Lo que hacen los gobiernos marca la diferencia. ¿Por qué el Véneto lo ha hecho mejor?

España es el país del mundo con más impacto de muertes por coronavirus en relación a la dimensión de su población. En esta referencia clave, sin considerar que la contabilización es además muy estricta, solo se consideran como víctimas a los que dieron positivo en la prueba, lo cual en un país donde precisamente lo que han escaseado son los test que señalan el contagio, permite pensar, y esta va a ser una de las grandes polémicas, que la cifra real de muertos es mucho mayor.

Pero ahora ciñámonos a la cifra oficial. Pues bien, esta primera y luctuosa posición puede contemplarse desde dos perspectivas: la que más interesa al gobierno, la de la fatalidad, dando el 100% de la culpa del daño al Covid-19, o aquella otra que dice que el número de muertes depende de las medidas adoptadas. Esto es bastante evidente en el caso de los países asiáticos de éxito, como Taiwan, Hong Kong y Corea, pero también en el caso alemán.

Ahora, un caso mucho más próximo remacha la cuestión de la gran responsabilidad gubernamental. Se trata de la diferencia de resultados entre dos regiones del norte de Italia, la Lombardía y el Véneto, ambas afectadas inicialmente por la pandemia, ambas fueron las primeras confinadas, una es limítrofe de la otra, pero las administraciones regionales no actuaron igual, y el Véneto sale mucho mejor parado de la prueba.

Allí, el virus brotó con violencia, pero se bate en retirada tras una serie de medidas que otros territorios no supieron adoptar a tiempo. Los datos son concluyentes. Si Lombardía (Milán/Bérgamo) es la cruz de la moneda, Véneto (Padova/Venecia) es la cara. En el último recuento oficial, Véneto registraba 662 muertos y 11.000 casos confirmados. Mientras, Lombardía, superaba los 9.200 fallecidos y rozaba los 52.000 casos. ¿La clave? Con cifras tan dispares, las dos han realizado casi el mismo número de test.

Una primera diferencia es que en la inicial “zona roja“ de confinamiento, en la población de Vo’ (el equivalente de Igualada en Cataluña aunque está ultima ha sido la manifestación de todo lo contrario, del desacierto, al confiarlo todo al confinamiento sin recursos) se practicaron test a todos los habitantes del pueblo. Esto permitió deducir que entre el 50% y el 70% de los infectados no estarían desarrollando síntomas. Estaba claro desde el primer momento donde radicaba el problema.

Los no sintomáticos son muchos y son una fuente formidable de contagio. Por eso hay que aislarlos inmediatamente. La mayoría eran personas jóvenes y sanas. Pero lo más interesante de todo es que cuando los contagiados asintomáticos fueron aislados en Vo’, el porcentaje de enfermos disminuyó de golpe del 3,2% al 0,3%.

Segunda conclusión importante: la circulación del virus alrededor de una misma persona, aunque ya esté infectada, agrava su patología, y por tanto la mortalidad. También permite explicar porque el personal sanitario ha sufrido la enfermedad más que otros colectivos, no solo por riesgo de contagio, sino por evolución de la patología, y porque las residencias sin ningún tipo de actuación por parte del gobierno se han convertido en la mayoría de casos en trampas mortales.

En este sentido, la acción guiada por los test realizada de buen principio es fundamental. Lo que España precisamente no ha hecho. Porque ahora se ha sabido que hasta el 14 de marzo, empresas españolas estaban exportando con total libertad este bien necesario por inacción del gobierno.

El gráfico adjunto muestra la relación entre letalidad y test, ofreciendo una correlación ( R2) muy significativa de 0,7154 (como más próxima esté de 1, mayor es la correlación).

Este ha sido el gran error del gobierno en Madrid y en Cataluña: no realizar test con los asintomáticos, una medida que con lentitud y mucho retraso, se plantea ahora. Fue el mismo error que cometió Lombardía.

También la experiencia de Véneto ofrece una explicación para el grave error cometido con las residencias: no hicieron test al personal que trabaja allí, a quienes los cuidan, que son en muchos casos asintomáticos y son los que han llevado el virus a los ancianos. Es gente que hacía una vida normal, entraba allí, infectaba a las personas mayores. Por eso en España las residencias incólumes han sido aquellas en las que los cuidadores por decisión propia se confinaron con los residentes.

Otra experiencia clave del Véneto es que los hospitales y ambulatorios médicos pueden convertirse en focos de contagio porque el virus es muy peligroso en ambientes cerrados donde hay muchas personas. Por eso hay que actuar enseguida en hospitales y ambulatorios médicos. Ese por ejemplo ha sido el desastre del Hospital de Igualada, que reprodujo semanas después lo que sucedió en urgencia de Bérgamo, donde había llegado un paciente con síntomas, que fue el que infectó a los médicos, a las enfermeras, a todos los pacientes. Otra cosa que se hizo bien es evitar la hospitalización de todos los pacientes con síntomas. Si esto realmente es así, habría que avanzar para recobrar la normalidad en la disponibilidad de los circuitos de sanidad pública.

Otro error grave cometido en España en relación con el Véneto fue aconsejar a la población no llevar mascarillas. Las mascarillas no dan una protección al 100%, pero si las lleva todo el mundo, baja muchísimo el riesgo de contagio. “Cuando llegaron los médicos enviados por China, se quedaron estupefactos. Nos decían que si estábamos locos”.

Los ascensores son lugares singularmente peligrosos, pero nada se ha dicho de ellos.

Los errores cometidos por España, y en los que Cataluña ha abundado, es un pésimo análisis del coste: un test puede costar diez euros; tener una persona ingresada en urgencias puede llegar a 60.000 euros.

Obviamente, no se puede hacer un test a toda la población, pero sí practicar una buena elección de las muestras y no parar. Y desarrollarlos por categorías de riesgo. Eso es lo que ahora va a empezar a hacerse en España pero que todavía no ha empezado, como con las mascarillas, que están “estudiando” su aplicación.

El caso del Véneto, que no sigue las primeras instrucciones de la OMS, cuestiona el acuerdo de esta instancia que ha estado mucho tiempo no recomendando las mascarillas y test. Esto genera desconfianza en torno a este organismo, más próximo a una burocracia gubernamental que a una instancia de prevención médica de expertos reales con experiencia sobre el terreno.

La batalla contra el coronavirus no finalizará cuando se levante el estado de alarma. Algunas medidas se mantendrán y se crearán otras totalmente nuevas. Algunas son claras:

  • Buscar los anticuerpos del virus en la sangre, es muy fácil.
  • Saber cuántas personas han tenido la infección.
  • Utilizar a las personas con anticuerpos para trabajar en lugares como residencias de ancianos, fábricas o donde haga más falta.
  • Podríamos utilizar el plasma de esas personas para curar a pacientes. Esta terapia ya se está utilizando y puede funcionar como una vacuna pasiva: anticuerpos metidos directamente en la sangre.

Y una advertencia final a partir de esta experiencia: el porcentaje de población europea que lo ha pasado todavía no es muy grande. El virus tiene mucho margen todavía, muchos cuerpos que infectar, muchas vidas en riesgo.

La vida no va a ser como antes, al menos no hasta que no estemos inmunizados por una vacuna o de manera natural. Habrá que ir con mascarillas todo el día, habrá que evitar las grandes concentraciones, habrá que cancelar todo tipo de espectáculos deportivos, congresos, quedadas, discotecas, bares. Los restaurantes se podrán volver a abrir distanciando mucho las mesas. La vida a partir de ahora será mucho más complicada, y para la vacuna falta un año más o menos, y después, el tiempo a que llegue para todos. Posiblemente no será una vacuna para toda la vida, pero entonces bastaría con una protección de año en año, como con la gripe. La producción deberá ser algo nunca visto para que llegue a todos, y ese puede ser otro problema económico y moral. Además del personal de primera línea, los enfermos y mayores de 65 años deberían tener prioridad para reducir la mortalidad.

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