A estas alturas en España se han producido 13 nuevos brotes, todos ellos identificados y al parecer con una red de transmisión bien delimitada. El caso que puede ser más complicado es el del foco de la provincia de Huesca, junto con Lleida, básicamente por dos razones. Porque uno de ellos es una empresa frutera que irradia multitud de contactos personales y también por la proximidad a Lleida y el riesgo de que se produzcan en aquellos territorios nuevos focos, como ya sucedió semanas atrás.
Pero más allá de estos primeros brotes, una vez decretada la normalidad, lo que preocupa a los expertos son los vectores que pueden generar nuevos casos y el riesgo de que alguno de ellos desborde los mecanismos de contención. Los vectores que determinan este riesgo radican en primer lugar en el uso inadecuado de las mascarillas, y el relajamiento en la distancia física y la higiene de manos. Una parte de la población no las utiliza, especialmente la más joven. Después sucede que, si bien su uso está generalizado en el trabajo y en el transporte público, después, cuando el ambiente se relaja y en los periodos y espacios de ocio, su utilización decae hasta desaparecer.
Un segundo factor son los adolescentes y jóvenes. No todos, pero sí una proporción importante, no sólo desprecian el uso de la mascarilla y la distancia social, sino que introducen prácticas de riesgo. Los botellones masivos que se han observado en León y en Palma de Mallorca son un ejemplo. Esta práctica se ve complicada por el hecho de que el Covid-19 se presenta de forma leve o sin síntomas entre la gente joven, lo que los hace portadores inconscientes del coronavirus y agentes de transmisión en sus contactos entre congéneres y personas de más edad. En este sentido, la transmisión en el núcleo de una misma familia es una de las causas de riesgo motivada por la introducción del coronavirus a través del hijo o el nieto. El relajamiento de las medidas de distancia física son más difíciles de garantizar.
Sanidad estima que en este momento un 40% de los nuevos casos son transmisores silenciosos. Este es el riesgo. Después viene otro derivado de la presencia turística, pero en este caso se juega con el difícil equilibrio entre recuperar parte de la actividad económica y la seguridad.
En todo caso, lo que algunos expertos señalan al gobierno español es que, una vez más, los procedimientos que está adoptando son inadecuados para el fin que persiguen: evitar nuevos contagios. Se considera que debería haber una campaña intensa y continuada de responsabilización de los ciudadanos en relación con la utilización de la mascarilla, de cuáles son los comportamientos adecuados, de una gestión específica sobre los colectivos jóvenes, un cumplimiento más exacto de la normativa por parte de la autoridad y también unas normas más sencillas, concretas y fáciles de obligar a cumplir.
Dejar al criterio del ciudadano en función de apreciar la distancia física con otras personas es una de esas medidas confusas que sirven de poco y resultan imposibles de hacer cumplir. Si realmente se quiere cortar la transmisión, el uso de la mascarilla debería ser obligatorio en todo, excepto en la práctica del deporte y en la naturaleza, pero necesario en el espacio público en las ciudades, y esto no tanto porque el riesgo de contagio sea importante, sino para generar la disciplina y el hábito necesario de que la mascarilla es imprescindible a partir del momento en que sales de casa, y quien dice mascarilla dice pantallas protectoras, que para mucha población pueden ser más cómodos de llevar y que correspondientemente limpias, tienen una vida útil mucho más larga.
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