Una carta abierta, suscrita por 350 científicos y especialistas en la investigación y desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA), advierte con tintes dramáticos que este nuevo instrumento tecnológico representa riesgos serios que deben ser controlados como se hace con las pandemias o la bomba atómica.
La advertencia ha sido apoyada también por algunas de las empresas líderes en el desarrollo de esta tecnología de la cuarta revolución industrial.
Hace tan sólo dos meses, otros 1.300 investigadores y empresarios, entre los que destaca el propio cofundador de la Inteligencia Artificial, el controvertido multimillonario Elon Musk, habían solicitado una moratoria de seis meses en las investigaciones de laboratorio para dedicarse a pensar más sobre los riesgos ahora denunciados.
Entre los peligros denunciados que comporta la Inteligencia Artificial (IA), se habla de la suplantación de profesionales de numerosos ámbitos por robots autónomos, la provocación de accidentes, los usos perversos por parte de desaprensivos y, sobre todo, en la proliferación de nuevas armas.
La Santa Sede ya propuso en el seno de la ONU la fundación de un organismo mundial que analice y controle esta nueva tecnología y el Papa Francisco ha pedido mucha cautela a la hora de confiar juicios a algoritmos que procesan datos recogidos sobre algunas entidades y sobre las personas.
La Inteligencia Artificial ofrecerá, sin duda, muchas aportaciones positivas a numerosos campos, y no debemos cultivar la nostalgia de un mundo sin máquinas. Se trata de no convertirla en un ídolo ni en una realidad que escape de cualquier instancia ética y, en mi opinión, del necesario control democrático.