La idea de que existe una cultura de la violación lleva décadas formando parte del arsenal argumental del feminismo que, al igual que otros muchos conceptos, ha ido ampliando su sentido hasta abarcarlo prácticamente todo. Toda posición sobre ese grave problema que no sea estrictamente represivo es para las feministas como Montero cultura de la violación. Y convencida de este hecho acusó al PP, en la sesión de control de este miércoles en el Congreso, de favorecerla. La razón, una muy concreta: en Galicia, una campaña contra la violencia sexual, que llama a las mujeres a guardar determinadas precauciones, es valorada como ese tipo de cultura.
Lo peligroso de todo es que no utilizan esta palabra solo en el sentido de insultar, sino como composición ideológica más global. Todo el mundo que no está por la represión fomenta esta cultura. Todo el mundo que tiene algo que decir sobre las actitudes más o menos adecuadas en los comportamientos de algunas mujeres fomenta la cultura de la violación. Como en el caso de homosexuales y transexuales, todo aquello que no sea elogio, haga lo que haga, o que no signifique condena penal es considerado como una agresión.
Y el peligro radica en que esta mentalidad ha impregnado las políticas y leyes de los gobiernos y las prácticas sociales. Sin ir más lejos, en Catalunya el gobierno de ERC ha multado a una pastelería con 7.501 euros, que no es poco, por poner un cartel que decía «se necesita maestro pastelero». ¿Y qué falta comete este cartel, se preguntará, para castigarlo con tantos miles de euros de sanción? Pues que no decía que se necesitaba un “maestro o una maestra pastelero/pastelera”. Hasta aquí hemos llegado, y esto funciona con toda normalidad y es un ejemplo más de la presión cada vez más opresiva bajo la que vivimos.
Es la misma que graba el conocido presentador de El Hormiguero, Pablo Motos. El inefable ministerio de la Igualdad lanzó una campaña con motivo del día contra la violencia de género por denunciar la “violencia machista” señalando caras conocidas que la practican y uno de ellos ha sido Pablo Motos, que lleva diecisiete años en el programa El Hormiguero en televisión. Su nombre e imagen no aparece, así se evitan problemas legales, pero figura un presentador que recrea su imagen y que le hace una pregunta que él hizo hace años a Elsa Pataki, concretamente en el 2016, preguntándole si para dormir utilizaba ropa interior de puntillas o más estándar. Fue en el marco de una entrevista en la que Elsa Pataki era la imagen de una campaña de una empresa de lencería. Con este motivo Pablo Motos ha sido masacrado en las redes, aunque si se ve el programa se constata que Elsa Pataki presentaba «ropa interior y pijamas sexis». La descontextualización para poder castigar a diestro y siniestro es una característica de esta forma de actuar que se extiende también, y de manera especial, sobre la gente más joven en la escuela.
Concretamente, en Cataluña, un numeroso grupo de padres con el añadido de una asociación, e-Cristians, han impugnado los decretos sobre educación básica y bachillerato porque en ambos casos imponen la educación con la perspectiva de género en todas las materias y en todos los centros, públicos, concertados y privados, al tiempo que se procede a liquidar la asignatura de religión que, teóricamente, es obligatorio impartir en todos los centros y es de inscripción voluntaria. La perspectiva de género, que algunos ingenuos han confundido con la sencilla igualdad de hombre y mujer, es un ejemplo ideológico que va cargado de medidas como las que estamos constatando que se producen y que se traducen cada vez más en la liquidación de varios derechos, unos relacionados con los padres, otros fundamentales como la libertad de expresión.
No deja de ser llamativo que las partidarias del feminismo de género, que son las primeras responsables de haber introducido este concepto en las leyes del estado y con todas sus políticas, ahora vean cómo la misma idea se les gira en contra con la ley trans, hasta el extremo de que se quejan de que si ésta prospera significará el borrado de las mujeres. Y es que determinadas ideas las carga el diablo.