La Diada de este año ha puesto de relieve que el independentismo sigue teniendo una fuerte capacidad de movilización. Sean los 150.000 asistentes que cifraba la Guardia Urbana, sea una cifra superior, que seguro que se reunió en las múltiples manifestaciones y concentraciones en toda Cataluña, el independentismo es, sin lugar a dudas, la mayor fuerza movilizadora que existe en Cataluña y tiene una dimensión de primer orden incluso en el espacio español y europeo.
Pero este hecho, que además tiene el valor de la persistencia a pesar de los fracasos, renuncias, contradicciones y ridiculeces, no le garantiza nada más que, a lo sumo, a los mismos de siempre que pregonan la independencia, pero no la persiguen, sigan disfrutando del poder y lo que esto significa en términos materiales.
Supongamos que se movilizaron en toda Cataluña, un cuarto de millón de personas, lo que significaría un entorno favorable de quizás un millón, los electores superan de largo los 5 millones y eso significa que en unas elecciones de participación normal, de entre 3 y 3,5 millones de personas acuden a las urnas, Con estas magnitudes, el independentismo no tiene nada que pelar, con dos problemas añadidos.
Uno, los años que lleva levantando la bandera y que en lugar de darse un progresivo crecimiento, caso de Escocia, lo que se produce es una regresión. Las cifras de las encuestas de largo alcance, como el último reportaje dedicado en La Vanguardia, lo señalan: pasados los máximos, en torno al año 2017, el porcentaje de votantes independentistas sobre el censo electoral es prácticamente el mismo del voto nacionalista del inicio de todo, en la década de los 80, en torno a una tercera parte. Naturalmente, con participaciones electorales muy bajas y en unas elecciones se puede conseguir el gobierno. De hecho, pese a la progresiva bajada, es lo que ha ido pasando y JxCat y ERC gobiernan en la Generalitat. Pero más tarde que temprano, es posible que se produzca un punto de fractura y ERC cambie de bando. De hecho, la presión es ahora muy grande. Ya se ha visto con los griteríos contra este partido en los diversos actos colectivos en los que se han hecho presentes.
Pero es que además la Diada de este año señala un nuevo escenario que exige el cumplimiento de los acuerdos de gobierno y el hecho de llevar a cabo acciones públicas significativas que permitan avanzar hacia la independencia o la exigencia de convocar elecciones. En el mientras tanto y por si acaso, Aragonès ya ha empezado a negociar los presupuestos con los Comuns y tiene la puerta abierta del PSC para completar el grueso que le permitiría aprobarlos. No es definitivo, pero es un signo.
El otro gran problema es la gran división. De hecho, el independentismo poco o mucho en Cataluña siempre ha sido muy fragmentado y ahora, pasado un corto período de unidad, vuelve por el camino de siempre. Son muchos más, pero cada uno con su bandera. El problema de fondo es ¿cómo quieren conseguir un estado independiente si son incapaces de ponerse de acuerdo entre ellos mismos? Ahora la fragmentación ha crecido y podemos mal contar hasta 7 independentismos distintos:
- La CUP. Un compañero de viaje especializado en poner la zancadilla en nombre de la pureza, y si no que le pregunten a Artur Mas.
- ERC, que con un giro espectacular de 180 grados ha pasado de ser la fuerza que empujó a la ruptura y a la declaración de independencia, vista y no vista, a ser la muleta indispensable del gobierno español. De hecho, Sánchez cuenta ya con sus votos para intentar permanecer en el gobierno pasadas unas próximas elecciones generales. ERC es el socio necesario de la gobernabilidad española. Con esto ya está todo dicho.
- JxCat, donde conviven las dos visiones, la de la Convergencia de toda la vida, que es la que tiene el poder territorial, y el radicalismo de palabra, que tiene en Laura Borràs su mejor exponente. A estas alturas ni logran ser los primeros, ni inspiran suficiente confianza.
- La ANC, dispuesta a servir a las esencias por las que fue constituida y a empujar al camino para la independencia, pero desde que los partidos le han retirado su apoyo, en particular ERC, su potencial a pesar de ser grande continua menguando.
- Y por si fuera poco ha venido Òmnium a trastocar el panorama, a consecuencia del nuevo presidente, Xavier Antich, que tiene claras aspiraciones de marcar una posición distinta a la del ANC, de alcanzar un protagonismo propio que difícilmente será compatible con la unidad. De momento su intervención en el acto de esta organización en el Arc del Triomf el día 11 por la mañana, la única a la que asistió el presidente de la Generalitat, ya señaló la necesidad de olvidar las glorias, si puede decirse así, del pasado reciente y abrirse a nuevas perspectivas. Había en sus palabras una clara crítica a la trayectoria de reiterar la mística del 1-O.
- PDeCAT. Un partido doblemente frustrado. Lo es en su origen, porque debía ser el heredero directo de Convergència y ya se ve cómo ha terminado. Y también es un elemento de frustración el fracaso de las corrientes que querían reunir una nueva opción más amplia en torno a la fórmula de Centrem, liderada por la dimisionaria, la que fue consejera de Trabajo y candidata del PDeCAT, Àngels Chacón. Ninguna encuesta le da representación ni en el Parlament ni en el Ayuntamiento de Barcelona y su máxima ambición es salvar los muebles de las alcaldías herederas del periodo convergente.
- Toda la galaxia de pequeños grupos independentistas que carecen de representación porque su captación electoral es mínima. Sin embargo, entre todos ellos uno destaca porque es el único que marca la diferencia en el universo cultural y político existente, marcado mucho por la visión propia de la progresía de nuestro país. En el caso de FNC, su planteamiento está claramente diferenciado al tiempo que plantea un independentismo muy nítido. Pero, en estos momentos, esta singularidad, que no está ausenta del mal del fraccionamiento, no logra alcanzar una mínima presencia electoral.