Tenemos perspectiva suficiente para poder comparar la evolución de las seis oleadas, que no son pocas. Sin embargo, hay que advertir desde el principio, que la idea de ola responde más bien a una visión política del problema, porque da la sensación de que una vez ésta ha pasado volvemos a la normalidad. Era aquella frase que le habrá vuelto muchas veces a la boca de la ministra de Sanidad, Carolina Darias, cuando afirmó que ahora las mascarillas tenían que dejar paso a las sonrisas, que han quedado heladas en nuestros rostros, tras el chiste de Sánchez de decretar el uso obligatorio de la mascarilla al aire libre .
Pero volvamos a la cuestión. No es propio hablar de oleadas, porque en realidad vivimos desde marzo del 2020 en una situación de pandemia, porque el SARS-CoV-2 se mantiene activo y lo único que registramos es una mayor o menor afectación humana en función de sí reducimos o no las medidas preventivas. Esta evidencia significa que los gobiernos, tanto español como catalán, deberían haber aprovechado este tiempo para hacer una buena pedagogía de un comportamiento que debía ser interiorizado como hábito para protegernos del contagio, en lugar de precipitarse a anunciar “ nuevas normalidades” y dictar medidas restrictivas porque el cielo se nos cae encima, como ha hecho ahora Aragonès, que después de celebrar una manifestación con 35.000 personas el domingo, autorizar el concierto de Lluís Llach con 15.000 y sin medidas especiales y celebrar el PSC su congreso en un espacio cerrado donde reunió a algunos miles de personas, pase a medidas tan drásticas que derrumbarán la hostelería, el ocio nocturno y por extensión el turismo de la ciudad de Barcelona
Si observamos las 6 oleadas, podemos constatar sus diferencias y semejanzas. El mejor criterio para interpretarlas, porque es lo que realmente cuenta en último término, es el de los muertos. En primer lugar, es necesario considerar el número de casos que se han producido. No tiene sentido utilizar una referencia numérica para la primera ola, porque hubo infradiagnóstico. La observación a partir de la segunda hasta la actual nos señala que correlativamente se ha producido un fallecimiento por cada 74 casos en la segunda; un muerto por cada 56 para la tercera; uno por cada 105 para la cuarta, uno por cada 205,8 para la quinta y 1 por cada 279,1 para la actual, que todavía está lejos de haber terminado.
En realidad lo que está pasando es que la covid en la actualidad, gracias a la vacunación, y posiblemente también porque la nueva variante Ómicron tiene un impacto más leve, sólo ingresan en los hospitales personas que realmente tienen patologías muy graves, no vacunados y también aquéllas que presentaban ya antes otras deficiencias en su organismo, y esto explica esta mortalidad tan alta del número de hospitalizados. Dicho esto, hay que añadir que si tuviéramos un buen gobierno y una buena oposición sería necesario que, de todas formas, nos aclararan con pelos y señales una cifra tan alarmante como la que en estos momentos constatamos, porque 1 muerto por casi cada 3 ingresos hospitalarios es realmente muy impactante.