La sentencia del Supremo, hasta que el Tribunal de Justicia de la UE la revise, y puede pasar tiempo, crea importantes problemas en el gobierno Sánchez y aún más en ERC, porque significa la demolición de la extraña estrategia de este partido que, por un lado, juega a ser izquierda en la política española y, por otro, quiere mantener, al menos verbalmente, la bandera del independentismo.
Si esta segunda parte es cierta, ahora ya no tiene excusa y puede ponerse fácilmente de acuerdo con todos los demás que han predicado que «lo volveríamos a hacer».
Ahora, con la sentencia del Tribunal Supremo en la mano, es fácil repetir desde las instituciones el intento de independencia y, a diferencia de la anterior vez, no envainarla transcurridos 2 segundos, porque el TS con una dura advertencia señala que los procesos independentistas que no vayan acompañados de actos de violencia o intimidación pueden producirse con la mayor de las impunidades.
Esto obviamente es una bofetada fuerte para Sánchez pocos meses antes de las elecciones municipales y autonómicas, pero al mismo tiempo también significa una invitación clara a volver a hacerlo, naturalmente si uno quiere de verdad la independencia.
Pero, ¿de qué serviría? Pongámonos en la mente de una estrategia independentista.
Serviría para mantener en primera página de la UE la reivindicación independentista de Catalunya y permitiría abordar muchos aspectos formales al respecto. Solo se trata de que no haya violencia, que nunca se ha deseado, y evitar cuidadosamente toda intimidación. Y la acción te sale «gratis» total.
Es una forma de renovar el entusiasmo en las mermadas filas e incluso de interesar a personas que están más o menos lejanas, pero que por razones de otro tipo rechazan la situación actual. Estos actos de independencia inicialmente simbólicos podrían tener una importante fuerza de arrastre. Han despejado el campo para que JxCat, si conserva un mínimo de lucidez y coherencia, pueda definir una línea que sea algo más que el verbalismo actual.
Naturalmente, esto choca de lleno con la estrategia de Trias para las municipales y, por tanto, es un horizonte que previsiblemente se produciría después de las mismas… si es que se acaba de producir. Porque es evidente que ERC no está dispuesta a emprender este camino, porque su opción es simplemente ser eso, ERC. Sin independencia.
Pero esta vocación, que se traduce en la alianza de hierro con Sánchez en el Congreso en Madrid, choca con la lógica descrita y sobre todo con lo que ocurrirá con el precedente de la sentencia del TS con las decenas y decenas de juicios pendientes, que afectan a miembros del proceso, en los que también están implicados militantes de ERC.
Todo esto ocurre porque este partido ha renunciado a uno de sus objetivos que decía que eran necesarios: la amnistía. Se ha conformado y ha retirado de la mesa esta reivindicación, y la ha sustituido por un proceloso camino de retoques y rebajas judiciales que ahora le han llevado a quedar contra la pared y colgado de la brocha sin escalera. Si no hubiera aceptado este camino y hubiera mantenido la reivindicación de la amnistía, seguramente hubiera forzado también al gobierno de Sánchez a dar pasos parecidos a los que ha dado. Pero ahora no se encontraría en el callejón sin salida.
En realidad ERC, si quiere mantenerse en la línea que defiende, de gobierno de entendimiento con la izquierda española, necesariamente debe renunciar a la vía independentista y debe hacerlo con claridad, no a base de intentar ocultarlo con los hechos y excitarla con el discurso. Si esto no lo hace, sus contradicciones políticas acabarán siendo insuperables y la condenarán a la derrota electoral, que le llegará antes que tarde, porque, por otra parte, si bien dispone de mucho dinero para gastar, no tiene una capacidad de gestión a la altura de los recursos y, sobre todo, no lo olvidemos, es un partido que pretende gobernar con el 10% de los votos del electorado.