habitantes. En proporción somos el estado que ha sufrido más daños, y esto debe entrañar una responsabilidad como mínimo política.

En España hay 265 muertos por millón de habitantes, ya por encima de Italia con 263, y con una diferencia que crece en nuestra contra. En el Reino Unido, que todo el mundo coincide en que empezó tarde y mal, son 65. En los Estados Unidos, otro país criticado por sus flojas medidas iniciales y sin sanidad pública, son 26, y en Alemania sólo 17. Todo esto es muy grave y no puede continuar. Los discursos, la abundancia de palabras no suplen la realidad; en todo caso consiguen enmascararla durante algún tiempo.

Pero, incluso siendo malo, no es lo peor, porque este calificativo corresponde a su incapacidad para reconocer cualquier error. La reciente entrevista de Grande-Marlaska, negando toda equivocación, define el perfil político de este Gobierno.

Y junto con los errores del pasado continúa una deriva incomprensible. Es el caso de las mascarillas protectoras. Después de negar contra toda evidencia su utilidad protectora si eran utilizadas por todas la población, ahora van a recomendar su uso. Pero, como no disponen de existencias suficientes por su imprevisión reiterada, se escudan en un “estamos estudiando su aplicación” como si se tratara de un complejo problema tecnológico, en lugar de una distribución suficiente de este sencillo producto.

Hay más ocurrencias. Han pedido a las comunidades autónomas  listas de posibles edificios, hoteles, residencias y, nada más y nada menos qué polideportivos, para instalar, se supone que a miles y miles de desconocidos portadores sin síntomas del coronavirus, como si la mayoría de esta población no tuviera un hogar donde residir, y sobre todo cuando no saben cuántos son ni dónde se encuentran, simplemente porque carecen de los test y de la organización necesaria para detectar a estas personas. Es un hacer ver que se hace, y no una práctica eficiente.

Podrían adoptar medidas sencillas, poco precisas sí, pero de gran alcance, como la toma de temperatura corporal mediante termómetros láser, para el acceso a los lugares de trabajo y de transporte, como un medio de discriminar primariamente una parte de la población, a fin de evitar contagios una vez se levante parte del confinamiento y mientras no se disponen de mascarillas. Pero no, prefieren un inventario de polideportivos para mandar a vivir (?) a portadores no sintomáticos.

Lo que necesitamos es un gobierno de unidad presidido por una persona de indudable capacidad y con las virtudes humanas necesarias para conducirlo. Un gobierno que represente a todas las sensibilidades políticas o al menos a las más importantes, pero que las figuras que las encarnen sean de primer nivel. Un gobierno de unidad con capacidad para actuar como mínimo durante dos o 3 años, que son los que necesitaremos para recuperarnos económicamente, y afrontar el hecho de que una nueva causa de mortalidad anidará entre nosotros el SAR- COVID-19, y al mismo tiempo tener capacidad para afrontar las crisis que ya sufríamos antes y que se van a acentuar. Todo es demasiado complejo y difícil para dejarlo en manos de quienes han demostrado tan escasa capacidad y sentido de la responsabilidad colectiva y del bien común.

Los pactos de la Moncloa que plantea Sánchez y sus seguidores declarados encubiertos, son un subterfugio para intentar salir del pozo político en que ha caído, como demuestra la opinión publicada en la prensa internacional, que se hace cruces de la situación y la gestión española. Y este es un daño más a añadir en la lista. El del prestigio de España, la famosa marca España está enormemente deteriorada. Los mismos que han contribuido a ello no pueden ser las caras del necesario relanzamiento.

Los datos demoscópicos lo constatan: Macron en Francia, Conte en Italia y Merkel en Alemania han visto su popularidad acrecentada con la crisis, todo lo contrario que Sánchez

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