La crisis del sistema educativo español y la ley Celaá (I)

Los problemas de nuestro modelo educativo sitúan desde hace años a España en los últimos lugares de Europa, y lejos los resultados que le corresponderían por su renta per cápita y por el potencial económico del estado.

La comparación con Polonia, para situar una referencia más concreta que la media, un país con muchos menos recursos y una población de un orden de magnitud semejante, es para enrojecer. ¿Cómo puede ser que con una renta por persona y un presupuesto, educativo claramente menor, haya escalado posiciones en el ranking educativo, mientras que España continúa en el fondo del pozo?

La quintaesencia del fracaso de un sistema educativo y social es el número de jóvenes que ni estudian ni trabajan; los ‘nini’. Pues bien, la evolución durante una década, 2016-2006, señala que en Polonia se redujeron en más de 3 puntos porcentuales (p.p.) mientras que España fue, junto con Chipre, el país donde más crecieron, 7,5 p.p. En solo una década Polonia se había distanciado de España en 10 p.p., y era el tercer país de Europa con mejores resultados. La pregunta incomoda y necesaria es: ¿por qué? A pesar de esta evidencia la nueva ley de educación española ignora este grave problema, que ya es congénito y es un buen indicador del mal estado del sistema educativo. Mas de un millón de jóvenes de 16 a 29 años está en esta situación en el tercer trimestre de este año.

Y no se trata solo de este tipo de medición. Todas las que se aplican para establecer el estado de la educación conducen a idéntica conclusión: España vive en una emergencia educativa. Lo señala la serie de resultados PISA, que mide las capacidades de los alumnos en ciencias, matemáticas y también nos informa del porcentaje de alumnos en los niveles inferiores y superiores de la calificación por conocimientos. En aquellos dos ámbitos España se sitúa por debajo de la media de los paises de la OCDE. Sucede algo parecido si se consideran otros datos tan decisivos como el abandono escolar temprano, el porcentaje de población de 18 a 24 años que no ha completado la segunda etapa de Educación Secundaria (FP de Grado Medio, Básica o Bachillerato) y que se sitúa en el 18%, muy lejos del objetivo del 10% establecido como media para toda la Unión Europea para este año 2020. También muy por encima de la media de la UE 28, que se sitúa en la mitad de nuestra cifra.

El otro gran capítulo es el del fracaso escolar: uno de cada cuatro jóvenes (el 24,4%) no ha obtenido el título de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO). Están, por tanto, infra cualificados y sin las habilidades para enfrentarse a un mercado laboral cada vez es más exigente. Las cifras corresponden al curso 2016/2017, las últimas publicadas por el Ministerio de Educación.

A todo ello se le añade el desajuste entre la formación que se imparte y las necesidades de las empresas, incluidos no solo los conocimientos, sino la actitud ante el trabajo y el esfuerzo.

Y es que España tiene un sistema escolar que se deja en el camino al 25% de los jóvenes, y a más del 40% con escasas capacidades para afrontar las exigencias del mercado laboral.

Todo esto contribuye a la existencia de dos de los grandes problemas crónicos de nuestra economía, que contribuyen decisivamente a la desigualdad y a la pobreza: el paro, y la productividad.  No están causados solamente por la crisis del sistema educativo, pero forman parte decisivamente del problema. Porque la academia y los resultados empíricos hace tiempo que han dejado sentado que una mejor educación se traduce -aunque no siempre, eso también es cierto- en una mayor productividad marginal del trabajo, lo que comporta un mayor salario, y mayores posibilidades de trabajar y de ingresos. Existe una correlación positiva entre los años de escolarización y el nivel de renta per cápita, como ya apuntó hace quince años el Banco Mundial, pero el sistema educativo español persiste en ignorarlo. Aunque también es cierto, y debería mover a preocupación, que cuando se han producido mejoras educativas en España no se ha dado el esperado aumento de la productividad.

¿Cómo va a prosperar un país que tiene el 40% de su población joven en el paro, y que entre un 17% y un 20% no tienen ninguna motivación para encontrar trabajo o estudiar? Y en esto es necesaria una observación:

Como la población nini se mide hasta una determinada edad (los 26 o los 29 años según la fuente), los mayores de aquellas cifras desaparecen del cómputo, pero no de la realidad. Alimentan una población habrá trabajado de manera mínimamente regular y que engrosa el grupo de parados crónicos, o de la población marginal, que habrá vivido precariamente toda su vida. Es una situación terrible para ellos y una losa para el conjunto de la sociedad. Pero los gobiernos nunca se han ocupado de este problema, que la ley Celaá también ignora. Comienza con el abandono de la ESO, o llegan como máximo ella, en un mercado laboral que desincentiva. Su falta de motivación obedece a causas múltiples y combinadas: un entorno familiar desfavorable, la dificultad en la comprensión lectora, que nuestro sistema educativo no resuelve y que termina por disuadirle de estudiar, la falta de oportunidades laborales y una educación pública basada en la ausencia de esfuerzo. El resultado es un desastre que el sistema educativo no resuelve.

Un libro excelente, escrito por Andreu Navarro profesor de Lengua y Literatura de la ESO, y tan real como la vida misma, Devaluación Continua, explica la situación, que define como la de una “generación sin datos, sin conocimientos, sin léxico, sin memoria. Con escasa capacidad para el trabajo precisamente por esta dificultad para la concentración y también con poca capacidad para afrontar el esfuerzo de la vida cotidiana. Porque la vida demanda saber leer un contrato, cuidar a tus mayores, criar hijos, “pero el ciber proletariado se viene abajo ante cualquier dificultad”.

Los alumnos presentan patologías diversas. El autor del libro ha llegado a tener en el aula hasta un 30% de alumnos en esta situación.

El sistema educativo es, dice Navarro, una especie de religión tecnocrática que evoluciona hacia menos contenidos y alumnos más idiotas. Estamos sirviendo a la tecnología y no las tecnologías a nosotros. Con una burocracia que devora al profesor.

Este podría ser un sucinto diagnóstico de situación de la educación en España que la ley no atiende. Pero hay más. Lo veremos en el próximo artículo.

Artículo publicado en La Vanguardia

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