Noticia de Cataluña (8). Del trabajo como es debido, el inmobiliario y el turismo

Junto con la familia, el hogar y el uso social de la tierra, un cuarto elemento es primordial: la aptitud para el trabajo. La forma en que los catalanes responden a cada nueva derrota, un resultado desgraciadamente demasiado frecuente en nuestro pasado, y cómo se rehacen cada vez de ella, es por su especial valoración por el trabajo.

Como escribe Jaume Vicens, “Ser trabajador quiere decir, en nuestra tierra, tener todos los caminos abiertos por un porvenir como es debido ”, y añade “desde 1936 ciertas complicaciones psicológicas nacidas en el calor de la coyuntura económica lo han envuelto de mucho menos… Ahora hay quien aconseja más viveza que trabajo, más destreza que espíritu laborable ”. Cuando nuestro historiador añade la segunda reflexión lo hace en coordenadas concretas, la de los años cincuenta, en el franquismo más profundo y autárquico, donde la relación de la burguesía con el poder era más importante que el trabajo bien hecho. Después, con los cambios que inició el Plan de Estabilización de 1959, se recupera la revalorización, el sentido del trabajo para lograr “un porvenir como es debido ”.

Tanto es así, que esta condición es asumida por mucha gente de las grandes oleadas inmigratorias del siglo XX, murcianos, andaluces, aragoneses, extremeños, que darán pie a la formación de una pequeña -y a veces no tan pequeña- burguesía y una clase media emergente forjada precisamente en la ósmosis de ese sentido catalán del papel del trabajo en la vida. Es precisamente esa tirada a trabajar que le hace escribe a Gaciel en relación con España, que a nosotros nos interesa la paz y no el conflicto, y le permite recordar la frase sentida, que si bien toda el agua que cae en la península desciende hacia el Atlántico, con la excepción del Ebro, casi toda peseta que rueda, termina en el Mediterráneo, en Cataluña. Eran tiempos pasados ​​que nos ayudan a pensar sobre nuestro presente y cómo hemos perdido prestigio y posición. Hoy la moneda rueda hacia el centro.

Lo que Vicens Vives denomina aptitud para el trabajo, ha experimentado también una transformación negativa, que la élite política no sólo no ha intentado enmendar, sino que ha acentuado. Su transformación en deleite por el beneficio es una cuestión muy lógica en una economía de mercado, pero este deleite librado de todas sus limitaciones sociales y morales debido a la cultura de la desvinculación, ha dado lugar al beneficio sea como sea, y explica cómo el capital autóctono industrial y laborable se ha transformado en buena parte en gestor turístico e inversor inmobiliario, haciendo un mal servicio al país y a su productividad.

Es una gran hipocresía social, que en la época en que está de moda la responsabilidad social de la empresa, sea uno de los períodos en los que hay dos actividades depredadoras del territorio y de los bienes públicos de manera sistemática y a gran escala. Son el urbanismo del “pesetas, pesetas y todo lo demás son puñetas” y el turismo del “cuanto más mejor”.

La apropiación privada de las plusvalías colectivas es la gran historia pendiente de escribirse en la Barcelona gobernada por la post izquierda. Todo grupo ha hecho negocio por poca oportunidad que tuviera, a base de recalificaciones y modificaciones continuadas del planeamiento vigente. Lo que al pequeño propietario se le veta, ha estado a la orden del día para la gran empresa. En este caso, una interpretación bien y bien flexible de la legalidad ha sido el instrumento, en poblaciones pequeñas y medianas. En el otro extremo, la especulación ha sido menos sofisticada: la recualificación pura y dura, la construcción fuera de norma, ha contado con la necesaria colaboración del Ayuntamiento de turno. Y suerte que durante muchos años, entre 1980 y 2000, el arquitecto Joan Antoni Solans veló con rectitud y sabiduría por el urbanismo de Catalunya. Pese a él, antes y después de él, el juicio ordenador que queríamos para Catalunya ha sido zampado por el ladrillo y el hormigón.

El turismo, como la construcción, son fuentes legítimas y positivas de riqueza, pero, como todo, dentro de unos límites. No se entiende en absoluto que a los empresarios del sector productivo se les limite tanto por las externalidades negativas que generan sus actividades, mientras que en las dos actividades mencionadas, las externalidades del mismo signo ni siquiera se identifican.

Hemos ido creciendo con un turismo masivo, desordenado, alcoholizante, vandalizador. Cataluña se va convirtiendo en el vertedero de Europa de las vacaciones de verano. Demasiada gente viene atraída por la falta de normas, límites, orden y respeto. Este saltamontes que crece, depreda, hace más costosos los servicios públicos y los empeora. Y ese coste y empeoramiento lo pagamos los ciudadanos de este país cada vez más espectadores, que no protagonistas de su propia tragicomedia como pueblo. Más policía, más horas extra, miles de ellas, y menor atención a otras áreas a lo largo del verano.

La sanidad, con el añadido de las vacaciones, se convierte en toda una aventura. El colapso circulatorio genera unas deseconomías gigantescas, que como pagamos todos nadie contabiliza, ni los perjudicados, que somos la mayoría que no sacamos provecho. También afecta a la productividad, la innovación y el capital humano. Este tipo de actividad que es el turismo de baja calidad, que paga bajos sueldos, con horarios muy duros, es uno de los antídotos más potentes para la modernización de la economía catalana.

Todo esto lo estamos pagando caro, con lento retroceso relativo en el campo económico, muy costoso en el orden social. Barcelona, ​​el gran motor catalán, cada vez menos dinámico y con menos peso.

Pero lo peor no es todo esto, sino algo más irreparable: la destrucción de una mentalidad colectiva en la que el trabajo, el trabajo bien hecho, era una exigencia moral. Era la condición popular para un porvenir como es debido. Ésta es una de las grandes fuerzas de los atributos históricos, que casi hemos perdido.

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