Un grupo de antiguos funcionarios catalanes de las instituciones europeas acaba de elaborar un Manifiesto Pro Europa en relación con las próximas elecciones en el Parlamento Europeo, que se celebrarán en junio de este año.
Ya se han adherido algunas entidades europeístas como la sección catalana de AIACE (Asociación de Antiguos Funcionarios de las Instituciones Europeas) y el Consejo Catalán del Movimiento Europeo.
El texto del Manifiesto Pro Europa es el que reproduzco a continuación por su interés.
POR EUROPA
A la Unión Europea, una construcción inacabada, quieren destruirla como fue destruido Cartago, porque sus libertades, mejorables, pero en la vanguardia del mundo, su prosperidad, mal repartida, pero generalizada, su Estado de bienestar, perfectible, pero lo mejor con mucho, su conciencia climática, insuficiente, pero la más avanzada, su integración supranacional lenta, pero envidiable, son un peligro para quienes prefieren el pasado al futuro, para los reaccionarios de todo tipo, individuos, partidos o gobiernos de dentro o de fuera. Europa les asusta, supone un riesgo evidente: atrae y contagia democracia, valores, anhelo de prosperidad.
La Europa de 2024 se sitúa en un contexto preocupante, pero también en la estela del europeísmo inspirador del presidente Jacques Delors y ante el horizonte inmediato de las elecciones europeas. De ellas pueden surgir tanto nuevos impulsos para superar las amenazas como nuevos obstáculos que hagan más difícil afrontarlas con éxito.
Cuando la Unión Europea se haya ampliado en Albania, Bosnia y Herzegovina, Macedonia del Norte, Moldavia, Montenegro, Serbia y Ucrania, quizás también en Georgia y, menos probable, en Kosovo y Turquía, los términos Europa y Unión Europea serán (casi) sinónimos, solo Islandia, Noruega, Suiza y Reino Unido no estarán dentro de la Unión por propia voluntad, aunque tal vez un día podrían unirse.
La nueva ampliación de la Unión requerirá coraje y audacia, no se puede agrandar más la casa europea sin antes haber reforzado sus fundamentos y haberla acomodado para acoger a nuevos miembros. Ambas tareas deben desarrollarse sin demora y en paralelo. Habrá que revisar los mecanismos de toma de decisiones, dotarla de más recursos y renovar algunas de las políticas, como la de exterior y de seguridad común y la de defensa. El avance decidido hacia una Europa federal sería el mejor camino para encarar estas reformas.
Incluso haciendo el pleno continental, Europa seguirá siendo un pequeño continente y con escaso peso demográfico en comparación con África, América y Asia. Europa es una criatura delicada, que requiere cariño y atención de los ciudadanos europeos protegiéndola de amenazas y agresiones. Pero también debe saber identificar y manifestar sus intereses sin complejos, afirmar su lugar en el mundo, tejer alianzas múltiples, defenderse con sus propios medios.
Tiempo atrás, Europa fue la cuna de metrópolis coloniales que un momento u otro, sucesiva o coetáneamente, dominaron el mundo. Fue imbatible en el campo de batalla y en la producción de bienes, la ciencia, las artes, las humanidades, la seguridad.
Hoy, los europeos conscientes de la situación actual perciben con temor el retroceso de Europa, la dependencia de otros en defensa, energía, materias primas y tecnologías clave; sin gas ni petróleo Europa reduce su competitividad, sin chips paran sus fábricas. Fue duro descubrir al inicio de la pandemia que dependíamos de China por unas miserables mascarillas y de la India por los antibióticos más corrientes. Con la invasión de Rusia a Ucrania, hemos abierto los ojos a nuestra dependencia del gas ruso y del paraguas defensivo americano.
Y, sin embargo, es necesario matizar el pesimismo, evaluarlo, porque todavía podemos, y mucho. Somos el primer bloque comercial del mundo, la principal fuente y el mayor destino de inversión directa exterior. En tiempo récord se fabricaron y se distribuyeron las vacunas más efectivas contra la COVID-19 y ya se exportan mascarillas. No son hechos triviales sino señal de nuestras capacidades y potencialidades. Y, además, en la Unión hemos sido capaces de responder solidariamente a la última crisis económica.
Las estructuras económicas europeas resisten, el Estado de bienestar -una invención europea- renquea, pero Europa es todavía la región más social y solidaria del planeta, más que China, que Estados Unidos y, no digamos, que Rusia. Europa, con el 7% de la población mundial, produce el 25% de la riqueza, concentra el 50% del gasto público mundial y facilita más de la mitad de la ayuda humanitaria y de la ayuda al desarrollo. También es un poder normativo precursor en materias tan relevantes como la propiedad intelectual, los mercados y servicios digitales o la inteligencia artificial.
Todo esto refleja un sistema de conquistas sociales, de prioridades, de consensos básicos, históricamente conseguidos gracias a la cooperación europeísta entre las grandes corrientes políticas mayoritarias en Europa después de la Segunda Guerra Mundial: la democracia cristiana, los liberales, la socialdemocracia y los verdes; un sistema que debería enorgullecernos y estimularnos a fortalecerlo y defenderlo de las amenazas.
Unas las tenemos en casa. Las ultraderechas cuestionan el sistema, lo consideran dispendioso, creen en el darwinismo social, la suya es la sociedad de los fuertes, son portadoras de la idea de la desigualdad natural, que cada uno se espabile como pueda. Las ultraizquierdas quieren eliminar aquellos elementos y reglas de la construcción europea que no encajan en su reductiva cosmovisión social. Los extremos olvidan la sabia combinación de la competencia que estimula, la cooperación que fortalece y la solidaridad que une, que preconizaba Jacques Delors, gran visionario de la construcción europea.
Otras amenazas proceden de fuerza, la brutal de los misiles y tanques de la Rusia de Vladímir Putin, la desbordada guerra de Israel y Hamás, el rechazo de nuestras libertades y valores por el fundamentalismo islámico, el uniformismo, los controles, la aplicación selectiva de reglas y el dumping social de China, la hegemonía del amigo americano.
Mucho de todo esto se jugará o defenderá en las elecciones europeas de junio de 2024. La campaña electoral será dura y sucia, desde dentro por las amenazas interiores y desde fuera por el asalto de quienes quieren destruir a la Unión y utilizarán el poder de las redes, la confusión de las falsas noticias, la intrusión informática para distorsionar la campaña. Seamos conscientes de ello y preparémonos para enfrentarnos a ello.
Europa se encuentra ante un cruce que merece especial atención. También se ha dicho en precedentes elecciones al Parlamento Europeo, pero hoy es más cierto que nunca. Europa merece la atención consciente de los ciudadanos europeos y un voto que salve las libertades, las conquistas sociales y que le encauce hacia un federalismo integrador.
Un grupo de antiguos funcionarios catalanes de las instituciones europeas acaba de elaborar un Manifiesto en relación con las próximas elecciones en el Parlamento Europeo, que se celebrarán el mes de junio de este año Share on X