Artur Mas, que fue defenestrado como presidente de la Generalitat por la CUP, la más pequeña de las formaciones políticas parlamentarias, ha vuelto al ruedo de la política con la pretensión de alcanzar otra vez la presidencia, una vez que el periodo de inhabilitación al que fue condenado ha quedado zanjado.
Su actividad pública desde este momento ha sido poco menos que frenética, combinando las entrevistas por aquel motivo con la presentación de su libro Cap fred, cor calent. De sus declaraciones y conversaciones se hace evidente el deseo de volver a encabezar una candidatura que le lleve a la presidencia de la Generalitat de las manos de JxCat y Puigdemont.
És evidente que no participará en ningunas primarias de partido, a las que sí aspiran otros candidatos como Damià Calvet, consejero de Territorio y Sostenibilidad, Àngels Chacón, consejera de Empresa y Conocimiento, y el que parece mejor colocado de todos, porque es el hombre de Puigdemont, Jordi Puigneró. Mas será candidato si hay alfombra roja.
Lo interesante del caso es que hay un sector de la alta burguesía catalana dispuesto a apostar por su nombre, a pesar de que su carrera política demuestra que su capacidad para esta práctica no es de las más brillantes a juzgar por los resultados. Le costó ganar al tripartito, a pesar de sus debilidades como gobierno. Cuando lo logró, su resultado fue mucho más magro que el que le auguraban las encuestas antes de las elecciones, claro indicador de que la campaña electoral le fue adversa. Empezó gobernando, exhibiendo sentido de la responsabilidad que tradujo en unas reducciones presupuestarias de las que todavía la Generalitat a duras penas se ha recuperado. Fue en este sentido más papista que el Papa. Después se apuntó a una galopada que empezó con el Pacto Fiscal y terminó con el derecho a decidir, como antesala de la independencia. En medio convocó unas elecciones anticipadas que debían facilitarle el camino a la mayoría absoluta y que en realidad le hizo perder diputados.
En su carrera hacia el independentismo se cargó la coalición de Convergencia y Unió, la gran solución de Gobierno de Cataluña a lo largo de más de dos décadas. Fue incapaz de reconocer, la noche de las elecciones plebiscitarias, que no las habían ganado, y para ello consagró a la CUP como socio necesario. Una jugada que le costaría la reelección, porque esta organización le vetó. Un hecho insólito por el poco peso electoral de esta fuerza política ante el número de diputados, que superaban los 60 de la coalición JxSí, que encabezaba Más. Su propio partido aceptó aquella imposición escasamente democrática, tuvo que ceder y marcharse a casa. Pero antes eligió a su sucesor, a Carles Puigdemont. Con estos antecedentes una persona razonable no vuelve a la política.
Pero Mas quiere volver y para ello despliega iniciativas más que curiosas. Defiende una solución al estilo del “Antiguo Régimen” y los partidos que se turnaban de común acuerdo en el gobierno, con un pacto entre JxCat y ERC para ocupar la presidencia de la Generalidad turnándose cada cuatro años. Sería una anomalía democrática que movería a escándalo, si no fuera que en Cataluña las anomalías ya no existen.
¿Cómo es posible en una democracia otorgarse la presidencia del gobierno pactando un período de ocho años? También propone un referéndum pactado con el gobierno español, lo que equivale a no proponer nada, porque nada de esto sería nunca aceptado, y donde la máxima novedad sería no votar por un sí o por un no, sino elegir entre la independencia y las propuestas que formulase el gobierno. Mas propone como solución más de lo mismo para vivir instalados en bucle para toda la eternidad. A bastantes que han convertido la independencia como una buena forma de ganarse la vida, ya les conviene.