Jordi Pujol, ideas, acción, política. El legado (3). La nación (segunda parte)

Leer primera parte

Lo que plantea Pujol es construir un amplio movimiento de signo nacional catalán, fortalecer la personalidad colectiva de Cataluña en un movimiento necesariamente popular, inclusivo, que sea portador de virtudes morales, culturales y creativas, en consonancia con lo que él considera que es la tradición histórica de Cataluña.

Deliberadamente o por ignorancia se ha deformado en muchas ocasiones el pensamiento de Jordi Pujol, presentándolo como lo que no es. Por decirlo corto y raso: que tenga como referencia a Torres i Bages no excluye que valore la aportación que desde la izquierda se hizo, como por ejemplo el Centro Autonomista de Dependientes del Comercio y la Industria en el pasado o en el presente, el rol de catalanización del PSUC y CCOO en relación con el trabajador inmigrante. Aunque es consciente, y así lo expresa, de que el núcleo del país lo configuran sus capas medias en las que incorpora la burguesía, aunque excluye en buena parte a la alta burguesía, la económicamente más importante.

A menudo Pujol lo formula en términos de pregunta.

¿Por qué somos y queremos ser nacionalistas?

La primera afirmación es muy sencilla: lo somos porque hemos perdido durante muchos años todo poder político y hemos sufrido largos períodos de decadencia. Pero también apunta a una segunda cuestión que está estrechamente ligada, su visión como comunitario. “Hoy el pueblo, la comunidad nacional, es un instrumento esencial de formación y definición de los hombres, de educación en el sentido de imprimir hoy una forma de realizarse, unas convicciones, una mentalidad; es decir, de llevar al hombre a la conquista de su personalidad básica, a la conquista en profundidad de su identidad y hacer todo esto no de una forma aislada e individual, la elitista y aristocrática, sino de una manera popular, de forma masiva ”.

Pujol expresa una concepción que, referida a la patria, al patriotismo, formula años después uno de los grandes filósofos políticos del siglo XX, Alasdair MacIntyre, precisamente con este título: «¿Es el patriotismo una virtud?». La nación, la patria es para Pujol la forma de construir el hombre.

El punto de arranque del nacionalismo personalista radica en la constatación de que el hombre concreto no puede llegar a producirse plenamente si no está dentro de una comunidad nacional que actúa como un elemento de formación y definición, y subraya: “este planteamiento nace en muchos de nosotros y en el mío en concreto del humanismo cristiano y más concretamente del personalismo cristiano, en la concepción de Maritain y Mounier”.

Pujol presenta un nacionalismo, no como el camino hacia un estado propio e independiente, sino como una forma de perfeccionamiento de lo humano, como un humanismo. Lo reitera en muchas ocasiones, pero una muy significativa es el 7 de noviembre de 1981, en el acto conmemorativo de los cincuenta años de Unió Democràtica de Catalunya. «La nación tiene razón de ser en tanto que ayuda al hombre». «Queremos que este nacionalismo se base en las necesidades del hombre concreto «. El hombre necesita una forma de hacer y ser, y eso lo aporta la comunidad, la nación. Pero, atención, porque advierte contra aquellos que en nombre de la nación ahogan al hombre. «El suyo es un nacionalismo por encima de las ideologías, por encima de los conceptos abstractos» y «por encima de los peligrosos mesianismos que a veces han pervertido el concepto de nacionalismo».

Lo concreto, la persona, la situación, es fundamental en su reflexión y en su trasfondo late uno de sus otros pensadores de referencia, Peguy.

Y aún añadía a su concepción nacional, otra dimensión: la de una Cataluña «espiritualmente gloriosa» . «Los pueblos no se hacen sólo ni principalmente con economía (aunque como gobernante estaba más que atento a esta variable) o con leyes, sino que se hacen con el grado que tienen una gran tirantez interior «. Lo decía el 22 de diciembre de 1983 en el homenaje a Francesc Macià. Y recordaba sus palabras: «Queremos una Cataluña espiritualmente gloriosa«.

Éste es el sentido del nacionalismo pujolista. Y por ello puede decirse con propiedad que se aparta de lo que habitualmente se entiende por nacionalismo, porque está más cerca del comunitarismo de Charles Taylor y Amitai Etzioni, o del patriotismo ya citado de Alasdair MacIntyre, que del discurso clásico nacionalista.

Y aún queda añadirle a esa síntesis, la articulación que hace entre Herder y Renan.

El primero plantea que la personalidad de los pueblos se basa en un sustrato de lengua, cultura, sentimiento colectivo, memoria y conciencia colectiva previa a las construcciones políticas. Sin todo esto, sin cultura, valores compartidos, memoria, lengua, no se puede edificar la nación.

Renan, por su parte, señala que la nación es un plebiscito de todos los días, el fruto de la voluntad mantenida a lo largo del tiempo. Una nación son sus habitantes, son los acuerdos comunes en torno a un legado de recuerdos, también de sufrimientos, unido al consentimiento actual y al deseo de vivir juntos.

Pujol articula estas dos definiciones en una sola. La nación es una comunidad de memoria pero necesariamente también de vida y de proyecto.

Haciéndose suyas unas palabras de Vicens Vives al final de su libro Notícia de Catalunya (1954) hace la siguiente cita: “el primer resorte de la psicología catalana no es la razón, como en los franceses; no es la filosofía, como en los alemanes; no es el empirismo, como en los ingleses; ni la mística como en los castellanos. Para Cataluña, el primer móvil es la voluntad de ser ”. Éste es el eje la concepción nacional de Pujol; de su nacionalismo. La voluntad de ser lo que somos: Una lengua, una cultura, una historia, un derecho, unas instituciones y una filosofía social.

Este enfoque sitúa la importancia de la continuidad en el pueblo, más que en el aparato estatal. Por esta razón, en un discurso el 1 de agosto de 1984, en Castellterçol, cuando inauguró la Casa-Museo dedicada al primer presidente de la Mancomunidad, Prat de la Riba (y hacía muy poco que había comenzado su segundo mandato presidencial, con mayoría absoluta), llamaba a mantenerse fieles a las raíces dado que, sin ellas resulta imposible ser, si bien lo hacía en estos términos: “sois hombres y mujeres del año 2000. Rechaza la nostalgia, el culto enfermizo al pasado, el inmovilismo. Sean innovadores, audaces en todo; también en la forma de sentir y pensar nuestro patriotismo. Pero no pierdan nunca las raíces, nunca traicione nuestros valores de siempre. Adaptado al tiempo de hoy, pero que no se pierdan ”.

Por todo ello, por el discurso, durante muchos años, por sus textos y su práctica de gobierno, no se puede decir en modo alguno que Pujol postule o prepare el camino al independentismo. Forja la nación, eso sí, tal y como la entiende y he resumido más arriba, dentro -veremos más adelante- de la realidad política española.

En los momentos álgidos iniciales del Procés, Pujol, en sus palabras y directamente, habló con Mas, con Puigdemont, intentando disuadirles del camino que seguirían. Ve la respuesta adecuada en la convocatoria de unas elecciones. Piensa que la otra vía, lo que sería el Procés, es un camino que conduce al fracaso, a la frustración. Una idea, que hace ya muchos años había enviado en una carta de respuesta a un joven -verano de 1987- y que me envió (como supongo que hizo con otros) para conocer mi punto de vista. No era una forma de proceder infrecuente en el Presidente. En ese caso, el joven le expresaba la necesidad de ir a la independencia, y Pujol, con mucha claridad, le respondía que éste no era el camino. Ha llovido mucho desde entonces, pero como me decía todavía el 16 de mayo de este año:

«Yo no soy ni he sido nunca independentista«.

Por eso el legado de Pujol es tan incómodo, incluso políticamente peligroso para tantos. No sólo para sus detractores viscerales de toda la vida. Por la ideología y la cultura que hoy manda, porque vuelve a ser fundamento de alternativa. Por la visión unitarista de España incapaz de asumir la especificidad nacional catalana, porque presenta una nación catalana con España, y por el independentismo del Procés, porque señala otro camino, verificado con éxito e interrumpido, hacia una mayor plenitud de Cataluña, entendida en su realidad presente. En un tiempo en el que el país vuelve a declinar, el legado de Pujol es la fuente y fundamento más importante del que disponemos para volver a la rehecha.

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