La elección de Delgado como Fiscal Jefe profundiza la crisis de estado

Es evidente que el conflicto en Cataluña ha abierto una crisis de estado que presenta diversas manifestaciones, desde el deterioro de la figura del jefe del estado a acentuar la controversia con la justicia, acusada de falta de independencia política.

El repentino e imprevisto nombramiento de la anterior ministra de justicia, Dolores Delgado, como fiscal general del estado profundiza esta herida. Las protestas que se han desencadenado son amplias y están justificadas. Porque resulta insólito que quien era ministra de justicia del gobierno de Sánchez un día, se despierte al día siguiente siendo la fiscal del estado y pretendiendo que sea una persona independiente y no sujeta a las instrucciones del gobierno.

Es evidente que Delgado tiene una larga carrera como fiscal a sus espaldas, pero aún lo es más que con su paso a la política y sus declaraciones y actuaciones cada vez más agresivas, sólo ha demostrado que era una fiscal ideológicamente muy comprometida, y que su paso a la política sólo significó su salida del armario.

No es un hecho menor que sea una de las ministras que más reprobaciones ha recibido del Congreso, tres en total, y el hecho de que a pesar de que este pronunciamiento de la cámara legislativa no haya impedido nombrarla fiscal, tiene un claro trasfondo de desprecio hacia la institución que representa a todos los ciudadanos.

Es por todas estas razones que la decisión de Sánchez constituye un paso más en la agudización de la crisis de estado no asumida que sufre España, y pone de relieve una falta de responsabilidad por parte del presidente del gobierno. Hace patente que una cosa es su discurso, que ofrece diálogo e inclusión, y otra, muy distinta, la práctica, y refuerza la idea de que Sánchez no es una persona fiable, porque sus cambios de posición y sus decisiones pueden ser muy radicales en función de sus estrictos intereses a corto plazo.

El nombramiento de Delgado, y la sorpresa que ha supuesto, puede tener su correlato con el retraso, también inesperado, en el nombramiento de ministros y el goteo con que se produjeron hasta quedar para la última hornada el ministro de justicia. Una interpretación bastante extendida es que Sánchez a la vez que configuraba el nuevo gobierno tenía que ajustar un nuevo fiscal del estado, que le permitiera llevar a cabo con facilidad los compromisos adquiridos con Esquerra Republicana de Catalunya, y esto a su vez hacía necesario un ministro que estuviera dispuesto a aceptar este compromiso sin la más mínima vacilación.

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