No se puede gobernar bien Cataluña sin pacto con el gobierno español

Esta evidencia ha sido negada a lo largo de los años de predominio gubernamental independentista. El resultado salta a la vista: no hemos obtenido ningún beneficio y, en conjunto, Cataluña hoy tiene menos importancia económica, política y cultural que una década atrás, y ya no digamos que a principios de siglo.

Inicialmente, el independentismo optó por la vía directa, presuntamente rápida y unilateral. Era una posibilidad, pero alejada de la realidad porque la correlación de fuerzas no era suficiente. El independentismo debe reconocer que mientras no se tenga una presencia arrolladora en el propio país, no puede pensar en confrontarse con el estado y al mismo tiempo con la Unión Europea. Pero, además, esta gran mayoría es muy difícil de lograr, como lo demuestra la constancia en las cifras. Del mismo modo que el independentismo se demuestra irreductible en la adversidad y en su máxima movilización, se sitúa en torno a los 2 millones de personas, la otra parte de la sociedad catalana que se opone mantiene la misma dimensión, con fluctuaciones en función de la participación electoral.

ERC parece haber avanzado e intenta una vía intermedia. El problema de esta opción, con un reparto de papeles Junqueras-Aragonès, radica en que se sitúan sobre la mesa dos temas que no tienen salida, y lo saben: la amnistía y el referéndum. Mientras estas dos cuestiones sean la puerta de entrada a la normalización, y no el final de un hipotético y largo hoja de ruta, la pérdida de peso de Cataluña continuará.

Basta con observar los resultados del Pacto del Majestic entre CiU y PP en 1996, hace 25 años, para constatar qué significa éxito en las negociaciones. A pelota pasada, socialistas, independentistas y tuti cuanti lanzaron piedras contra aquel acuerdo, pero que cuando se contemplan sus hechos concretos acontece que es lo más importante alcanzado tras la consecución de la autonomía.

La simple enumeración de aquellos acuerdos es la mejor calificación que se puede hacer de ellos. Recordémoslas:

  • Corresponsabilidad fiscal, que no existía.
  • Capacidad normativa sobre los impuestos cedidos. Ahora ya nadie recuerda que este pacto fue su origen.
  • Cesión de un 30% del IRPF a las autonomías. Por primera vez este impuesto intocable, de naturaleza estatal, pasaba a ser también autonómico y dotaba de una dinámica más flexible al rígido sistema de financiación imperante.
  • Revisión de la financiación sanitaria. Desde entonces, poco más se ha hecho a gran escala.
  • Supresión de los gobernadores civiles. Un hito histórico del catalanismo por lo que significaban de autoridad política central.
  • Desarrollo del modelo policial catalán. La actual dimensión de la policía catalana tiene su origen en estos acuerdos, a los que hay que añadir el traspaso de competencias en materia de tráfico, porque en el Estatuto de Autonomía nos olvidamos de incorporar esta precisión.
  • Traspaso del INEM y de las políticas activas de empleo, que ha permitido a la Generalitat desplegar un organismo propio con, por cierto, muy mal resultado.
  • Traspaso de los centros y servicios correspondientes a la gestión de las prestaciones sanitarias.
  • Reforma de la ley de puertos para hacer posible que los que son de interés general, es decir, responsabilidad del estado, puedan tener presidentes y gestionarlos en el ámbito autonómico y establecer la libertad tarifaria. No se escapa la importancia de este punto dada la magnitud que tiene el Puerto de Barcelona y que, hasta ese momento era una isla de poder estatal.
  • Reforma de las leyes de costas para dar más participación a las comunidades autónomas.
  • Reforma de la ley del suelo para facilitar su adaptación a las especificidades de cada autonomía.

Y tres puntos finales de una extraordinaria también importancia. Uno, la presencia de las autonomías en la toma de decisiones sobre la Unión Europea y en las delegaciones españolas ante los entes comunitarios. Cataluña tenía un especial interés en este punto porque la Generalitat tenía una visión específica de cómo abordar la política comunitaria y quería introducirla en el seno del estado. Con el paso de los años Cataluña ha olvidado esta cuestión y ha dejado de hacer también política europea. Y es que si se olvida de la política española de rebote va la otra. Otra cuestión dotada de un gran simbolismo: la supresión del servicio militar obligatorio. Posiblemente más tarde o más temprano este objetivo se habría alcanzado igualmente, porque se hacía necesaria la profesionalización del ejército, pero el mérito radicó en hacerlo entonces y que fuera una iniciativa surgida de Cataluña. Finalmente la aplicación de tipo reducido de IVA, de un 7% en los peajes de las autopistas, que era todo un asunto catalán. Este acuerdo permitió una importante reducción de costes.

Puesto todo esto sobre la mesa, es extraordinario y pone de relieve cómo vivimos hoy haciendo un mal uso de las mejoras del autogobierno conseguidas en el pasado. Basta imaginar si no sería un éxito extraordinario que el actual gobierno de la Generalitat pudiera poner sobre la mesa un listado de acuerdos de equivalente importancia. No vemos claro que el camino emprendido vaya por ahí. Y es que el árbol de la independencia no permite ver el bosque de la mejora del autogobierno de Cataluña.

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