En parte son encuestas, en parte son hechos contados, pero todo pinta que las elecciones europeas de junio traerán un cambio sustancial en la correlación de fuerzas políticas en Europa y sobre todo en el Parlamento Europeo.
Para empezar, uno de los grupos parlamentarios, Identidad y Democracia (ID), pasaría a ser el tercero, después de populares y socialdemócratas, superando a los liberales que, de siempre, habían sido la segunda fuerza. Este grupo está formado, entre otros, y como principales organizaciones, por el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, por el partido holandés de Geert Wilders, Alternativa para Alemania y la Liga Norte italiana, entre otros menores. Este grupo parlamentario obtendría casi, o apenas, los 100 escaños, aumentando extraordinariamente los 58 actuales.
Pero es que todavía hay más porque la derecha radical está dividida en dos grupos, y el segundo también registra un gran potencial. Se trata de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), además de algunos partidos no inscritos, el más importante de todos el Fidesz húngaro. De este grupo también forman parte el partido que gobierna en Italia, el de Giorgia Meloni, y el que hasta hace poco lo hacía en Polonia y que sigue siendo el primer partido de ese país, Libertad y Justicia. El conjunto de estos dos grupos convertiría a la derecha radical en la segunda fuerza en el Parlamento, superando a la socialdemocracia, lo que querría decir, de hecho, un cambio de paradigma político.
Se estima que la derecha radical ganará las elecciones europeas con Bélgica, Francia, Italia, Países Bajos y Polonia. Y quedará segunda o tercera en otros nueve países, entre ellos Alemania, Suecia, Portugal y España. Ninguno de los cinco grandes países de la UE (Alemania, Francia, Italia, España y Polonia), tendrá como partido victorioso a la socialdemocracia o a los liberales, y entre los de segundo nivel pero desarrollados, como Bélgica, Países Bajos y Suecia, sólo en éste último es muy probable que sea el partido socialdemócrata quien gane las elecciones.
Leer esta transmutación bajo la continua cantinela de establecer un cinturón de protección contra todos estos partidos, que son o serán partidos de gobierno, estigmatizando así a millones y millones de votantes y haciendo inviables unas relaciones armónicas de estado a estado, si se produce, sería el suicidio político de Europa con peso o dogmatismo de socialdemócratas y liberales.
Con todo ello, la pieza clave es el PPE, porque si bascula hacia el lado de hacer efectiva esta estigmatización, la crisis de la UE y entre estados está en la puerta de entrada. Por el contrario, si el PPE normaliza sus relaciones y conduce por la vía del pragmatismo gubernamental a estos grupos, como se está viendo en el caso de Italia, la que sale reforzada es la democracia y Europa, que algunos confunden con aspectos muy parciales de su manual ideológico.
Europa no puede limitarse a tener una posición más favorable o menos con el aborto, al matrimonio homosexuales o la autodeterminación de género. El interés de Europa es otra cosa, es el grueso del bienestar de sus ciudadanos, de su seguridad y de su capacidad de desempeñar un papel en el mundo en el que no seamos percibidos como un rara avis porque proponemos cosas que la mayor parte de la humanidad rechaza.
Empezar por ahí, que es un cuidado de humildad, es mucho más positivo y constructivo que todas las historietas antioccidentalistas que quieren rehacer nuestro pasado, como lleva a cabo la cultura de la progresía. El pasado no puede rehacerse. Pueden extraerse lecciones, y una de ellas es que la mayoría del mundo rechaza algunas de las políticas centrales como las mencionadas, que quieren confundirse con los intereses Europeos.