Qué duda cabe de que el sueño o la esperanza europea se ha ido tiñendo de oscuro en manos de los nuevos dirigentes, tanto comunitarios como de los estados miembros.
Jürgen Habermas escribía no hace mucho que «todo a lo que he dedicado mi vida se está perdiendo paso a paso». Es una realidad que de forma más o menos consciente comparten la mayoría de los ciudadanos europeos. El Pew Research Centre en su última encuesta sobre Europa mostraba cómo la mayoría de los habitantes de los países estaban disconformes con el funcionamiento de la democracia. Solo existía una excepción muy notable, Suecia, donde el 75% se declaraba satisfecho. También en Alemania y Países Bajos, con proporciones mucho menores, 57% y 53% respectivamente, eran mayoritarias las respuestas afirmativas. Sin embargo, a partir de ahí la insatisfacción era enorme.
Tres países destacaban negativamente: Francia con un 73% de insatisfechos, y España y Grecia con un 71%. En nuestro caso algo tendrá que ver el gobierno Sánchez.
Esta encuesta internacional permite ver que el índice de insatisfacción con la democracia española está por encima del muy elevado de EEUU, 66% , y sorprende y hiere al eurocentrismo ver cómo países como India o Indonesia tienen unos niveles de satisfacción prácticamente imposibles en Europa. El 72% de los indios está satisfecho, así como el 61% de los indonesios. Luego, Le Monde Diplomatique daba lecciones con un titular a toda página que preguntaba: «¿Es la India una democracia?». A la luz de las cifras habría sido mucho más realista sustituir a ese país asiático por Francia o España.
También hay insatisfacción porque la mayoría, más clamorosamente aún, considera que a los cargos electos no les importa lo que piense la gente de a pie. En este caso el ranking con esta opinión lo encabeza España, con el 85%. En otros términos, sólo el 15% de los ciudadanos españoles considera que los cargos electos piensan en ellos. Si esto no es una crisis total del sistema democrático, ya me dirá qué debe serlo. De hecho, España y Grecia con el 81% encabezan en ranking mundial de países que consideran que los gobernantes no los tienen en cuenta, junto a Argentina, 83% y EEUU con la misma cifra.
¿En este contexto a qué se dedican los dirigentes europeos? Pues, a juzgar por los hechos, destacan tres:
- El aborto. El Parlamento Europeo se entretiene en debatir y aprobar una moción pidiendo que esta práctica forme parte de los principios fundamentales europeos. Al margen del carácter divisorio de la propuesta, cabe recordar que este tema es de exclusiva competencia de los Estados miembros y, por tanto, el Parlamento no hace otra cosa que agitación y propaganda. Y mira que tiene otros temas importantes por resolver, o por resolver bien, como no ha conseguido con los acuerdos con la inmigración, que son negativos e insuficientes.
- La segunda gran preocupación europea es la revuelta campesina. En este caso, es una preocupación reactiva lo que les ha llevado, empezando por Francia y pasando por la Comisión Europea, a aflojar rápidamente con las medidas ambientales. Hay que reflexionar sobre si esta respuesta se hubiera producido igualmente si en junio no hubiera elecciones al Parlamento Europeo.
- Pero, sin lugar a dudas, el tema estelar europeo es la guerra. Borrell nos anuncia que “la guerra está en el horizonte” y Macron reitera una y otra vez la misma idea acompañada de una segunda consideración “hay que adoptar una economía de guerra, que la actividad se enfoque económicamente hacia este fin ”. Macron es quien dijo que habría que enviar soldados a la guerra de Ucrania. Fruto de las circunstancias, existe una clara sincronía entre el impulso al aborto, tanto a escala francesa como comunitaria, y la bandera de la guerra. Es para pensarlo.
Un teniente general retirado que expresa su opinión por escrito de forma habitual escribió un artículo “La agonía de la sensatez” donde explicaba su perplejidad por esta forma de producirse de la política europea. Pero, además de incitarnos a la guerra, se sobreentiende con Rusia, ¿cuál es el plan? Porque sin plan el desastre está asegurado. ¿Se trata de que Ucrania gane la guerra a Rusia? ¿Se trata de que nos enfrentemos directamente con Rusia? ¿Queremos derribar a Putin para que ocupe el poder? ¿Queremos acular a Moscú con el riesgo de que haga uso de su armamento nuclear? Por cierto, y sería bueno tomar nota, que en un caso de conflicto de grandes proporciones, Barcelona y su puerto serían uno de los primeros objetivos estratégicos, sea con ataque nuclear o convencional, porque es el único puerto de toda España que permite acceso de las mercancías al ancho de vía internacional y, por tanto, las descargas que se pueden realizar se pueden distribuir rápidamente por el resto de Europa. Y a la inversa, las exportaciones también tienen desde Europa ese camino asegurado. Destruir el puerto, el ancho de vía, Barcelona, en definitiva, dejaría a España muy bloqueada. Pasaría de ser una península mal comunicada por las mercancías, a una isla.