Los jóvenes contra el poder. ¿De qué se extrañan?

De que se extrañan que los chicos se apunten a opciones políticas contra el poder establecido. Es una regla histórica, pero es que además en nuestro tiempo y a diferencia de un pasado reciente, el poder cultural, político, económico, no solo los ha abandonado, solo hace falta ver el desequilibrio intergeneracional de los recursos públicos, sino que sistemáticamente apuesta por alienarlos hasta la enfermedad.

En las últimas elecciones europeas, uno de cada cinco jóvenes varones votó a la derecha alternativa. Uno de cada cinco. No jubilados ni viudos indignados con la factura de la luz: chicos que aún no han estrenado la calvicie ni han pagado una hipoteca. Chicos con zapatillas caras y dignidad maltratada.

El dato no es una ocurrencia de opinador nervioso. Lo firma el Journal of European Public Policy en un estudio titulado “The youth gender gap in support for the far right”. La conclusión: la Generación Z masculina vota derecha radical, el doble que sus compañeras femeninas, y esa brecha no existía en generaciones previas. Algo ha pasado.

Ese “algo” se repite desde hace años, pero nadie lo escucha, porque a nadie le interesa oírlo: muchos jóvenes varones no saben qué se espera de ellos. Se les pide que renuncien a todo lo que antes definía a un hombre —autoridad, iniciativa, valor— pero no se les dice con qué sustituirlo. Se les regaña, pero no se les enseña. Y, sobre todo, se les culpa.

Durante la última década, una parte del discurso social ha sido clara: el varón, sobre todo si es joven y blanco, es sospechoso. De machismo, de privilegio, de opresión estructural. A veces se le permite hablar, pero solo si empieza por pedir perdón. No por lo que ha hecho, sino por lo que representa.

En este clima, el chico que se cría sin referentes y sin propósito busca refugio. A menudo lo encuentra en el sarcasmo. O en la testosterona mal digerida de ciertos youtubers. Y a veces, en la política. Pero no en la política razonable y centrada. No: en la que le promete devolverle algo parecido a un lugar. Aunque ese lugar en ocasiones no sea de fiar; y en otras si lo sea.

No hay que romantizar esta deriva. Pero tampoco conviene negarla. Cuando un fenómeno se repite en Francia, Alemania, Países Bajos y también en España —donde, según el CIS de enero de 2025, Vox es ya el partido más votado por los hombres de 18 a 24 años—, no hablamos de anécdotas. Hablamos de una tendencia continental. Y cuando esa tendencia es casi exclusivamente masculina, no basta con decir que son unos retrógrados. Hay que preguntarse qué falla.

El trabajo, por ejemplo. En España, un joven de 20 años sabe que tardará años en cobrar lo que cobraba su padre con 25. Vive con sus padres, encadena contratos basura, y en el mercado inmobiliario es poco más que un turista. Ve que las mujeres avanzan con méritos y con apoyo institucional, lo cual no siempre es justo ni necesario, pero percibe que nadie hace campaña por él. Y, por tanto, se desconecta.

La educación tampoco ayuda. Desde hace años los datos muestran que los chicos abandonan los estudios mucho más que las chicas. En 2023, el 16% de los varones de 18 a 24 había dejado el sistema educativo sin título superior. Ellas, un 11%. Esta diferencia se amplía. Y nadie parece inquietarse. Si fuera al revés comeríamos esta “brecha de género” todos los días. ¿Es extraño que estén hartos? A los varones se les dice que lean, que se comporten, que respeten. Todo eso es bueno. Pero no se les dice cómo ser hombres en un mundo que ha cambiado sin dejarles instrucciones.

En este vacío, aparecen los salvadores. Algunos están en foros donde se intercambian memes misóginos como si fueran estampas de fútbol. Otros, en canales de YouTube que mezclan el culturismo con la conspiración política. Y, por supuesto, están los partidos. Los que no les dicen “tú eres el problema”, sino “tú tienes razón”. Los que no piden que se deconstruyan, sino que se levanten. Aunque sea para arremeter contra todo.

El feminismo —que tantas cosas ha logrado, y muchas con justicia— ha generado también una reacción. Negarlo es inútil. Según el propio CIS, la mitad de los hombres menores de 25 años cree que “la igualdad ha ido demasiado lejos y ahora discrimina a los hombres”. El dato es incómodo. Pero no menos cierto. Y si la respuesta es tratarlos de ignorantes, ellos solo verán confirmada su sospecha: que nadie quiere escucharlos, solo aleccionarles.

No es odio lo que sienten, al menos no siempre. Es orfandad simbólica. Es desconcierto. Es sentirse menospreciado en una época que idealiza la diversidad, pero olvida al chico corriente. Ese que no destaca, que no milita, que no entiende bien qué ha pasado, pero sí que ha perdido algo. Y como todo el mundo necesita una épica, él la encuentra en el lugar más ruidoso.

El estudio europeo lo deja claro: los chicos jóvenes se están convirtiendo en el grupo con mayor propensión a votar fuerzas de derechas. Y no es un fenómeno efímero. Las preferencias políticas se forman en la juventud y tienden a durar. Si hoy votan a la ultraderecha con 20 años, lo harán con 30. Y con 40.

Las chicas jóvenes, mientras tanto, abrazan valores progresistas, defienden causas globales, aprueban más, participan más, sufren también más ansiedad —es cierto—, pero canalizan su malestar de otra manera. Ellas siguen creyendo, en general, que el futuro puede ser suyo. Ellos, no tanto.

La brecha no es solo ideológica: es existencial. Y tiene efectos visibles: tensiones en el aula, silencios en las cenas familiares, ruptura en las expectativas afectivas. Muchos jóvenes varones creen que no pueden decir lo que piensan; muchas chicas creen que ellos no piensan en absoluto. El resultado es una conversación imposible.

Todo esto explica la deriva. Obliga a entenderla. Porque lo contrario del entendimiento no es el castigo: es la negligencia. Y si no se ofrece a los chicos jóvenes una identidad digna, una voz válida, un futuro posible, seguirán buscándolos donde puedan.

El joven que vota a la derecha radical no es un ser extraño, ni un joven perdido, sino alguien al que la política y cultura dominante ha enviado a la marginalidad, lo ha expulsado, no lo ha integrado, y ya se sabe cómo termina eso: Lo escribió Humberto Eco: “Apocalípticos o Integrados”

La Generación Z masculina vota derecha radical, el doble que sus compañeras femeninas, y esa brecha no existía en generaciones previas. Algo ha pasado. Compartir en X

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