En realidad, no se trata formalmente de un manifiesto, sino de la intervención de Jordi Pujol durante el homenaje organizado por la Asociación de Amigos de Prat de la Riba, con motivo del 50 aniversario de la fundación de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC). Para ser precisos, se celebraba el movimiento que dio origen a CDC, donde también participaba Unió Democràtica de Catalunya (UDC), ya que el partido, tal y como lo conocemos y que se presentó a las elecciones, no nació hasta dos años después, sin UDC. Fue una especie de rememoración fundacional sin los fundadores, más allá de Pujol, porque quienes llevaron la voz cantante -Artur Mas, Xavier Trias y Núria Gibert- en 1974 estaban lejos de involucrarse en la política.
Un hecho interesante y significativo que refleja el final de una época que realmente vive Junts, o al menos parte de Junts. Los mismos, con Mas al frente, que hace unos años se apresuraron a despojar a Jordi Pujol de todas sus dignidades como presidente de la Generalitat, que marcó historia en el sentido más positivo del término y fue la gran figura del catalanismo político junto con Prat de la Riba, ahora se esfuerzan por aparecer a su lado. Y no es casualidad: Pujol es el símbolo vivo de CDC, y de algún modo, Convergència es la gran nostalgia de la política actual.
Sin embargo, entre los protagonistas hay una diferencia importante: Mas y Trias son militantes de Junts y se declaran abiertamente independentistas, mientras que Pujol nunca se ha querido sumar a este partido ni ha sido independentista. Si quedaba alguna duda, su discurso en Castellterçol, su “manifiesto”, lo dejó claro con tres puntos fundamentales que constituyen una enmienda a la totalidad del proyecto de Mas i Puigdemont:
- No a la independencia porque es inviable y no conviene a Cataluña.
- Sí a la lógica de CDC de siempre: negociación y confrontación estrictamente democrática, sin miedo a primar los votos para ganar autogobierno y ejercerlo.
- Fue un error grande liquidar a CDC por miedo y embarcarse en nuevas siglas que ya se ve cómo han terminado.
Pujol formuló el proyecto que muchos quieren escuchar, algunos desde dentro de Junts, muchos más desde fuera. Fue una enmienda a la totalidad en el camino político que guió a Artur Mas.
Pero el tiempo no pasa en vano. El proyecto convergente en las coordenadas actuales no puede ser una copia del pasado inexistente, ni las viejas victorias garantizan, por sí solas, logros futuros. CDC tuvo éxito por tres razones básicas; lo que en el lenguaje de la época serían condiciones objetivas necesarias: la existencia de una corriente social y cultural basada en el catalanismo político que integraba la menestralía, la pequeña y mediana burguesía, gran parte del mundo rural, el catolicismo militante y catalanista, en una síntesis que Pujol definió en términos populares: «Sant Pancraç, Salut y Feina» (San Pancracio, Salud y Trabajo).
Esta corriente social organizada tuvo un líder con cualidades extraordinarias, más para la política que para la organización, pero capaz de rodearse de personas que sabían construir.
La tercera condición, que a menudo se olvida, es que CDC representaba una alternativa a la hegemonía cultural y política de la época: la izquierda con fuertes tintes marxistas, representada por el PSUC y el PSC en Cataluña, que dominaban en las facultades universitarias, el mundo de la cultura y los medios de comunicación. Sin embargo, con el ciclo electoral de la democracia ya iniciado, el PSOE con Felipe González al frente obtenía un caudal de votos considerable en el área metropolitana de Barcelona y el Baix Llobregat. Sin embargo, en el ámbito de elecciones al Parlament de Catalunya, los términos se invertían y Pujol arrasaba. Era el voto dual a gran escala.
Hoy, un renacimiento convergente pasa necesariamente por el mismo camino: estructurar una corriente social propia, fuerte cultural y políticamente, que sea alternativa a la versión actual de la progresía, con el PSC-PSOE y Salvador Illa en primer plano, junto con los Comunes y el interrogante de cómo acabará jugando Esquerra, hoy absorbida por Sánchez.
Esto, en la práctica, implica muchas cuestiones ingratas para la agenda del establishment progresista, pero que mucha gente demanda. Por ejemplo: afrontar la baja tasa de natalidad y sus graves consecuencias para Catalunya, que podrían llegar a ser terminales, mientras que el aborto significa ya el 40% de los nacimientos, una magnitud arrolladora. La inmigración masiva, sus causas y consecuencias, su impacto negativo en la lengua cultura, productividad y la estructura productiva de Cataluña, y todo ello sin caer en excesos chovinistas ni en demagogia. No hace falta: ya existe la demagogia de los hechos. Y aún restaría la cuestión de un liderazgo por hacer y que sólo puede surgir de las nuevas hornadas.
En cualquier caso, lo que es evidente es que este renacimiento democrático, si llega a producirse, no vendrá de la mano de los de antes. Su papel importante es el de contribuir desde un segundo plano, ponerse al servicio de una nueva generación de personas mucho más jóvenes que asuman el reto de construir de nuevo, asentados sobre la realidad de hoy, mirando hacia el futuro, basándose en la experiencia pasada y el legado de Jordi Pujol y aquella CDC y CiU, para recrear, no para revivir.