Es un hecho científicamente probado que la práctica religiosa genera beneficios materiales, por ejemplo, relacionados con la salud. Es conocido el hecho de que los hombres viudos viven menos años que los casados, pero que a su vez los sacerdotes y religiosos superan en años de vida a quienes han vivido en pareja.
Estudios recientes en Estados Unidos revelan otro efecto llamativo de la vivencia y práctica de la de fe.
Los economistas de Estados Unidos Anne Case y Angus Deaton demostraron que la mortalidad había aumentado entre los blancos de mediana edad, gracias a un aumento en las sobredosis de drogas, las enfermedades relacionadas con el alcohol y los suicidios, causas que consideraron “muertes por desesperación”.
Otro estudio, realizado por investigadores del Congreso en 2019, encontró que el 70% del aumento en las tasas de muerte por desesperación provenía solo de las drogas. También mostró que el aumento de la mortalidad no coincidió con el aumento del malestar económico o la infelicidad.
Un nuevo artículo de Tyler Giles de Wellesley, Daniel Hungerman de Notre Dame y Tamar Oostrom de Ohio State refuerza el argumento de que las muertes por desesperación se derivan en parte del debilitamiento de los lazos sociales. Muestra que la mortalidad por estas causas entre los blancos de mediana edad dejó de caer alrededor de 1990, mucho antes del aumento del uso de opioides.
¿Qué cambió en ese momento? Los autores estudiaron la asistencia a los servicios religiosos. Descubrieron que los estados con más participación tenían menos muertes por desesperación, y que cuanto más rápido caía la asistencia religiosa en un estado, más aumentaban esas muertes. Otro estudio en 2020 también mostró que de 110.000 trabajadores de la salud, los que acudieron a los servicios religiosos tenían menos probabilidades de morir por estas causas.
Este patrón no prueba que la participación religiosa evite las muertes por desesperación. Pero los autores intentaron aislar el impacto de la religión estudiando las leyes que prohibían el comercio los domingos para fomentar la asistencia a la iglesia. Cada vez que un estado derogaba una ley de este tipo, la asistencia religiosa tendía a caer en picado, creando un experimento natural. Y, efectivamente, las muertes por desesperación aumentaron inusualmente rápido en los pocos años posteriores a estas derogaciones. Aunque la legalización de la venta de alcohol los domingos puede explicar parte de esta tendencia, el mayor aumento en la mortalidad provino de los suicidios.
La tesis que menciona plantea una posible correlación entre la participación religiosa y las muertes por desesperación. Según lo que se ha estudiado en el campo de la sociología y la psicología, existe una relación entre la religión y la salud mental, lo que podría explicar la conexión entre la participación religiosa y las muertes por desesperación.
Sin embargo, es importante tener en cuenta que la correlación no implica causalidad. Es decir, el hecho de que los lugares con alta participación religiosa tengan menos muertes de este tipo no significa necesariamente que la religión sea la causa directa de esta disminución. Puede haber otros factores que estén influyendo en los resultados. Pero, en el caso estudiado de Estados Unidos, el haber conseguido aislar el fenómeno con aquel “experimento natural” de eliminación de leyes que obligan a cerrar las tiendas los domingos y subsiguiente caída de la práctica religiosa, parece excluir otras causas.
Sorprendentemente, el estudio encontró que la oración privada no estaba relacionada con menos muertes por desesperación. Esto sugiere que la reducción del riesgo no estaría vinculada a la creencia, sino a las conexiones interpersonales que proporciona la religión organizada. Pero los datos muestran que los grupos seculares, como las organizaciones benéficas o los sindicatos, que también producen dicho “capital social”, lo hacen en unos términos mucho más débiles que las redes basadas en la fe. Una interpretación de este hecho propone que no se trata solamente de una fe individualizada, más o menos intensa, vivida privadamente, sino de aquella que se vive en comunidad y que posee unos fuertes vínculos con la comunidad religiosa; lo que los católicos llaman Pueblo de Dios.