La patria, Francisco y Junqueras

En los próximos meses veremos si después del 14-F la mayoría independentista se mantiene en la estrategia del todo o nada, que en la última década ha provocado una disminución del autogobierno catalán. O si ERC hará de la necesidad virtud y recuperará aquel catalanismo de la gradualidad que ha permitido conseguir buena parte de poder político que tiene hoy Cataluña. Es cierto que los partidos independentistas han conseguido superar ligeramente el umbral del 50% de los votos, pero lo es también que han sufrido un retroceso de más de seiscientos mil votantes respecto al 2017. Ni el miedo a la COVID ni el mal tiempo hacen que un votante convencido se quede en casa. El 14-F ha mostrado la decepción y el cansancio de una parte de la población con el “procés”.

Siendo realistas, el resultado del 14-F no permite al independentismo plantarse ante el gobierno español con nuevos desafíos, ni es lo suficientemente contundente para que en Europa haya un cambio de actitud respecto al conflicto político catalán. A la vista de esto, lo razonable sería que ERC abriera una etapa de pragmatismo para conseguir del gobierno español mejoras políticas y económicas para Cataluña. Para tal fin contaría con el apoyo del PSC y de los Comunes. Pero tendría que superar la presión de JxCAT y la CUP que intentarán que el gobierno se mantenga en la retórica independentista del ruido sin nueces. Y tendría que ser capaz de usar el resultado del 14-F como fuerza de negociación más allá de la independencia y del referéndum. Si el eje principal del gobierno catalán se mantiene en esto último, es poco probable que el gobierno central haga concesiones a la Generalitat.

Hasta aquí el análisis estrictamente político. Prat de la Riba afirmó: «El Estado es una entidad política, artificial, voluntaria; la Patria es una comunidad histórica, natural, necesaria». Mucho peor que continuar con el debilitamiento del poder político de la Generalitat sería no hacer nada o, peor todavía, acelerar desde el gobierno la crisis de la sociedad y de los cimientos de la nación catalana.

La natalidad catalana está en caída libre, de forma que el único recurso demográfico del país es la inmigración extranjera. Los inmigrantes procedentes de fuera de Europa difícilmente se integrarán como lo hicieron los provenientes del resto de España el siglo pasado. El factor gueto crece en nuestra sociedad, no solo físicamente con la concentración de los inmigrantes en determinados barrios, sino en el sentido cultural dado que las nuevas tecnologías, la globalización y las diferencias de origen más marcadas facilitan las comunidades paralelas en un mismo territorio. La integración económica, social y cultural de los inmigrantes de otros continentes se está demostrando difícil en toda Europa, y Cataluña no será una excepción. Y la capacidad de Cataluña de asumir culturalmente las nuevas oleadas migratorias no es la misma que la de grandes naciones como Francia, Alemania o Inglaterra.

La fuerza de Cataluña en los últimos tres siglos no ha estado vinculada al hecho de disponer de poder político propio. Josep Fontana, en la “Historia de Cataluña” dirigida por Pierre Vilar, pone de manifiesto como después de siglos de decadencia el crecimiento económico iniciado en la segunda mitad del siglo XVII aumenta después del fin de la Guerra de Sucesión y se consolida por todo el país en la segunda mitad del XVIII. Siguiendo también a Fontana, la población catalana, que había iniciado su descenso desde la crisis de la baja Edad Mediana hasta la segunda mitad del XVII, empieza a remontar y experimenta su máximo crecimiento vegetativo en el siglo XVIII y primera mitad del XIX, a unos ritmos que doblan casi los del resto de la península. Es este crecimiento demográfico y económico lo que permitirá la industrialización catalana del siglo XIX, y la “Renaixença” cultural. En la obra “Industriales y políticos. Del siglo XIX”, Jaume Vicens Vives describe la pujanza del país a finales del siglo XIX. Y Cataluña no había recuperado todavía nada de su autogobierno.

Hay razones para temer que la mayoría parlamentaria resultante del 14-F, claramente orientada hacia la nueva izquierda ideológica, continuará debilitando el vigor de la sociedad catalana: más peso del sector público en detrimento de los emprendedores y de la iniciativa de empresas y particulares; malas perspectivas para la escuela concertada y la libertad de enseñanza; entrega incondicional a la ideología de género, que se abre a nuevos ámbitos como el apoyo a la transexualidad; potenciación del feminismo poco amigo de la maternidad; más facilidades para el aborto cuando Cataluña ya tiene la tasa más alta del Estado y una de las más altas de Europa; marginación de los valores de la tradición cristiana… Además de la gravísima crisis económica provocada por la COVID, estos son los peligros que tiene por delante Cataluña a principios de la tercera década del siglo XXI.

Si el católico Oriol Junqueras pudiera ir a visitar al Papa Francisco, este le diría lo mismo que dijo a Pedro Sánchez en la audiencia del 24 de octubre de 2020: “La política está para hacer progresar el país, consolidar la nación y hacer crecer la patria”. Según el Papa, esto último es lo más difícil, y “no nos es permitido hacer borrón y cuenta nueva. La patria no es lo que yo quiero, sino lo que hemos recibido y tenemos que transmitir a nuestros hijos”. Francisco recordó a Sánchez que la patria no es un proyecto inventado según una ideología y se refirió expresamente a lo que sucedió en la Alemania de entreguerras. Y concluyó: “Las ideologías sectarizan y deconstruyen la patria. Es muy triste cuando las ideologías se apoderan de la interpretación de una nación, de un país, y desfiguran la patria.”

Esperemos que Junqueras, como buen patriota, sea más sensible que Pedro Sánchez a los sabios consejos de Francisco. Y que, a pesar de la prisión que sufre, en lo que le sea posible influya positivamente en la acción de gobierno que dirigirá el partido que él preside.

Publicado en el Diari de Girona, el 21 de febrero de 2021

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