El fundamento y la continuidad histórica de Cataluña no dependen tanto de los principios filosóficos, cambiantes y con frecuencia efímeros, como de los elementos históricos y de las instituciones arraigadas en la tradición. Estas instituciones son las que han sabido ofrecerle continuidad a lo largo de los siglos.
Ciertamente, la tradición puede contener injusticias y corregirlas, pero su función esencial es garantizar la permanencia. Por eso, las instituciones pueden adaptarse a las formas históricas y a los criterios filosóficos de cada momento, pero no pueden transformar radicalmente ni su naturaleza ni sus finalidades sin poner en riesgo a la comunidad entera. Y esto subraya la necesidad de actualizar, no tanto por mimetismo como por la profundización de las propias raíces.
La actualización, fruto de los debates internos a lo largo del tiempo y de la competición con otras tradiciones, debe venir de la consideración atenta de lo que nos es propio, más que de la “importación” de lo que nos es ajeno. Precisamente gran parte del fracaso de Cataluña en el siglo actual surge de no respetar suficientemente este criterio. Las consecuencias de no hacerlo son inicialmente difundidas y hacen más fácil afirmar que la sustitución de lo propio es positiva y no pasa nada, pero en la medida en que el tiempo transcurra y a pesar de la ceguera ideológica, los resultados negativos se ponen de manifiesto. En el presente vivimos una de estas circunstancias históricas y si no rectificamos y la superamos será terminal.
La lección de la historia
La historia catalana nos ofrece claros ejemplos. El período de la Casa de Austria coincidió con un momento de pujanza y prosperidad. Josep Pla, recogiendo las palabras de Manyé i Flaquer en sus Homenots sobre Prat de la Riba, advertía que Cataluña, para tener éxito, debía prescindir tanto del Renacimiento como de la Revolución Francesa. En sus palabras, “nada más exacto —decía—, el señor Prat”. El diagnóstico era contundente: los grandes eventos que marcaron la modernidad habían sido, para nuestro país, una fuente de empobrecimiento político y moral. La Revolución Francesa, con su larga sombra, debía ser superada con un retorno a los cimientos institucionales medievales.
Josep Pla y MacIntyre: crítica a la modernidad
Estas intuiciones de Josep Pla anticipan el diagnóstico de Alasdair MacIntyre en Tras la virtud (1984). El filósofo escocés señala que la Ilustración y la modernidad inauguraron la gran crisis moral que ha ido desarticulando a Occidente. Pla lo había expresado en otros términos: «la primera Constitución que declara los derechos del hombre fue la que entroniza al más absorbente de los absolutismos y la que anima la consideración del individuo ante el poder público». En otros términos; destruye las instancias intermedias, precisamente las que dan fuerza y estructuran la especificidad catalana en el seno del Estado español.
El liberalismo que nace de aquella Ilustración es el responsable de ver al estado como una unidad homogénea regida desde el centro e instituye la división provincial que descuartiza Cataluña, como no lo hizo el Decreto de Nueva Planta de los Borbones. Lo que cuenta, pues, no es proclamar dogmas ideológicos cosmopolitas, sino establecer lo que conviene al país y en las comunidades naturales que conforman la sociedad.
La Generalitat, más que aspirar a reproducir miméticamente el estado, debería -debe- propiciar las instituciones civiles, empezando por la familia, y continuando por la escuela, los poderes locales y las organizaciones laborales, empresariales y asociativas. El fundamento de toda su política debe ser la concertación, económica, social, hecho que en las complejas sociedades de nuestro tiempo y el peso de los recursos públicos exigen el acompañamiento de la planificación indicativa; aquella que obliga al sector público y deja en libertad al sector privado, que en todo caso encamina lo concertado por incentivos y no por obligaciones o penalizaciones.
El Estado liberal y su abuso
Sin embargo, el liberalismo no trajo un freno al poder, sino un crecimiento exponencial del Estado. Hoy, este llega incluso a la intimidad de los hogares. El hecho de que trabajemos 181 días al año para sostenerlo ilustra una semiesclavitud blanda, envuelta de grandes palabras pero muy real.
El Estado justifica su voracidad en nombre del bienestar y de la igualdad, pero la realidad es tozuda: los impuestos aumentan mientras las condiciones de vida empeoran.
La sanidad, la enseñanza, el transporte público e incluso las carreteras sufren un deterioro constante, aunque nunca había habido tantos recursos a su disposición. La excepción parcial es la de una parte mayoritaria de los jubilados, entre los que, sin embargo, todavía hay un grosor que viven con pensiones bajas y situaciones precarias, encarnado sobre todo en las viudas.
El Estado, en este caso la Generalitat gasta sin freno, repartiendo subvenciones, convenios y ayudas según criterios políticos o ideológicos. El debate sobre la financiación no puede ocultar más tiempo la necesidad de gastar bien. Todo lo hace sin control independiente ni mecanismos de rendición de cuentas. Esta forma de gobernar refleja una falta grave de conciencia cívica y degrada la vida pública.
Cataluña necesita la fijación de objetivos por parte del gobierno y la revisión anual de su cumplimiento, el rendimiento de cuentas y la mejora de la eficacia y eficiencia de la Administración, en todos los casos medida por una autoridad independiente; una nueva Sindicatura.
Impacto sobre Cataluña
Este estado depredador e intrusivo debilita a la sociedad civil y destruye sus entidades naturales: clases medias y menestrales, pequeños burgueses, clase obrera organizada, familia e instituciones independientes.
Para Cataluña, el daño es doblemente grave, puesto que su fuerza histórica ha sido siempre la vitalidad de la sociedad civil. Sin ese tejido, el país pierde sus raíces y su dinamismo.
La destrucción de la autoridad y la comunidad
El Estado ha llegado a cuestionar incluso la autoridad de los padres sobre sus hijos. Es el síntoma más extremo de un absolutismo de apariencia liberal que deshace los cimientos de la comunidad. Un poder que niega la transmisión de la autoridad familiar y cívica es, por definición, incompatible con la continuidad de un pueblo como el nuestro.
Necesidad de reconstrucción
Cataluña necesita reconstruir los fundamentos de su sociedad civil. No desde la retórica ideológica, sino desde las instituciones que han dado firmeza y continuidad a lo largo de los siglos. Renegar en nombre de modos provisionales es devastador. El Estado actual, lejos de ser un aliado, es un adversario que debe saber enfrentarse con la fuerza que solo puede surgir de una sociedad civil robusta, arraigada y consciente de su misión histórica.
Consideración de Cataluña (6) El Proceso como factor contribuyente al declive
Josep Pla y MacIntyre coinciden: la modernidad liberal ha desarticulado Occidente y ha debilitado a Catalunya. Hay que volver a los cimientos. #Historia #Catalunya #Instituciones Compartir en X