En Barcelona hay luces, está más iluminada que la miseria de otros años, menos que muchas capitales de provincia, pero a pesar de las luces no hay Navidad porque la alegría se ha perdido. Es evidente que la pandemia juega un papel determinante, pero también lo es que el actual gobierno municipal, Colau-Collboni, desarrolla una serie de acciones que no invitan a la alegría porque el resultado es la apariencia cada vez mayor de un espacio público devastado, sucio, feo, con muchos rincones mal iluminados y que está a años luz del modelo Barcelona que los propios socialistas crearon. Es sorprendente, o también puede ser un signo de la infinita adaptabilidad de nuestros socialistas para permanecer en la silla, que el PSC y el modelo construido por Maragall y sostenido por Clos y Hereu, y que el alcalde Trias intentó retocar, pero no enmendar, esté siendo destruido a manos llenas por un consistorio en el que el PSC es un aliado imprescindible. Claro que tampoco es de extrañar los silencios ante el destrozo del legado Maragall, porque su mismo hermano calla y otorga a pesar de haber participado en aquellos gobiernos socialistas desde posiciones de gran mando.

Seguramente, la crítica más demoledora que se ha hecho a la deriva urbana de Barcelona ha sido la que ha llevado a cabo uno de los grandes padres del diseño, Òscar Tusquets en un artículo en La Vanguardia con un título bien expresivo «Traicionando Cerdà». No deja piedra sobre piedra. Descalifica el llamado y falseado «urbanismo estratégico», critica con solvencia todo lo que están haciendo en la calle para dificultar la circulación, y para terminar de hacer una enmienda a la totalidad, bandea las supermanzanas como incompatibles con la concepción isomórfica del plan Cerdà.

Hay una poderosa reflexión implícita detrás del texto de Tusquets, y que pone de relieve la contradicción política que sufre el gobierno municipal. Cuando se seleccionan las calles para quitarles el tráfico significa que se sobrecargan otros, y actuando así se está alterando a medio plazo la trama de la ciudad creando una poderosa desigualdad económica y social. Las calles favorecidos registrarán incrementos en los precios de los locales y de los pisos. Es la antítesis de la idea de Cerdà que quería un Eixample socialmente homogéneo, tanto que las familias con diversidad de ingresos compartían la misma escala, si bien en pisos diferentes. Compartían el mismo edificio con el hándicap de que los de menor renta vivían más arriba, y ello, sin ascensor, era una dificultad, hoy superada.

Este planteamiento está siendo destruido por la idea de las supermanzanas y de las calles donde el tráfico se limita sin disponer de la capacidad suficiente en relación con el transporte público para alterar de manera radical los desplazamientos. El gobierno Colau alimenta la desigualdad social del espacio.

Por si fuera poco, las malas noticias continúan acumulándose. La caída del aeropuerto de Barcelona, demasiado fundamentado en las líneas low cost es una de ellas y no vemos que el consistorio disponga de ninguna estrategia para paliar el problema a medio plazo. Como siempre llueve sobre mojado, la otra y reciente mala noticia es que Barcelona ha caído del top 10 de las ciudades con mayor inversión en «Star-Ups», bajando de la posición 7ª. a la 16ª., una caída extraordinaria que se traduce en cifras. Si en 2018 se produjo en este renglón una inversión de 739 millones de euros, este año se cerrará el balance con sólo 228 millones de euros.

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