El historiador británico, Arnold Toynbee, explica en su obra maestra en doce volúmenes A Study of History, (Estudio de la Historia, Emece, 1955) la evolución de las diferentes civilizaciones que ha conocido la humanidad. A diferencia del alemán Oswald Spengler, autor de “La decadencia de Occidente”, Toynbee no representa una visión determinista sino gradual de la historia. Piensa que la evolución depende esencialmente del buen o mal funcionamiento de un mecanismo, que él llama “estímulo y respuesta”.
En su opinión, el factor evolutivo de las civilizaciones -génesis, crecimiento, madurez, desintegración- siempre es un reto o un desafío. Si se supera, hay progreso y, si no se supera, la civilización sucumbe o se detiene. Las soluciones son aportadas por “minorías creativas” y aplicadas a las masas. Si las minorías degeneran, llega la crisis y la desintegración. Toynbee ha escrito una verdadera Filosofía de la Historia, es decir, una visión sistemática y unificadora de la historia de la humanidad. En su obra monumental se puede leer que “las civilizaciones crecen gracias a un élán (impulso, ímpetu) que las lleva a la incitación, a través de una respuesta, a una nueva incitación; y de la diferenciación, a través de una integración, a una nueva diferenciación; es una combinación sucesiva de élan y mimesis (imitación), que es indispensable para conseguir el camino del progreso“.
En alemán existe un número importante de palabras compuestas que llevan Wende al final, y por eso puede parecer un concepto modesto. Sin embargo, Wende -punto de inflexión, travesía del Rubicón, cambio radical, revolución- es algo grande, relevante. Se produce cuando se descartan creencias profundamente arraigadas. Cuando el comunismo se derrumbó, die Wende hizo que la reunificación fuera inevitable, borrando la asunción que una Alemania dividida entre Oeste y Este debía durar para siempre.
Angela Merkel, impresionada por el desastre nuclear japonés de Fukushima, arrancó hace diez años la Energiewende, tomando la decisión radical de cerrar todas las centrales nucleares alemanas. La energía nuclear debía ser sustituida por energías renovables, pero también por carbón y, sobre todo, por más gas proveniente de Rusia. Fue una decisión precipitada. Hoy es una de las heredades controvertidas de aquella gran cancillera que estuvo dieciséis años en el poder. Los fabricantes de coches hablan de Verkehrswende o revolución del transporte, que debe enviar el motor de combustión del centro de su negocio al punto limpio. El concepto de Zeitwende es más importante que los anteriores. Significa un cambio de época. Y esto es lo que se está produciendo en estos momentos en Alemania, a consecuencia de la invasión rusa de Ucrania.
La UE, que es sobre todo un proyecto de paz y de reconciliación entre viejos enemigos, ahora se atreve a utilizar el lenguaje de la guerra
Europa también está experimentando su propio cambio de época. Mucho de lo que antes era moneda corriente al tratar sobre Rusia, ahora ha cambiado a consecuencia de la invasión de Ucrania, iniciada el pasado 24 de febrero. La UE, que es sobre todo un proyecto de paz y de reconciliación entre viejos enemigos, ahora se atreve a utilizar el lenguaje de la guerra. Un continente acostumbrado a divisiones internas, ahora ha recuperado su unidad de acción. La UE ha despertado repentinamente a la geopolítica. Las instituciones europeas, históricamente dedicadas a dictámenes y reglamentos que significan largos procedimientos burocráticos, de repente ha sido capaz de encontrar un camino rápido para obtener recursos importantes y hacer llegar, en cuestión de días, aviones de combate a la fuerza aérea de Ucrania.
De todas las Wende que ahora se ven en Europa, la alemana es crucial. Es algo que nadie esperaba. Mientras otros aliados europeos, al comienzo de la crisis, se hacían eco del llamamiento estadounidense y adoptaban inmediatamente sanciones contra Rusia, Alemania optó por no reaccionar con dureza ante una Rusia que le enviaba por gasoducto el cincuenta por ciento del gas consumido en el país. Alemania no abandonaba su tradicional pacifismo y sólo estaba dispuesta a enviar cascos a Ucrania, mientras los aliados occidentales mandaban armas. El canciller Scholz parecía un mero continuador de la política lenta y reflexiva de Angela Merkel, aunque fueran de partidos distintos. Ella había sido siempre partidaria de retrasar las decisiones tanto como fuera posible. Pero, repentinamente, las cosas han cambiado.
Todo empezó el 27 de febrero, cuando en la sesión del Bundesrat, el parlamento alemán, prácticamente todos los diputados de pie aplaudieron y jalearon al Embajador ucraniano. A continuación el canciller Scholz pronunció un discurso que hará historia. Estaba proponiendo, nada menos, un Zeitwende, un cambio de época, a partir de las medidas que iba desgranando: Alemania no pondrá en marcha el gasoducto Nord Stream 2 que une directamente a Rusia y Alemania a través del mar Báltico. Aprobará un nuevo fondo de gasto militar por importe de cien mil millones de euros. Subirá al dos por ciento del PIB su gasto en defensa, tal y como hacía tiempo le pedía la OTAN. Enviará armas de inmediato a Ucrania. Construirá dos puertos para recibir gas licuado por mar. Se sacrificarán las sacrosantas medidas de equilibrio presupuestario.
“lo que Olaf Scholz había anunciado era el mayor cambio en la política alemana desde la reunificación“
Tyson Barker, miembro del think tank Consejo Alemán de Relaciones Exteriores, declaraba que “lo que Olaf Scholz había anunciado era el mayor cambio en la política alemana desde la reunificación”. En su discurso, Scholz retomaba palabras que el presidente francés, Emmanuel Macron, venía usando desde hacía tiempo: “Europa necesita urgentemente llegar a su autonomía estratégica”. Scholz reconocía que Alemania no tenía más remedio que reciclar su lenguaje tradicional de prudencia, bajo el peso de su pasado nazi, y aceptar el ejercicio de su rol de líder que necesita la UE.
Al día siguiente de ese discurso, un diario satírico europeo, comentado la gravedad del momento, recordaba un viejo chiste. Un francés pregunta a un inglés, a principios del siglo XX, cuál podría ser el camino más largo para evitar que Alemania llegara a ser el poder dominante en Europa. Respuesta del inglés: hacerle perder antes dos guerras mundiales.
En la ciudad de Bonn, capital de la República Federal de Alemania antes de la reunificación, existe un museo de historia alemana que tiene la particularidad de empezar el relato de los hechos históricos a partir de 1945, final de la Segunda Guerra Mundial. Las primeras imágenes de la muestra son estremecedoras. Ciudades destruidas por bombardeos, migraciones de alemanes del este hacia el oeste por millones, muerte y devastación en todas partes. Sobre las imágenes de un Berlín destruido en un noventa por ciento, un soldado ruso dice a otro: “mira, desde Berlín se ve el campo y desde el campo no se ve Berlín”. A partir de aquella devastación, comienza una nueva historia de recuperación, paso a paso, “sin prisa, pero sin pausa“ (lema de Goethe), hasta la fecha, cuando el Zeitwende convierte a Alemania en potencia dominante del continente no sólo económica y demográfica, sino también en materia defensiva. Eso sí, siempre de acuerdo con Francia (que dispone de armamento nuclear y es miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas) y dentro del marco de la OTAN (con la omnipresencia de Estados Unidos).
En la segunda mitad de los cuarenta y primeros años de los cincuenta, se inició el proceso de integración europea por la vía comunitaria (Comunidades Europeas), que ha desembocado en la UE actual. Es un proceso que tuvo el acierto de no arrinconar a Alemania, lejos de los errores producidos después de la Primera Guerra Mundial que generaron la aparición de una Alemania revanchista bajo el poder tiránico de Hitler. La Comunidad Europea nació fruto de la reconciliación entre vencedores y vencidos, bajo el lema “nunca más guerra entre nosotros”. Dentro de la UE, Alemania irá subiendo escalones: entrada a la OTAN, milagro económico (Wirtschaftswunder), reunificación, éxito del euro, líder exportador mundial, hasta el Zeitwende.
El gobierno actual alemán está formado por una coalición de tres partidos: socialdemócrata, verde y liberal. Pese a sus diferencias ideológicas, han sabido ponerse de acuerdo en momentos históricos como los actuales. Uno de los grandes méritos es que en su documento programático consta su voluntad de llegar a la unidad política federal de la Unión Europea. La UE ha reaccionado a sus últimas tres grandes crisis o estímulos con respuestas contundentes. Para resolver la crisis del euro (2010) se hizo “todo lo necesario” (Mario Dragui). La pandemia ha tenido dos grandes respuestas: el plan de vacunación y el programa de recuperación Next Generation EU, financiado por la primera emisión conjunta europea de bonos de la historia. La invasión rusa de Ucrania está generando el nacimiento de la UE en la geopolítica, y progresos hacia políticas comunes en materia de inmigración, exterior, energía, autonomía estratégica y defensa. Pero todavía no está dispuesta a dar el salto cualitativo hacia la unión política federal, como propone Alemania.
En frase del Alto Representante de la UE en asuntos exteriores y seguridad, Josep Borrell, la guerra de Putin ha dado lugar a la Europa geopolítica. Este ámbito de las relaciones internacionales nació precisamente en Alemania a principios del siglo XX. La escuela alemana de la geopolítica la encabezó Karl Haushofer, militar de carrera y muy interesado por la geografía. Según él, la clave de la geopolítica es el espacio, son los mapas. Más tarde, Mackinder, famoso geógrafo inglés, desarrolló la teoría de una zona central que constituía un área pivote (heartland, en inglés), e hizo famosa esta frase: “Quien domine la Europa del Este, dominará el heartland o área pívot (Asia Central), quien domine el pívot gobernará la Isla Mundial (Eurasia y África) y quien domine la Isla Mundial gobernará el mundo“.
A la vista de la invasión rusa de Ucrania, en plena Europa del Este, no es de extrañar que la geopolítica haya vuelto al galope a las cancillerías de las grandes potencias, y de manera especial en Alemania.
El Zeitwende convierte a Alemania en potencia dominante del continente no sólo económica y demográfica, sino también en materia defensiva Share on X