El feminismo de la confrontación se caracteriza por vivir en un agravio permanente, fruto de un autoposicionamiento victimista. Aunque es la ideología del poder y la cultura dominante, este feminismo se presenta siempre desde la posición de víctima, por lo que es una máquina continua de generar nuevos conceptos que permitan sentirse continuamente agravadas. Véase, por ejemplo, el acuñamiento del concepto de “micromachismo”.
Lo constata también la finalidad con la que formulan eslóganes apocalípticos sin que se produzcan grandes reacciones críticas, aunque lo que están diciendo es una terrible barbaridad. Véase, por ejemplo: «nos están matando», «todo hombre es un potencial violador», «matan a las mujeres por el hecho de ser mujeres». En definitiva, presentan a la sociedad como si hubiera una cacería mortal y sistemática contra las mujeres.
Pero la realidad es muy diferente. El año pasado fueron asesinadas por la pareja 49 mujeres de un total de más de 20 millones. Es evidente que, en términos objetivos, esta cifra señala muchas cosas, entre ellas un fenómeno lamentable, pero en todo caso muy escaso. Pero, a base de presentarlo una y otra vez en concentraciones y saturación informativa parece que estas cifras tengan un carácter extraordinario. Toda muerte es lamentable, aun así, al mismo tiempo requiere ser ubicada en su justo contexto. Mueren más personas por suicidio en 5 días que en feminicidios de pareja a lo largo de un año. Y este otro lamentable hecho ocurre en gran medida desapercibido.
Toda crítica a la mujer cuando actúa como feminista empedernida en las redes es considerada misoginia. Toda respuesta discrepante pertenece a la misma categoría o es un gesto machista. Las tesis se acumulan. Una de ellas muy querida por el feminismo del conflicto es que la mujer va con una mochila a sus espaldas que tiene múltiples y diversas implicaciones. Por ejemplo ésta: Lucia Ramis escribía “la mirada masculina que hará que se sienta más o menos valorada según el deseo que despierte. También juzgada. Cuando no es deseable, pasa a ser despreciable o invisible y no merece nada”.
La tesis es que la mujer sólo es valorada cuando el hombre la desea, como si no tuviera otros atributos. Pero si esa mirada y deseo se produce esto se convierte con facilidad en una potencial agresión, o sencillamente sin el potencial por el hecho de la mirada. Ahora bien, si no le hace caso y la ignora entonces esto también es censurable porque le está menospreciando. En estas condiciones es imposible no caer en alguno de los dos pretendidos excesos. O mirarla con deseo y estar mal o ignorarla y también lo está. También se considera una pesada carga que genere sobre ella procesos de culpa por no tener hijos o ser una mala madre.
En toda esa lógica está el afloramiento de un malestar interno porque nadie le coloca una mochila en la espalda a otro si éste no se deja.
Existe también en esta línea, y en las más jóvenes, una curiosa interpretación sobre en qué consiste la relación entre un hombre y una mujer. El diario El País, el pasado domingo 5 de marzo, daba una serie de testigos de mujeres que se habían visto asediadas. Una de ellas decía así: “una noche se me acerca un chaval y nos ponemos a bailar, la cosa se calienta y se me coloca detrás y empieza a besarme el cuello. Todo va bien hasta aquí. Pero de repente noto por debajo de mi vestido mi culo literalmente en su pene. Me habían pasado varias cosas en la vida con novios o con rollos de una noche, pero ésta fue muy loca y me dejó en shok”.
Existe una extraña teoría que consiste en mantener relaciones que excitan sexualmente y que en un momento determinado éstas se pasan de rosca por parte del hombre y crean un conflicto. Pero este fenómeno tiene una lógica biológica difícil de superar que es consecuencia de la mutua excitación sexual. No puede convertirse esto en un agravio sin previamente cuestionar los comportamientos, del hombre evidentemente, pero también de la mujer.
Esta afirmación es digna de blasmo y vituperio por parte del feminismo que considera que la excitación sexual forma parte de la celebración y que no debería tener más consecuencias. Pero claro, es una lógica que se acerca mucho a querer jugar al rugby y no sufrir nunca lesión alguna. Es lo deseable, pero no es objetivamente simple.
Toda esta lógica del agravio permanente lleva a que la base de las políticas en este sentido tengan su expresión en el Código Penal. La hegemonía del feminismo en las políticas de estado tiene sobre todo una traducción en el Código Penal cada vez más punitivo en relación con los hombres, pero en modo alguno resuelve los problemas estructurales que la mujer todavía tiene.
Uno, ya apuntado, es el de reducir la violencia sexual en las relaciones que, después de décadas de política feminista, crece, sobre todo en los más jóvenes y será así mientras no se quiera recuperar la cultura del respeto mutuo y del autocontrol y asumir que los excesos en las relaciones sexuales tienen habitualmente malas consecuencias.
El otro problema evidente es el de la diferencia salarial. Considerado globalmente, en el caso de España, las mujeres reciben una retribución media que es casi un 20% inferior. Pero esto no es consecuencia de la injusticia de cobrar menos por el mismo trabajo, sino que tiene otros componentes.
Primero, la participación de la mujer en sectores de baja productividad que da lugar a retribuciones medias más bajas, como ocurre con los hombres. Segunda, una mayor presencia en trabajos fijos discontinuos. El 75% de los contratos temporales corresponde a mujeres. Tercera, y muy importante, la maternidad, que genera un hándicap durante un período de vida de la mujer.
Pese a la evidencia de estos hechos, las políticas feministas nunca los han abordado más allá de la fijación de cuotas para las élites políticas y empresariales, que nada benefician a la inmensa mayoría de mujeres. Sólo una compensación real por el hecho de ser madre y el establecimiento de posibilidades de compatibilizar trabajo y maternidad y de reciclarse, permitiría superar este hándicap .
El feminismo, como ya apuntaban en el anterior artículo, incurre con la misma visión del liberalismo radical de valorar a la mujer sólo por su función de mercado, exactamente igual que al hombre. De ahí que su maternidad sea un handicap. Pero, en realidad, esta función es básica y esencial y no sólo por llevar a un hijo al mundo, sino por el proceso educativo en el que ella será determinante sobre todo en los primeros años de vida.
Una solución evidente para las mujeres que optan por el cuidado de sus hijos y el trabajo en el hogar sería graduar para estos casos un estatus económico equivalente al del régimen de gananciales; es decir, que a partir del momento en que se configura la pareja o el matrimonio, cada uno de los integrantes ponen en común, uno el trabajo fuera de casa y el otro en casa, y se dividen a partes iguales los beneficios obtenidos para cualquiera de los dos.
En estos momentos se ha producido una sentencia obligando a la pareja a entregar a la mujer más de 200.000 euros para compensarla de los 25 años de matrimonio en los que fue excluida del mercado laboral. Pues bien, lo que hace esta sentencia debería ser el fundamento del tipo de políticas públicas que permitieran a la mujer, si así lo prefiere, dedicarse en plenitud al hogar y, al mismo tiempo, no verse desfavorecida en sus condiciones económicas. Pero no lo defiende el feminismo porque en un último término su visión despeja el emparejamiento estable con un hombre y la maternidad.