La evidencia es clamorosa. La verdadera fiesta del país, donde se implican a fondo todas las administraciones públicas, es el día —ahora ya todo el mes de junio— del orgullo LGBTIQ .
Mientras que el 11 de septiembre ha quedado reducido a una fiesta deslucida e institucionalmente encorsetada, la celebración del orgullo homosexual, transexual, intersexual y queer despierta un entusiasmo institucional desbordante con un mar de banderas que lo inundan todo. Se trata del gobierno español, de la Generalitat, por supuesto, del Ayuntamiento de Barcelona, de los demás ayuntamientos, de las diputaciones, hasta las bibliotecas municipales, pasando por CEPSA.
Para un alienígena que estuviera observando el país, no tendría ninguna duda sobre cuál es la gran celebración catalana: el orgullo homosexual, transexual, intersexual, etc.
¿Cómo es posible? ¿Cómo hemos llegado a esta situación? Una minoría política, centrada en el buen modo de vida marginando cualquier otra cuestión como pueda ser el modo de producción, lo eclipsa todo en nombre de sus “derechos”, que tienen un carácter infinito y que, en realidad, ya son privilegios.
Ayudas económicas, condiciones laborales especiales, tratamiento positivo en los medios de comunicación evitando toda referencia negativa o crítica, saturación en las películas, en las series y en los programas de televisión de personajes homosexuales y transexuales, presentando así una presencia en la población mucho más grande que la que estadísticamente tiene.
Y culminándolo todo, la inversión de la carga de la prueba, que es el símbolo más palpable de quien manda en el país. Si la persona que acusa se puede calificar de LGTIQ, el acusado deberá demostrar su inocencia porque lo que habrá de entrada es la presunción de culpabilidad. Es una alteración brutal de las garantías y del orden jurídico habitual, pero por algo este grupo y los partidos políticos que lo representan pertenecen a la élite política del país y, por tanto, tienen derechos específicos de los que sólo ellos pueden disfrutar y todo esto dentro de la máxima normalidad institucional.
Con la celebración del día del orgullo, las páginas han ido llenas de publicidad a toda página celebrándolo, pagado por el Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat. Es decir, con nuestro dinero. El Ayuntamiento de Barcelona ha destacado porque ha desarrollado una amplia temática a lo largo del mes: «el orgullo en los museos», «el orgullo en los comercios», talleres drag para enseñar cómo se convierte en una figura de este tipo mediante el maquillaje, el vestuario y la fotografía.
Con una especial atención a los niños, a fuerza de organizar cuentacuentos para los más pequeños para que integren el LGTIQ+. Claro que, qué menos cuando la Casa Blanca de Biden se pinta de los colores del Arco Iris y toma una fotografía oficial donde la mujer del presidente, vestida de amarillo, y su hija, disfrazada con una bandera del Arco Iris, se pasean por el jardín saludando a una imaginaria concurrencia.
Y todo lo que no sea aplaudir es fobia, y si se aplican un poco, delito de odio. Si un ayuntamiento considera que no debe colgar la bandera de un grupo de presión, son fóbicos. Si, como ocurre en el gobierno autonómico de Madrid, hace una ley para que los menores trans tengan que pasar por un examen médico y un acompañamiento psicológico en su transición, son también fóbicos y, además, según el gobierno, pretendidamente anticonstitucionales.
El estado, teóricamente liberal, que no es portador de ninguna ideología, es claramente un estado partidario del homosexualismo, la transexualidad política, es decir, de la supeditación de las instituciones políticas y sociales a la visión ideológica que sale de esta particular teoría que transforma las identidades personales que giran en torno a la preferencia sexual en identidades colectivas, políticas, portadoras de derechos específicos. Es algo históricamente inverosímil, pero que es muy real.
Está claro que lo es en una parte muy limitada del mundo para que, aunque los medios de comunicación y el discurso político de los poderes establecidos nos den a entender que ésta es una situación normal en todas partes, hay que decir que es excepcional en el mundo y que se concentra sobre todo en los países del occidente europeo, aparte de los estados de EE.UU. y en algunos, muy pocos, países latinoamericanos. La humanidad en su conjunto está lejos de asumir todos estos presupuestos.
El peso económico y demográfico del mundo va por otra parte, pero también en este aspecto Europa occidental, España, Cataluña, vive dentro de una burbuja ideológica que convierte su particular visión ideológica en una realidad inexistente.