El nuevo orden mundial postpandemia y el papel de la UE

El orden mundial ha ido cambiando sucesivamente de naturaleza a lo largo de las últimas décadas. A partir de la Segunda Guerra Mundial se podía hablar de la existencia de un orden mundial bipolar, caracterizado por el predominio de las dos grandes superpotencias ganadoras de aquel conflicto bélico: los Estados Unidos y la Unión Soviética (URSS). Otra manera de definir el orden mundial en aquellos momentos, sobre todo a partir de 1947, consistía en hablar de la «guerra fría» existente entre los dos grandes poderes, que no llegó a hacerse caliente por miedo a lo que se llamaba entonces estratégicamente MAD ( mutual assured destruction, Destrucción mutua asegurada de las dos partes), que provocaría la utilización de armas nucleares. Sin embargo, se estuvo muy cerca de llegar a una guerra abierta, por ejemplo en 1961 con la crisis de Berlín o en 1962 durante la crisis de los misiles cubanos, salvada por Kennedy y Kruschev en el último minuto.

El orden mundial bipolar se terminó con la caída del Muro de Berlín en 1989 que marca el final del «corto siglo XX», 1914-1989, según el historiador Eric Hobsbawm, y la posterior desaparición, por implosión, de la URSS en 1991. Occidente alcanzó entonces una gran victoria a escala global. Los grandes pilares que sustentaban la civilización occidental -democracia liberal, economía de mercado, libre competencia, cooperación transnacional, multilateralismo, orden liberal mundial basado en reglas- habían triunfado sobre el comunismo, el totalitarismo y la economía planificada. El politólogo estadounidense de origen japonés, Francis Fukuyama, escribía que aquel gran triunfo de Occidente equivalía al «final de la historia». Lo expresaba en términos filosóficos hegelianos. La historia habría llegado a su culminación racional. Democracia liberal y economía de mercado parecían dos recetas indiscutibles en todo el mundo. A partir de los años 1989 y 1991, sólo quedaba en pie una única superpotencia -Estados Unidos- y su hegemonía significaba la instauración de un nuevo orden mundial unipolar.

El orden mundial bipolar se terminó con la caída del Muro de Berlín en 1989 que marca el final del «corto siglo XX», 1914-1989, según el historiador Eric Hobsbawm, y la posterior desaparición, por implosión, de la URSS en 1991

Pero lo que parecía que iba a durar indefinidamente comenzó a tambalearse inesperadamente muy pronto, a partir de comienzos del siglo XXI. Occidente, con Estados Unidos a la cabeza, no supo aprovechar su gran victoria de 1989. Paradójicamente, comenzó a partir de entonces un proceso de desoccidentalización que todavía dura.

Cuatro eventos principales lo explican:

1) Atentados terroristas islámicos producidos en territorio estadounidense en 2001, que provocan el inicio por parte de los Estados Unidos de grandes guerras antiterroristas lejos de sus fronteras (Irak, Afganistán, etc.) que todavía duran y que han supuesto enormes gastos militares, estimados en más de seis billones de dólares (seis veces el PIB español).

2) La Gran Recesión de 2008, comparable con la Gran Depresión de 1929 que generó terribles consecuencias económicas y sociales, auge de los populismos (nazismo, fascismo, comunismo), y que condujo directamente a la Segunda Guerra Mundial; las dos grandes crisis tuvieron por origen los Estados Unidos.

3) Triunfos políticos populistas en el Reino Unido y en Estados Unidos en el año 2016, Brexit y elección de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, que significaban el repliegue de las dos potencias anglosajonas.

4) Llegada de la pandemia del coronavirus del año 2020, con una respuesta occidental menos eficiente que la china.

Los cuatro eventos anteriores corren en paralelo con tres corrientes de fondo:

1) Declive relativo de la potencia hegemónica, Estados Unidos, debido a problemas internos (polarización política, populismo, problemas raciales, desigualdad, inmigración) y el gran reto exterior chino.

2) Reemergencia con gran fuerza de China (líder mundial tradicional durante milenios, excepto los dos «siglos de humillación», XIX y primera mitad del XX), lanzada de manera vertiginosa en una carrera hacia el liderazgo mundial, que la pandemia ha consolidado (única potencia que ha crecido en el año 2020).

3) Regreso de los viejos imperios -Rusia, India, Turquía, Irán, etc.- como potencias regionales.

A la vista de los fenómenos anteriores, los analistas consideran que la pandemia ha puesto fin al orden mundial unipolar existente a partir de 1989 y señalan el comienzo de un nuevo orden mundial emergente, sobre la naturaleza del qual no coinciden.

Tres opiniones principales son destacables.

En primer lugar, algunos analistas creen que el nuevo orden emergente vuelve a tener un carácter bipolar. Consideran que la reemergencia de China provoca este retorno, figurando China como potencia sustitutoria de la antigua URSS. Este nuevo mundo bipolar podría conducir o no a una nueva guerra fría, según se vayan desarrollando las relaciones sinoamericanes, que son de tres tipos: competición (inevitable), cooperación (necesaria), enfrentamiento bélico (evitable). La principal confrontación a evitar es la que se conoce en relaciones internacionales como «la maldición» o «síndrome» de Tucídides, que consiste en afirmar que cuando se da la coincidencia de una potencia hegemónica con otra que emerge con gran fuerza, la guerra entre las dos es inevitable.

Un segundo grupo de analistas consideran que nos acercamos a un orden mundial de carácter multipolar. La multipolaridad significaría el establecimiento de redes de poder con nodos y sería un orden general de tipo regional con líderes regionales. El regreso de los viejos imperios lo provocaría de manera especial.

Finalmente, un tercer grupo de analistas piensan que la principal característica del nuevo orden mundial emergente es el desorden, con un retorno de la realpolitik y de una lógica neoimperial que impondrían las dos potencias dominantes, los Estados Unidos y China.

La Unión Europea ha abierto un proceso de reflexión sobre su papel en el marco de un nuevo orden mundial emergente postpandemia.

De puertas adentro, considera que lo que le conviene es ultimar su proceso de integración regional empezado ya hace más de setenta años, y terminar de definir su tipo de unión política. Este es precisamente el propósito de la Conferencia sobre el Futuro de la Unión Europea que acaba de empezar y tiene un carácter participativo. Está abierta a la ciudadanía europea, a la que se invita a expresar sus propuestas de futuro. La Conferencia se ha iniciado el 9 de mayo de este año y cerrará el 9 de mayo de 2022 (el 9 de mayo es el «Día de Europa»).

De puertas afuera, el actual Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, ha declarado que «la UE debe encontrar urgentemente su camino en un mundo de gigantes , cada vez más afectado por trastornos políticos y por políticas de poder y confrontación; la UE necesita aprender a utilizar el lenguaje del poder; para empezar necesita que el proceso de toma de decisiones en materia internacional abandone la regla de la unanimidad y adopte la regla de la mayoría«. También ha declarado que la UE debe desarrollar una «autonomía estratégica» que permita cooperar cuando sea posible y actuar unilateralmente cuando sea necesario. Borrell dice que a la UE le conviene «más autonomía en todas las áreas: militar o de seguridad, energía, digitalización, economía; una autonomía estratégica que aporte más capacidad de liderazgo, poder e influencia».

Por su parte, el antiguo Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Javier Solana, opina que la UE ha de construir una «confianza estratégica» con China y EEUU, y que también hay que llegar a una «asociación estratégica «con Rusia.

Ambos coinciden en la necesidad de que la UE se convierta en un verdadero «actor global» y creen que a la UE le conviene que las relaciones internacionales no entren en una lógica neoimperial en la que los países se vean obligados a decidir si están de parte de los Estados Unidos o de China. La clave estaría en sustituir este G-2 en un G-3 en el que Europa estaría al mismo nivel y lideraría iniciativas de cooperación que potencias medianas como Japón, Canadá o Australia pudieran apoyar. Si no lo hace, algún analista ha escrito que «la UE corre el riesgo de ser parte del menú internacional en lugar de ser uno de sus comensales».

En una conferencia pronunciada recientemente en Barcelona, ​​el ex-primer ministro italiano, Enrico Letta, también ha avisado de que «la UE tiene que reaccionar para evitar su irrelevancia en el nuevo orden mundial emergente postpandemia; si no lo hace, sólo podrá elegir entre ser una colonia americana o una colonia china «.

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