Las políticas de la investidura: un maldito lío

Ahora que se ha abierto el primer acto de la investidura, con el escenario de gala de la constitución del Senado y Congreso, queda patente el deterioro de la política española convertido en un maldito lío.

ERC que tiene necesidad de pactar, por un lado porque la alternativa de unas elecciones presenta horizontes muy negros que pueden castigarla, tiene por otro lado la fuerte limitación de estar negociando pensando en las elecciones catalanas. Este hecho distorsiona lo que se negocia, porque el fin para ERC no es tanto el resultado de la negociación como su hipotética consecuencia en relación con una futura contienda electoral en Cataluña.

Para complicarlo todavía más, el Parlamento de Cataluña, o mejor dicho la fracción dominante del independentismo, ha decidido aprobar una resolución en la que ampara a los CDR acusados de terrorismo por la Audiencia Nacional. Habría bastado una sencilla manifestación por parte de los partidos de presunción de inocencia en lugar de lo que han hecho, que incorpora una grave irresponsabilidad que el tiempo puede castigar. No está del todo claro que las personas encarceladas no tuvieran el propósito de cometer algún acto de sabotaje sobre instalaciones, y si el juicio confirma a los ojos de la ciudadanía esta posibilidad, la responsabilidad del Parlamento será grande. El independentismo comete el grave error de instrumentalizar las instituciones que están por encima de sus intereses, al servicio de su batalla electoral y política, y esto lo convierte en un hábitat irrespirable.

En cuanto al resto de acontecimientos, el acto de tomar posesión de los diputados tanto en el Senado como el Congreso fue entre caótico y esperpéntico, porque el sencillo acto de jurar o prometer ha derivado en declaraciones de principios de los diputados donde cada cual da salida a su subjetivismo. Desde prometer por las Trece Rosas a hacerlo por el planeta y la república catalana, entre otras muchas manifestaciones de ingenio.

Los diputados no son conscientes de que las instituciones requieren un determinado momento de solemnidad para realizarse, que solo es posible si es coral. La situación simbolizada con esta heterogeneidad de fórmulas visualiza de manera sonora la crisis que está viviendo la democracia española, como lo manifiesta, todavía más, la guerra de trincheras que ya se produce en el Parlamento justo levantarse el telón. Trincheras literales, como las impresentables carrerillas y disputas entre los diversos grupos para ocupar lugares más o menos “privilegiados” en el hemiciclo. Quizás sí que esta sociedad tiene, como dice el tópico, los diputados que nos merecemos. Pero con franqueza, no estamos muy seguros de que la representación no se sitúe rotundamente bajo la media.

Punto y aparte es la elección de la nueva presidenta del Senado, Pilar Llop, y la rapidísima defenestración del anterior presidente, el filósofo Manuel Cruz. Ha corrido la voz de que la causa ha sido un presunto plagio de una obra académica. No parece creíble. Esta misma acusación se formuló con mucha más rotundidad sobre el actual presidente del gobierno en funciones, sin que el asunto le impidiera presentarse una y otra vez a las elecciones.

Más bien parece como si, una vez satisfecha la cuota catalana del PSC, Sánchez quisiera dejar rienda suelta a un segundo símbolo, el del feminismo y la violencia de género, situando en la presidencia de una institución tan simbólica como el Senado a una persona de muy escaso recorrido político y que ha tenido su carrera judicial, tampoco particularmente exultante, centrada en la violencia de género. Mientras que Meritxell Batet ha cubierto bien siempre la autoritas de su cargo, con prudencia y respeto, situándose por encima de los debates partidistas, Pilar Llop en sus primeras declaraciones ha tenido ya una intervención muy desafortunada para una función arbitral como será la suya. Ha dicho literalmente “no permitiremos que se rompa el consenso sobre la violencia de género”. Un presidente del Senado no puede formular este tipo de términos. ¿Quiénes son los “no permitiremos”? ¿Qué hará como presidenta del Senado para impedirlo? En este sentido, más que una presidencia nos tememos mucho que nos encontramos ante otra trinchera, pero esta situada en la posición más alta de la cámara.

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