Las personas que valoran la acción de Colau por impedir la circulación de vehículos, primero con el urbanismo táctico, después con los ejes verdes y la liquidación de carriles de circulación, no tienen en cuenta la realidad de la ciudad. Se dejan llevar por el populismo de la palabra y de las imágenes que les ofrece Ada Colau, que les presenta una especie de ciudad jardín a base de calles peatonales y plantar una vegetación pobre y limitada.
El deseo es comprensible, la realización nos está llevando a la destrucción de la base económica de la ciudad. Sólo un dato permite constatarlo.
De los 3 componentes que alimentan la renta de un territorio, de una ciudad, los ingresos por el trabajo, el excedente bruto de explotación de las empresas, básicamente los beneficios y las transferencias del estado, que significa sobre todo las pensiones, la ciudad de Barcelona presenta un perfil que no se corresponde con el de una ciudad dinámica y con futuro, porque resulta que el peso de las pensiones sobre la renta total ya es superior al del excedente bruto de explotación, es decir, lo que aportan las empresas. Que lo que ingresan los jubilados sea el segundo motor de la ciudad debería ser motivo de preocupación.
Y la acción de Colau debilita aún más la base económica de Barcelona. Ahora mismo ha salido un estudio de la Universidad de Girona que, por primera vez, evalúa en detalle la gente que visita la ciudad cada día. Cuando hablamos de estas visitas rápidamente las asociamos con el turismo y en el caso de Barcelona es evidente. Pero, atención, los turistas en todos los conceptos: los que vienen a residir a la ciudad, 171.000, como usuarios, los que vienen de excursión a la ciudad, y aquellos que están instalados fuera de ella, pero que allí residen una noche. Todo este paquete representan aún no unas 300.000 personas al día para una población de 1.600.000 residentes. Es mucho, pero queda lejos de la gente que visita la ciudad porque trabaja, 322.000, y aquellos otros que vienen a realizar gestiones o a satisfacer actividades de ocio, 459.000. En otros términos, cerca de 800.000 usuarios de la ciudad son vecinos que, por razones laborales de gestión o de ocio, acuden a Barcelona.
Pues bien, una parte importante de esta gente, que puede llegar a situarse entre la mitad o más de los vehículos que circulan por la ciudad, utiliza el coche privado. Las dificultades para acceder y desplazarse en su interior generan unos costes que disuaden de la función de centralidad de Barcelona, produciéndose así una sangría que día a día debilita las actividades económicas, unas más que otras. Las únicas que se mantienen intocadas, porque no responden a esa lógica de desplazamiento, son precisamente los turistas. Y así paso a paso Barcelona se va convirtiendo en una ciudad en la que su monocultivo acabará siendo la actividad turística. Hoy ya es importante, pero no representa más del 12% del PIB de la ciudad, una pequeña parte de toda la actividad económica que conllevan los visitantes del entorno sea más lejano o más cercano. Las actividades más debilitadas son sin duda aquellas que ofrecen servicios que es fácil encontrar en otro sitio. También la actividad económica relacionada con el ocio, sobre todo en los días de cada día. Pero el estrangulamiento va extendiéndose a todos los ámbitos porque la articulación entre unos y otros es importante.
Pero es que además los vehículos privados son una pequeña parte del total de la movilidad de Barcelona. Solo el 20,4%, la mitad aproximadamente de Madrid y de las demás capitales españolas. No existe un uso extraordinario de este medio de transporte, sino una mala política de movilidad que multiplica sus impactos negativos. Si se observa el tipo de transporte utilizado en una secuencia larga, por ejemplo desde 2005, se puede ver que lo que se denomina movilidad activa, es decir andar e ir en bicicleta, prácticamente no se ha movido a pesar de los carriles que se han metido de más. Está situada en torno al 45%. El desplazamiento en coches se redujo ligeramente del 22,8% al 20,4%, siendo el transporte público el que ganó parte de esta pérdida del 31,5% al 34,5%.
La conclusión está clara. No se puede hacer populismo con las cosas de comer, y hacer una ciudad mejor no significa empobrecerla .
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